Algunas de las obras que pueden verse, firmadas por Anaya Cabanding y Rafael Jiménez.
Museo de la melancolía
Crítica de arte ·
El comisario Pedro Alarcón, mediante la pintura de Julio Anaya y Rafael Jiménez, nos embarca en un sentido viaje en el que recordar el antiguo Museo de Málaga, al que añora, y a repensar el actual
juan francisco rueda
Sábado, 5 de mayo 2018, 00:48
Quizá sea ésta la exposición más personal de las que ha comisariado Pedro Alarcón en Casa Sostoa, su domicilio que actúa, desde hace varias temporadas, como espacio expositivo con una programación sostenida y de indudable calidad. Al decir personal cabe especificar que esa consideración se refiere a lo autobiográfico. 'Museo de Málaga' es su reflexión y respuesta emocional, mediante la obra de Julio Anaya Cabanding (Málaga, 1987) y Rafael Jiménez (Córdoba, 1989), a la anhelada reapertura de esta institución en 2016 en su nueva sede del Palacio de la Aduana tras cerca de dos décadas de clausura, en las que se diluyó de la cotidianeidad de los malagueños.
Ante la expectativa de la reapertura y del consecuente reencuentro con un museo que había visitado sistemáticamente en la infancia y la adolescencia, hasta que cerrara sus puertas en 1997, Alarcón sufre lo que podría considerarse una frustración. El Museo de Málaga es ya otro en esta otra sede, indudablemente distinto en escala y presentación. Alarcón, como tantos otros que han manifestado cierto desencuentro ante las soluciones museográficas y ante el montaje, siente melancolía y nostalgia. Éstas se ven acentuadas ante el choque que supone ver cómo obras concretas, sus preferidas, se exponen ahora en contextos que 'las hacen distintas' a como las recordaba en su antigua ubicación del Palacio de Buenavista. La desazón que provocan esos sentimientos empuja a recuperar aquellas obras predilectas en esta exposición, intentando que esas diez piezas ocupen las paredes de Casa Sostoa conservando algunos rasgos que la memoria no ha acabado por sepultar, especialmente ubicaciones y modos de ser colgadas. Esto es, obras que estaban situadas en los flancos de puertas de paso y que obligaban a giros, como la de Fernando Labrada que se sitúa junto a la puerta de entrada de Casa Sostoa; generando espacios de contemplación, como el 'Ecce Homo' y la 'Dolorosa' de Luis de Morales, que aquí recuperan la fórmula del mobiliario situado ante ellos para poderse sentar; o el montaje bajo de 'Una esclava en venta', de José Jiménez Aranda, para potenciar la perspectiva en picado de la pieza. Y para ello ha contado con el trabajo de Anaya y Jiménez, dos artistas que basan sus respectivas poéticas en la cita y transformación de obras maestras de la Historia del Arte. Alarcón, con 'precisión quirúrgica', ha sabido seleccionar a los mejores artistas posibles, a los que pudieran dotar de sentido, como pocos otros, su propuesta. Y, además, como viene siendo habitual, atendiendo al escenario artístico de proximidad, el local preferentemente, representado por Anaya, y el regional, de la mano de Jiménez.
Jiménez recrea con plastilina esas obras predilectas de Alarcón –podríamos decir que 'pinta con plastilina'– para, con posterioridad, deformarlas ligeramente al generar unas franjas. Ese tratamiento, que no niega la obra elegida sino que la desvirtúa aunque sigue siendo reconocible, nos transmite la idea de olvido, tan relacionada con lo impreciso y la nebulosa. Jiménez hace desembocar esas obras en un conflictivo estado en el que la imagen 'lucha' por no desaparecer, por mantenerse aunque sea como un lejano eco. En definitiva, una imagen vaga. Anaya, por su parte, desarrolla su labor dentro de la pintura mural, realizando trampantojos en los que copia esas obras maestras, incluidos los marcos. En muchos casos, esas recreaciones son ejecutadas en el espacio público, especialmente lugares apartados y desacogedores. Esas intervenciones que vienen a resignificar esos lugares o márgenes, a dotarlos de nuevos sentidos gracias a esas acciones artísticas, son registradas fotográficamente, como ocurre con el boceto de la 'Decapitación de San Pablo', de Enrique Simonet, que ocupa el salón. Ésta es la única recreación fotografiada de Anaya que se da cita en la muestra, ya que las demás (4) están realizadas directamente sobre los muros de Casa Sostoa, generando la sorpresa del espectador. Pero también, instantáneamente, surge la certidumbre de lo efímero de esas obras llamadas a desaparecer. Lo harán bajo las capas de pintura blanca que se empleen en la 'puesta a punto' de Casa Sostoa para la próxima exposición, sepultadas por la pintura vulgar cual una losa de olvido, quizás reproduciendo la 'ausencia' de esas obras durante las dos décadas de cierre del museo, así como su invocación a través del recuerdo, de lo que se sabía que estaba pero que no se veía.
Es ésta una exposición-tributo, cargada de una profunda emoción. Por un lado, el tributo a aquel Museo de Bellas Artes que ocupaba el coqueto Palacio de Buenavista (actual Museo Picasso Málaga). Tributo a la madre del comisario, quien fue la persona encargada, visita tras visita, de generar el vínculo de su hijo con la institución, encaminándolo, quizás sin remisión, a su formación como historiador del arte y envolviendo ese museo de un componente vivencial y emocional que es lo que hace que no haya dejado de resonar en la memoria de Alarcón. Y, por último, tributo a Isidoro Coloma, profesor de museología en la Universidad de Málaga, maestro del comisario y, a la sazón, figura que incorporó algunas de las soluciones museográficas de aquel museo. Justamente, Coloma ha sido una pieza fundamental para ayudar a Alarcón a 'desenterrar' los recuerdos comunes, erosionados por el paso del tiempo y por la falta de un material gráfico óptimo que viniese a suplir las flaquezas de la memoria. Una estrategia que ha supuesto un viaje al pasado en el que ambos se han embarcado y en el que, de la mano de Anaya y Jiménez, nos han invitado a recordar al antiguo museo y a repensar el actual.
'Museo de Málaga'
Autor
Julio Anaya Cabanding y Rafael Jiménez.
Exposición
10 obras la componen, 5 de cada uno de los artistas. Anaya recrea 4 obras en acrílico sobre las paredes del espacio, generando un trampantojo en el que reproduce las sombras que arrojarían los ficticios marcos. También firma una intervención pictórica en el espacio público que es registrada fotográficamente. Las piezas que recrea Jiménez están realizadas en plastilina sobre papel, incorporando su característico tratamiento que desvirtúa la imagen reproducida
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