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Pablo Aranda
Sábado, 22 de abril 2017, 02:29
La pétrea Patria no es una losa para Aramburu, siempre a mi lado en las estanterías, aunque el exitazo le ha llevado a poner una fecha para parar: junio. «Es que no puedo ni acercarme al escritorio», comentaba mientras se dirigía al auditorio de Diputación. Son muchos libros anteriores con mucho reconocimiento de crítica y lectores, pero Patria es el libro del año. Por eso las trescientas noventa butacas del auditorio no fueron suficientes. Iba a celebrarse su diálogo con el periodista Juan Cruz en el exterior de La Térmica, pero abril se ha tornado ventoso y era un riesgo, así que se hizo en el auditorio, que lleva el nombre del escritor y director de cine Edgar Neville, que murió el día del libro de 1967 y que dirigió, entre otras muchas películas, Nada, basada en la primera novela de Carmen Laforet, tan buena que fue una losa para ella. La película Nada fue censurada y perdió treinta minutos de su metraje. Sin embargo, Fernando Aramburu y Juan Cruz no perdieron ni un minuto y a las ocho de la tarde ya decían venga, va. Una cola de cien personas esperaba fuera por si algún espectador salía. ¿De dónde salía la gente? «La cultura es que no veas cómo mueve a las personas», comentaba un padre a su hijo en otro momento de la noche. El hijo ponía cara de mí no comprender, o de no me rayes, en plan. Aramburu recordaba una lectura en Córdoba ante cinco personas. «Pero a mí me dio igual, yo la di como si hubiera quinientas», dijo, mientras se ajustaba el auricular y rifaba con Juan Cruz los asientos. En la cola algunos coleaban, y exigían explicaciones al personal de seguridad. «¿Cómo es que no cabe más gente?». La mayoría aguardaba con paciencia.
Mientras tanto, en el ala oeste de La Térmica, atravesando el patio de la música y el pasillo de las librerías, se llegaba al territorio infantil, donde un padre esquinado daba el biberón a un bebé, seguramente suyo. Con ambientación de Harry Potter, y gafas de cartulina a gogó, niños y niñas cambiaban de actividad, esperaban los trucos de magia, se dejaban fotografiar por papás con caretas y otros con careto. «Yo lo de la paternidad en general lo llevo bien, pero esto de venir a un mogollón como que no», comentaba un hombre sincero, y un poco amargado. José María Luna, director de la Casa Natal, el Museo Ruso y el Pompidou, atravesaba la sala con prisas para no perderse al mago mentalista, dejándose llevar por su hija, que es quien parece dirigir al director.
En la sala de la música, que era un patio, había más gente todavía. Cerveza y pelos de colores, móviles al viento y aplausos cuando Marwan y Samir Abu-Tahoun comenzaron a recitar cuentos y poemas, alternándolos con música de guitarras. Una mujer contaba a otra que una amiga le había mandado un mensaje, pero lleno de faltas de ortografía «y así no sé yo», concluyó de manera enigmática. En la sala de Poesía, Carmen López recitaba un hermoso poema de su primer libro, Políglota, donde destacaba el adverbio «alemanamente», creado por ella, mientras francesamente Houellebecq, como un pajarito, casi sin cuerpo, acompañado por una asiática de mini falda amarilla, políglotamente callado (dicen que domina tres idiomas al menos) iba a la sala 451, en silencio. Eso sí, cuando habla, habla. No decepciona. Lo malo es el apellido. Todos bajan la voz al pronunciarlo porque ¿cómo narices se pronuncia Houellebecq? La próxima vez que inviten a mi admirado Modiano, novel francés pero italianamente apellidado.
Una decena de librerías poblaba los pasillos. Qué ordenados se ven los libros ordenados. Qué guapos los libreros cuando los libros están colocaditos, qué guapas las libreras. Uno confesaba que quería vender mucho por dos razones: «Una porque así ganamos dinero, y la otra porque así no tenemos que cargar de nuevo los libros». Una librera de otro puesto aventuraba que sería ideal hacer la noche de los libros durante todo un fin de semana.
Lo que está claro es que la pétrea Noche de los Libros es una, y grande, noche exitosa, una noche donde centenares de personas deciden arrimarse al calor de los libros y sus alrededores. En los pasillos, David Leo, con el apellido perfecto para una noche como esta, se cruzaba con el autor de cómics José Pablo García, que se cruzaba con Isabel Bono, que se cruzaba con Fernández Patón, que se cruzaba con Trujillo, que se cruzaba con Bendodo, que se cruzaba con el director del CAC que, como Houellebecq (pronúnciese bajito), es Francés.
La Noche de los Libros es una noche buena. El viento amainó poco antes de empezar, así que no se llevó el viento a Houellebecq, grande cuando habla, o cuando escribe.
451 es la temperatura a la que arde el papel. 451º farenheit, dicen, mejor no comprobarlo, podemos quemarnos. La idea es buena. No la de quemar libros, sino la de convocarnos alrededor de ellos. Y un éxito rotundo conseguir que acudamos. El año que viene, más.
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