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J. M. ANDRÉS
Jueves, 26 de enero 2017, 01:20
Asegura Isabel Bono que no se considera escritora, sino que prefiere utilizar el gerundio «escribiendo» para referirse a su actividad literaria. Una labor que ha discurrido hasta ahora por los cauces de la poesía y en la que da un paso más con su primera novela, 'Una casa en Bleturge', un drama familiar intimista con el que conquistó al jurado del Premio Café Gijón en septiembre. La obra, que llegó la semana pasada a las librerias y ya ha alcanzado su segunda edición, cuenta la vida de un matrimonio de edad media devastado por la pérdida de un hijo, acontecimiento pasado en el relato y sobre el que gira la vida de la familia, con una hija que se siente culpable, un padre que es incapaz de quererla y recuerda el dolor de la desgracia con cada una de sus acciones y una madre que sueña con Bleturge, ese lugar que es «descampado y a la vez refugio al que escapar».
El valor de la novela, compuesta por retazos de una dramática cotidianidad familiar, reside en su originalidad, con una estructura fragmentada en capítulos de corta duración. La historia transcurre a través de pequeñas acciones, conversaciones e incluso susurros, todos ellos cocidos por la autora a fuego lento. A través de estos fragmentos construye la escritora el cuerpo de su obra, hecha de escenas que profundizan en cada uno de los personajes y muestran los traumas y cuentas pendientes enquistadas que conducen a la infelicidad.
«Cuando manifestaba mi intención de escribir sobre la familia me decían que Dostoyevski ya lo había contado todo, pero yo pensaba que éste no tenía mi mirada sobre el tema, sino la suya», señala la escritora malagueña, una autora visceral que rehúye de las redes sociales y recurre a la vida de la calle en busca de la inspiración. «Capto las conversaciones de las personas cuando camino y con esas frases construyo mis personajes. Se trata de un proceso caótico en el que hasta el final no sabes cómo van a encajar las piezas», explica.
El dolor y la soledad son las piedras angulares de un relato que no obstante, desprende sensibilidad. «Tengo amigos que me han dicho que han reído al leer el libro a pesar de tratar un tema tan dramático. No quería abrumar al lector con mi historia y por eso he añadido ironía al drama», puntualiza Bono, que califica el dolor como algo absoluto, que no es triste, sino que permanece. «Se nota que es una obra escrita por una autora que escribe poesía», destaca el escritor, crítico literario y miembro del jurado del Premio Café Gijón José María Guelbenzu, que recuerda la habilidad de Bono para fragmentar su obra y elogia su «indudable calidad literaria».
Valentía frente a tabú
Mercedes Monmany, que también formó parte del jurado del galardón, valora la valentía de la autora para desmontar un tabú como el del cariño en la familia a pesar de las disputas en el seno de la misma.
A pesar del reconocimiento de la crítica, Bono reconoce que aún le cuesta considerarse novelista, un calificativo del que prefiere prescindir hasta la publicación de una segunda novela. De sus palabras se desprende un profundo amor por la literatura y una defensa a ultranza de los libros y la lectura. «Sin cultura somos bárbaros y ésta se confunde últimamente con entretenimiento. Estoy segura de que esos que matan mujeres y ponen bombas no han leído un libro en su vida», asegura.
Por su parte, Bono aboga por escapar de la tiranía de las nuevas tecnologías y las redes sociales. «Facebook es actualmente la caverna de Platón, creemos que ahí están nuestros amigos y familiares pero son solo sombras. Yo necesito tocar y relacionarme en persona», defiende con vehemencia, mientras recuerda 'Juguemos con los Picotes', aquel libro escolar que le enseñó el poder de la lectura y desarrolló su imaginación antes de devorar las páginas escritas por Samuel Beckett.
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