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La Lupi, con un gesto que recuerda a La Paula.
Una Bienal contra el olvido

Una Bienal contra el olvido

La cita flamenca se abre con un tributo a Antonio de Canillas y el recuerdo a La Paula

Regina Sotorrío

Sábado, 4 de marzo 2017, 12:23

Dicen que es algo muy nuestro: tenemos mala memoria. Olvidamos a quien no está bajo el foco, a quien hace (o hizo) grandes cosas con una exposición pública pequeña. Un mal común que ayer trató de corregir la Bienal de Arte Flamenco de Málaga. La gala inaugural de la quinta edición contrarrestó anoche en el Cervantes esa amnesia con un homenaje a quien es historia viva del flamenco en Málaga y un recuerdo a quien fue parte y arte de la ciudad: Antonio de Canillas recibió emocionado el aplauso del teatro minutos antes de que La Lupi impactara con su transformación en La Paula.

Cantaor acostumbrado a levantar la voz en tablaos, ventas, fiestas y escenarios de todo tipo, a Antonio de Canillas (Canillas de Aceituno, 1929) ayer le podía la emoción. La suya no ha sido una carrera «de cara a la galería» como recordó Gonzalo Rojo sino a la sombra siempre del flamenco, como gran representante de los cantes del Piyayo y artífice de la saeta malagueña. «Un poco nervioso», incluso tembloroso, defendió esos cantes de Málaga sobre el escenario del Cervantes: «No los debemos olvidar, los que vivimos en Málaga tenemos que mirar por ella». Y se arrancó, por supuesto, por una malagueña y un verdial. Con gracia y ternura, Antonio de Canillas ponía fin al acto institucional de la inauguración, que contó con las intervenciones del presidente de la Diputación, Elías Bendodo;el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre; y el expresidente de la Diputación y amante del arte jondo, Salvador Pendón. Él fue anoche La voz del flamenco con un poético discurso sobre este patrimonio «enigmático, fascinante, monumental y vivo».

Después, la teoría se hacía práctica. El Cervantes viajaba entonces a la calle de los Negros, al patio de vecinos en el que esa gitana llamada La Paula derrochaba flamencura. Por alegrías, La Lupi fue más Paula que nunca, descalza y moviendo las manos como manda el ritual, de fuera para adentro. Poco a poco fue saliendo la fuerza de la bailaora malagueña, esa que le empieza por los pies y le recorre todo el cuerpo con un taconeo frenético. Era pura Lupi hasta que de repente un gesto trasladaba de nuevo a las fotos y retratos que se conservan de La Paula (con los brazos en jarra o en alto con los dedos índice y pulgar unidos).

Con unos tientos y unos tangos continuaba la fiesta flamenca en una Málaga imaginada en la que no solo estaba La Paula. Por allí asomaban el personaje de Matías («¡Y dice Matías!»), el limpiabotas, la Repompa con la guasa de sus tangos, los cantes del Piyayo, de Juan Breva... Un retrato de la otrora Málaga flamenca.

Tampoco La Lupi estaba sola en las tablas, siempre arropada por un excelente cuadro artístico que actuaba como un personaje más del espectáculo y por tres invitados de excepción. Ni abrió la boca cuando el Cervantes ya aplaudía a Miguel Poveda: cantó la copla La Paula de Miguel de los Reyes y La Lupi la bailó, todo un espectáculo. El barcelonés volvería después al escenario, casi al final, para poner voz a la locura de la gitana y a sus últimos días en la casa de las locas donde moría en 1978, con unas letrillas inspiradas en los textos que esos días se publicaban en la prensa. Hubo más: Juan de Juan conquistó a la audiencia con su baile racial, de los que no dan un respiro; y Virginia Gámez clavó su saeta.

Con dirección escénica de ÁngelRojas, La Paula sorprendió por el contenido, pero también por el continente, con una puesta en escena que jugaba con las luces y las sombras, que colocaba a los cantaores y al guitarrista en el patio de butacas y que cuidaba la estética al detalle. Para el recuerdo, para no olvidar.

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