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Antonio Javier López
Viernes, 20 de enero 2017, 01:49
Tiene José María Escalona un lugar «favorito en el mundo». Un pequeño páramo en la Sierra de Tejeda, poco antes de que el monte se convierta en risco. Hasta allí apenas pueden llegar los montañeros expertos. Y su familia, claro. Iban en cada vacaciones de Semana Santa y allí regresa Escalona a menudo. También ahora, durante la elaboración del proyecto que ayer inauguraba en el Centro Cultural Provincial María Victoria Atencia.
En ese recodo del monte hay una cuerda blanca suspendida en el aire como la soga de un ahorcado invisible, como el perímetro de un yacimiento arqueológico que busca los restos de la propia vida pasada de Escalona, que siempre juega al despiste entre lo real y lo inventado. Quizá sea las dos cosas.
Porque aquí Escalona (Málaga, 1987) se mantiene fiel a las claves de su trabajo: la dualidad, el paso del tiempo, la memoria personal, la fotografía como huella. Sólo que aquí, Escalona pasa de las habitaciones interiores de Los fantasmas vinculantes la sugerente exposición que brindó en el Espacio Iniciarte hace dos años a los exteriores. Porque aquí Escalona pone vallas al campo. Las vallas de las dudas.
«Pretendo que el espectador se replantee el concepto de la representación, en concreto, el supuesto poder de la fotografía como elemento para alcanzar una representación objetiva de la realidad», resume Escalona sobre el proyecto elaborado a partir de las ayudas a la creación del Injuve.
«Todo el proyecto trata sobre el paisaje como representación cultural, sobre la fotografía como trampa, como trampantojo», acota Carlos Delgado Mayordomo, comisario de la exposición En torno al paisaje, que podrá verse en las salas de la calle Ollerías hasta el próximo 28 de febrero.
El comisario explica que las dos salas en las que se divide el montaje sirven además para reunir dos series distintas pero enlazadas en el tiempo y en el hilo argumental. En el primer piso, Escalona reúne Las paradojas, una serie que hunde sus raíces en el año 2012 y en la que juega con la recreación del paisaje. Un pequeño invernadero y distintas localizaciones, de verdes vegetaciones a paisajes nevados, pasando por áridos caminos forestales. La naturaleza entonces entra y sale del invernadero en las fotografías y en varias instalaciones escultóricas.
Escalona desliza que las imágenes están tratadas de manera digital para girar la tuerca de las apariencias, de las dudas, sobre lo que es real y lo que no. Una cuerda de la que tira, casi en sentido literal, en la planta superior, donde Escalona ofrece la serie La dimensión del contacto. Del equilibrio entre el orden y el caos en la naturaleza. Aquí las fotografías están tomadas en diferentes localizaciones de la provincia y en todas ellas aparece una cuerda blanca, suspendida en el aire, formando un enigmático perímetro.
«La cuerda era el elemento más lineal y al mismo tiempo, el más sutil. Para mí es un recurso visual y conceptual, porque de una parte enlaza con ideas como atar o cercar el paisaje y, por otro, es algo que se integra en el paisaje y lo redefine, dejando una huella de mi presencia en estos lugares», aporta el artista.
Y Escalona da un paso más. Amplía esas zonas acotadas por las cuerdas en una nueva imagen, destilada en fórmula matemática, en dibujo vectorial, en mera mancha de color. O eso es lo que parecen.
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