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María Eugenia Merelo
Domingo, 10 de julio 2016, 02:33
El destino cruzó los caminos de Le Corbusier y de los Dólmenes de Antequera hace 66 años. El arquitecto suizo visitó el dolmen de Menga. «A mis ancestros», dejó escrito en el libro de registro del guarda uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, un incansable agitador cultural, que estaba convencido de la arquitectura podía cambiar el mundo. Ahora, el destino de los monumentos megalíticos antequeranos y el de uno de los más claros exponentes de la arquitectura moderna vuelven a cruzarse, en esta ocasión en Estambul. En la capital de Turquía arranca hoy la 40ª reunión del Comité del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (Unesco) que examina las nuevas candidaturas de bienes materiales (culturales, naturales y mixtos) a la Lista de la Humanidad, una ambicionada nómina que protege hasta ahora 1.031 tesoros situados en 153 estados a lo largo de todo el planeta.
Y en la cita de Estambul, el conjunto megalítico malagueño y la Casa Curutchet, junto a otras 24 obras de Le Corbusier, están invitados a tener un sitio propio en ese legado mundial de monumentos y sitios de gran riqueza natural y cultural que pertenece a toda la humanidad. La agenda de toda la semana está repleta y el viernes es la fecha fijada para que el conjunto megalítico antequerano obtenga un nuevo certificado en sus seis mil años de historia: su valor extraordinario para la humanidad. En unos días, el Sitio de los Dólmenes de Antequera será el primer monumento malagueño y el primer conjunto megalítico de Europa continental catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Se sumará así a la familia de sitios neolíticos megalíticos ya protegidos por la Unesco: el Hipogeo de Hal Safliéni y los templos megalíticos en Malta; Stonehenge, Aveburyu, los sitios asociados y el corazón neolítico de las Orcadas en Reino Unido, y el conjunto arqueológico del valle del Boyne en Irlanda.
En este selecto club aspiran a tener plaza Menga, Viera y El Romeral, un conjunto dolménico levantado por los primeros ocupantes de las tierras de Antequera para enterrar y rendir homenaje a sus muertos. Dos dólmenes y un tholos que siguen despertando fascinación y guardando muchos secretos de aquellos primeros arquitectos que desafiaron las leyes de la naturaleza para transportar y levantar enormes moles de piedra y poner los pilares de una arquitectura funeraria basada en el trabajo colectivo, una excelente manifestación de organización social de sus constructores.
Desde su construcción en el 4700 a.C, Menga un sepulcro de corredor, conforme a la tradición atlántica de dolmen de galería cubierta siempre ha estado a la vista y ha sido conocido. Sin embargo, antes de las documentadas lecturas científicas y arqueológicas, ha sumado una larga historia de miradas y exploraciones de las que salieron muchas leyendas, teorías druidas y míticas o cronologías erradas. Viera fue descubierto en 1903 por los hermanos José y Antonio Viera Fuentes, funcionarios del Ayuntamiento de Antequera, quienes lo llamaron inicialmente la Cueva Chica. Un año después, los hermanos Viera descubrieron el tholos de El Romeral. El hallazgo de estos últimos panteones despertó el interés de muchos investigadores nacionales e internacionales que empezaron a desentrañar la historia de los tres sepulcros megalíticos, obras excepcionales de la arquitectura y la ingeniería prehistóricas y referenciados entre los mejores de Europa.
Adquisiciones
Menga, Viera y El Romeral. La historia también tiene su precio y la memoria neolítica antequerana se pagó en pesetas. Tras una visita a Antequera, el rey Alfonso XII promovió la compra de Menga por 25.000 pesetas y su declaración como Monumento Nacional, lo que se consiguió en 1886. Fue uno de los primeros bienes patrimoniales protegidos en España y el primero de Málaga. En 1986, la Junta de Andalucía compró El Romeral a la Fábrica de la Azucarera, de la familia antequerana García Berdoy por cuatro millones y medio de pesetas. El ciclo se cerró en 2007, cuando la Consejería de Cultura permutó al Ayuntamiento de Antequera el dolmen de Viera y el suelo donde se asienta el museo por el edificio de los antiguos juzgados del municipio. Los tres monumentos estaban ya bajo la misma tutela, requisito fundamental para poner en marcha el conjunto monumental y una institución administrativa para ellos: el Conjunto Arqueológico de los Dólmenes de Antequera (CADA), creado en 1986, al que el arqueólogo y veterano gestor de la Administración andaluza Bartolomé Ruiz se incorporó como director en 2004.
El proyecto para construir la presa de Asuán en Egipto inundando los templos de Abu Simbel fue el detonante. Hace 57 años, la Unesco lanzó una voz internacional de alarma para salvar y proteger los restos de civilizaciones antiguas. El resultado las donaciones de 50 países permitieron acelerar las investigaciones arqueológicas y trasladar los templos a una zona segura. Fue el germen del tratado firmado en 1972 en la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, el cual, hasta la fecha, ha sido ratificado por 186 países, convencidos de que el patrimonio es una responsabilidad compartida y es obligación de la comunidad internacional velar por este legado y trasmitirlo a las generaciones futuras.
Los bienes que ingresan en la Lista de Patrimonio de la Humanidad ganan protección. La Unesco obliga a legislar para proteger y conservar los monumentos tutelados, al margen de los cambios de gobierno o de leyes. En los cico continentes, el organismo dependiente de la ONU vela por más de mil bienes materiales ya sean culturales, naturales o mixtos. Además, el organismo tiene una Lista de Patrimonio Mundial Inmaterial en el que están incluidos bienes como el flamenco o el silbo gomero.
Entrar en esta nómina mundial tiene una repercusión internacional y un impulso promocional que beneficia al monumento en visibilidad. Antequera ya lo ha vivido. Desde que en 2014 el Gobierno central proclamó la candidatura del Sitio de los Dólmenes, el aumento de las visitas ha sido constante. En 2015 tuvo 106.583 visitantes frente a los 95.691 de 2014. En los cuatro primeros meses de este año, 53.444 personas se han acercado a conocer el conjunto antequerano (frente a las 32.571 de 2015).
Bartolomé Ruiz, director del conjunto, está convencido de que estar en el selecto club cultural traerá «beneficios económicos importante para la ciudad, la comarca, la provincia y Andalucía». Sin embargo, como conservador del patrimonio histórico, pone el acento ahora en el aspecto patrimonial y cultural. «Será el momento añade en el que las diferentes administraciones españolas y europeas hagan una apuesta por el conjunto». En este sentido apunta que, «en el capítulo de las inversiones, entramos en la esfera del Gobierno de España». «Será el proyecto estrella de la Junta de Andalucía prosigue, puesto que es el segundo conjunto cultural que la Unesco reconoce en la comunidad. El primero fue la Alhambra y el segundo, Dólmenes de Antequera». Asimismo, Ruiz destaca que «vamos también a dar acceso a las dos administraciones de ámbito local la Diputación Provincial y al Ayuntamiento de Antequera, en lo que concierne a las competencias que el gobierno municipal tiene en relación con el territorio del sitio». En ese sentido, destaca que ya se han producido contactos entre el Ayuntamiento y la Diputación para llevar a cabo una intervención en el polígono industrial con la plantación de un millón de árboles.
«Estos son los primeros frutos que se van a conseguir. La organización de todas las administraciones que tienen competencias sobre el sitio y la apuesta presupuestaria e inversora de todas ellas», concluye.
Treinta años de conjunto y treinta años de andadura, con su altos y sus bajos, hacia la lista de la excelencia patrimonial, que puede tener final feliz la próxima semana. Porque nada más nacer el CADA, Amadou-Mahtar MBow, entonces director general de la Unesco, visitó el conjunto dolménico por invitación de Bartolomé Ruiz, en aquel momento director general de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura. MBow animó a la Junta a postular el sitio. «Pero en aquellos momentos, la consejería no supo, no quiso o no priorizó la candidatura», recuerda Bartolomé Ruiz.
Once años más tarde, en 1997, siendo Carmen Calvo la consejera y Rosa Torres delegada en Málaga, se elaboró un documento para la formulación del expediente del enclave que no tuvo mayor recorrido. «Salió de Málaga y murió en Sevilla», apunta Ruiz.
Candidatura y evaluación
En 2010, Nuria Sanz, alta funcionaria de la Unesco, visitó Antequera cumpliendo la misma misión que MBow. «Es el momento de impulsar la candidatura para que Antequera llene de contenido la Europa continental megalítica», animó la representante del organismo de Naciones Unidas. La visita de Sanz alimentó un nuevo impulso: un año después, la Junta de Andalucía elevó al Consejo del Patrimonio Histórico Español la candidatura para remitirla a la Unesco, que la incluyó en su Lista Indicativa en 2012. Un momento crucial se vivió en 2015: ese año el Consejo del Patrimonio Histórico Español ratificó en Plasencia la propuesta como la única candidatura española para ese año. En septiembre, los monumentos se sometieron a la misión evaluadora de la arqueóloga Margaret Gowen, designada por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos). Tres meses después, el panel de expertos del consejo se reunió en París y emitió un primer informe en el que reclamaba correcciones en el entorno urbanístico y un menor impacto visual del futuro museo del sitio. El plan de actuación presentado por el Ayuntamiento de Antequera y la Consejería de Cultura convencieron en París y, en mayo, el organismo internacional hizo público el informe definitivo de evaluación, tasando positivamente la candidatura y certificando el valor excepcional universal del conjunto antequerano.
Hacía falta un sólo criterio. Pero la candidatura de los monumentos funerarios malagueños está avalada por tres. Icomos certificó por triplicadosus valores: representan una obra maestra del genio creador humano; aportan un testimonio único, o al menos excepcional, sobre una tradición cultural o una civilización viva o desaparecida, y son un ejemplo eminentemente representativo de un tipo de construcción o de conjunto arquitectónico o tecnológico, o de paisaje que ilustra un periodo significativo de la historia humana.
Los investigadores
Ya sólo queda cruzar la línea de meta en Estambul. Menga, Viera y El Romeral frente a un objetivo que ya casi se toca y que no hubiese sido posible alcanzar sin un puntal fundamental: la investigación. Los investigadores han armado y sustentado desde el punto de vista científico el expediente de la candidatura. «Esto, dicho en una institución que carece de personal, tiene una explicación», puntualiza el director del sitio. «Hemos promovido la investigación en el conjunto añade Ruiz creando una plataforma y unas sinergias entre los equipos de investigación que funcionan en el territorio español y europeo, en las que han participado investigadores de la Universidad de Málaga, de Granada, de Sevilla, de Alcalá de Henares, de La Laguna y de la británica de Southampton». Congresos, cursos, seminarios, proyectos de investigación y una línea de publicaciones han bombeado en los últimos años el pulso investigador.
«Y también hemos recogido la gran cosecha, la gran investigación del profesor Hoskin de la Universidad de Cambridge», destaca Bartolomé Ruiz. Porque el arqueoastrónomo Michael Hoskin dio con la cuadratura del círculo de los Dólmenes de Antequera. Descubrió que, a diferencia de la mayoría de los dólmenes, que están orientados al sol, las construcciones antequeranas son especiales. La norma la cumple Viera, pero Menga mira a la Peña de los Enamorados, una montaña que recuerda por su forma un rostro humano durmiente, y El Romeral, a la singular sierra de El Torcal. Las investigaciones de Hoskin constataron que los dos espacios naturales a los que se orientan Menga y El Romeral, constituían espacios sagrados para las comunidades megalíticas, que compartían códigos religiosos y una noción de pertenencia tribal. La orientación diferenciada era la forma de rendir tributo a esos espacios. Una arquitectura consciente y programada para interrelacionar paisaje y arquitectura, algo hasta hora único en el planeta.
Le Corbusier reconoció y admiró en Antequera la arquitectura más antigua de Europa. Michael Hoskin descubrió que los arquitectos del pasado eligieron con precisión milimétrica el lugar para levantar un memorial a sus difuntos, mirando a espacios naturales llenos de magia y fascinación. Desde esta semana y en Estambul, los Dólmenes de Antequera mirarán para siempre al mundo, certificando que la arquitectura lo ha cambiado.
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