

Secciones
Servicios
Destacamos
José Antonio Garriga Vela
Sábado, 9 de julio 2016, 03:43
Me busco. Voy a los sitios por los que suelo perderme cuando necesito estar solo, pero no hay rastro de mí. Al llegar la noche, entro en el cuarto sin avisar y enciendo la luz con la esperanza de sorprenderme oculto en cualquier rincón. Hasta que cansado de buscar, me quedo dormido. Entonces sueño que voy paseando por la calle, me cruzo conmigo y no hago ningún gesto ni me salen las palabras. Como si no me hubiera visto o no quisiera verme. Me alejo de mí sin querer y con la sensación de que alguien me arrastra en sentido opuesto para impedir el reencuentro. Igual que si fuéramos en trenes distintos que se cruzan en una estación, se detienen, nos vemos, y en ese preciso instante los vagones reanudan la marcha hasta perdernos de vista.
La otra mañana fui a dar una vuelta y al llegar al Centro comprobé que también la ciudad había desaparecido. Me sentí un turista en mi propia ciudad. Compré un plano y busqué las calles por las que he paseado siempre. El plano confirmó el lugar donde estaba, sin embargo no reconocí las tiendas, ni los bares, ni las personas que caminaban con cámaras fotográficas y mirando hacia todos lados como si ellas también estuvieran perdidas. Pregunté a un desconocido cómo llegar a la calle donde vivo. Se disculpó por no entender mi idioma. Tengo la sensación de que a los demás transeúntes les ocurre lo mismo que a mí, sólo que ellos son extranjeros mientras que yo no sé lo que soy. Al final encontré el camino y regresé cansado a casa. Desde entonces, paso el día asomado a la ventana, como si estuviera en la habitación de un hotel, esperando verme volver.
Pasan los días sin que suceda nada especial. Las cosas que me llamaban la atención se han ido integrando en la rutina de la vida cotidiana hasta pasar inadvertidas. Me encierro, me pongo a pensar, busco mi sitio en el mundo, quizá entonces descubra al hombre que ando buscando. Hasta la fecha todos los intentos han resultado vanos. Desde hace tiempo no suena el timbre de la puerta, ni el teléfono, ni llegan cartas con los extractos bancarios. El otro día me cortaron la luz y tengo que buscarme a oscuras, como si jugara a la gallina ciega. Cuando se produzca el encuentro, temo no reconocerme. Me consuelo pensando que este trastorno me ha servido para volver a la niñez, por algo se empieza. De hecho, últimamente ando a gatas y descubro asombrado el mundo que me rodea dentro de casa. Cuando tengo hambre, me echo a la boca lo primero que pillo. Los problemas que antes me atormentaban van desapareciendo. El cielo se despeja. Las brumas desaparecen, vuelve la luz, y ahí estoy yo, llegando a casa. La vida viene a buscarme.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.