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Los jóvenes artistas malagueños, reunidos en una de las salas de la Colección Museo Ruso.
Un vivero para el talento local

Un vivero para el talento local

Una docena de jóvenes creadores malagueños han realizado obras específicas para el Pompidou y la colección rusa

Antonio Javier López

Domingo, 20 de marzo 2016, 01:56

El primer impulso fue negarse. Aquello, en apariencia, no tenía nada que ver con su trabajo. Le habían propuesto realizar un taller en la Colección Museo Ruso vinculado a la exposición temporal de Pavel Filonov. Y Emmanuel Lafont no estaba muy por la labor. Una visita a la muestra con el personal del museo le hizo cambiar de opinión. «No estamos acostumbrados a que nos traten así de bien...», desliza con un deje de melancolía el artista, que realizó la actividad el pasado mes de septiembre. «Me cambió incluso la manera de afrontar la profesión, mi manera de crear...», ofrece.

Lafont está sentado entre Paloma Peñarrubia y Violeta Niebla en una mesa de la cafetería del Museo Ruso compartida con media docena de jóvenes artistas malagueños. Todos ellos han presentado sus propuestas en la filial rusa o en el Centro Pompidou Málaga durante el año que ambos centros están a punto de cumplir. Vuelan las jarras con café, agua y leche; también con un par de tipos de zumo; circulan las primeras risas y los platos con algo de picar a una hora propia de segundo desayuno. Ya han pasado el trago de la sesión de fotos y poco a poco el ambiente empieza a relajarse.

Desde una esquina toma la batuta la poeta María Eloy-García, la más apasionada, con diferencia, de la reunión. «Lo primero que te llama la atención son las ganas del equipo del museo, el deseo de mezclar... de mezclar artistas, disciplinas, géneros, estilos...», defiende la escritora, que predicó con el ejemplo mestizo en una cita que combinó sus textos con música de El Cascanueces.

«El equipo, el equipo del museo... Eso es lo más importante...», repite, casi a modo de mantra, María Eloy-García. «Que te inviten a presentar una propuesta en sitios como estos eleva la exigencia que te impones a ti misma para estar a la altura», acota la poeta antes de que sigue Paloma Peñarrubia: «Cuando te sientes reconocido, produces mejor. En el museo están abiertos a propuestas y sientes que confían en tu criterio».

Peñarrubia llevó su investigación de «nuevas formas narrativas musicales» al Pompidou, donde la coreógrafa Ana Robles presentó al performance Óptica. «Creo que la visión sobre estos espacios está cambiando a través de la experiencia de los creadores locales», defiende Robles, en alusión a la desconfianza generada en algunos ámbitos del sector cultural, dado el carácter franquiciado de ambas filiales.

Lafont pone el dedo en la llaga. «Es verdad que a veces te sientes en la diana. Hay gente a la que parece no gustarle esa evolución desde espacios más alternativos hasta lo institucional», ofrece el artista, que cierra la frase levantado los hombros. «¡Eso es porque todos los artistas malos piensan que hay un boicot contra ellos a su alrededor!», suelta Eloy-García. Y el resto sonríe y asiente con la cabeza.

«Está el que no lo valora y el que lo valora por valiente», glosa Peñarrubia. Y hablando de valentía, Violeta Niebla admite el «vértigo» ante el próximo estreno de Hombro-cabeza-hombro, el montaje escénico que presentará en el Museo Ruso junto a Luz Prado y Alessandra García el 6 de mayo. «La obra viene al hilo de la exposición sobre la Sota de Diamantes y tratará sobre la colectividad y lo incorrecto como forma de acierto», avanza la creadora que, como el resto, recibió la invitación del museo para que presentase una propuesta de nuevo cuño para estrenarla en el centro.

Al mismo nivel

«Uno de los aspectos que más se agradecen es que no se genera un desnivel entre tú y el resto de las acciones que realiza el museo», arguye Lafont. Un ejemplo de esa integración efectiva llega con el montaje de Las cuatro estaciones en el arte ruso, la exposición anual en Tabacalera que hace convivir las obras del Museo de San Petersburgo con cuatro videocreaciones de artistas malagueños.

Uno de ellos es David Triviño. «Me hicieron la propuesta para realizar una obra sobre el verano, así que pensé en hacer una oda al aburrimiento. Construí en casa un cubo con las mismas dimensiones que la pared donde se iba a proyectar y me puse en marcha», recuerda el autor, que comparte presencia en Las cuatro estaciones del arte ruso con Cristina Martín Lara, Javier Artero y Leonor Serrano Rivas, distinguida, esta última, con el Premio Arte Joven en la pasada última edición de Arco.

El protagonismo creciente de los jóvenes creadores malagueños en la agenda de los nuevos museos ofrece dos nuevos ejemplos en los actos organizados con motivo del primer aniversario de ambos recintos. Ayer mismo, Alberto Cortés y Andrea Quintana mezclaban danza y teatro en Hollywood, la pieza desarrollada en el Pompidou que sirve como aperitivo de su programa de celebraciones.

También en el Cubo intervendrá José Medina Galeote el próximo día 29. El artista antequerano tiene prevista una acción pictórica que promete ser impactante y que le convertirá en el primer autor local que interviene de manera directa sobre las instalaciones de la franquicia. Antes que Medina Galeote, el artista malagueño Marc Montijano ya firmó una obra en las salas de la filial. Fue la performance Las dos naturalezas (Metamorfosis XXI), escenificada el pasado verano. «Utilicé 40 modelos y un kilómetro de cuerda...», rememora Montijano durante el desayuno en el Museo Ruso. «Lo primero que te llama la atención es el trato del personal del museo. Conocían mi trabajo y estuvieron en todo momento abiertos a los planteamientos que hacía. Es una forma de trabajar que no abunda demasiado, al menos en el entorno cercano», reflexiona el artista.

«Me da igual si suena un poco cursi. En mi opinión, estos equipamientos y, sobre todo, sus equipos, suponen un rayo de luz que nos ha recordado que hay otra forma de trabajar, además de la que ya nos resultaba más habitual», sigue Montijano mientras todos los demás le dan la razón. «No sé si estoy siendo inocente, pero en estos museos, las conexiones políticas a la hora de organizar y plantear el trabajo no son tan evidentes. En otros casos, sí», lanza Emmanuel Lafont. Y vuelve a obtener la respuesta afirmativa del resto de la mesa.

«No se pueden hacer caminos cortos. Tiene que haber un camino largo en el desarrollo cultural», reivindica Ana Robles justo después de que Peñarrubia esgrima: «Tenemos que profesionalizar nuestra labor. No es sólo llegar y hacerlo, es mantenerte. Cuando conoces esta manera de trabajar, ya no quieres volver a lo otro».

A partir de una idea

Toma la palabra Violeta Niebla. La artista casi no ha abierto la boca, pero al final se anima. «Cuando se pusieron en contacto conmigo, apenas tenía una idea muy embrionaria en la cabeza. Creo que a todos nos han invitado a presentar nuestras obras y sólo eso ya supone un reconocimiento, pero también una responsabilidad. Siento que me están valorando, que respetan mi criterio y que ponen todo de su parte para que el proyecto salga adelante de una manera siempre consensuada y respetuosa. Es una pasada, vamos...».

Esa idea en la cabeza de Violeta Niebla se convertirá en realidad dentro de un mes y medio. «Me han abierto la puerta, pero a la vez me siento incómoda. Cada vez que pienso en el 6 de mayo siento vértigo, pero eso es también lo que te ilusiona», comparte la polifacética creadora.

Al final han sido casi dos horas de charla. Toca levantar la sesión y el vaso, al contrario de lo que suele suceder en estos casos, ha quedado más que medio lleno. No el de zumo, el vaso del presente y del futuro.

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