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Alberto Gómez
Miércoles, 16 de diciembre 2015, 00:38
Era una fragata de guerra de tres mástiles y catorce cañones la que interrumpía el horizonte malagueño durante la segunda semana de diciembre de 1900. Procedía de Alemania, pesaba más de 2.800 toneladas y cobijaba a 470 tripulantes. Su nombre homenajeaba a August Neidhardt von Gneisenau, militar prusiano que había tenido un destacado papel en las guerras napeoleónicas. La embarcación permanecía anclada a las afueras del puerto de Málaga a la espera de recoger a un diplomático para salir rumbo a Mogador, donde iba a defender los intereses imperialistas en el norte de África, pero el día 15 de diciembre el cielo de la ciudad ennegrecía por momentos. La Comandancia de Marina advirtió al comandante Kretschmann de que un fuerte temporal proveniente de Levante se adueñaría de la costa en pocas horas, por lo que invitaba al Gneisenau a entrar en el recinto portuario. El comandante alemán rechazó la invitación alegando la tranquilidad de las aguas mediterráneas y el poderío del buque, un error que el 16 de diciembre de aquel acarrearía fatales consecuencias.
Hace exactamente 115 años que los vientos huracanados rompieron una de las anclas de la fragata. Los esfuerzos del comandante por salir de aquella situación crítica resultaron inútiles y el segundo ancla también fue destrozado por el temporal. La cercanía de las rocas complicaba la evacuación de la tripulación. El diario La Unión Mercantil lo relató así: «Los botes tan pronto se llenaban de náufragos como se hundían en el mar, arrastrando la carga de muchos hombres que se confundían con las irritadas olas. Otros eran empujados contra las piedras, abriéndose la cabeza, rompiéndose los brazos y las piernas».
Decenas de malagueños, sobre todo marineros, fueron testigos de la tragedia y se organizaron, de forma espontánea, en grupos de socorro. Algunos lanzaron sus pequeños barcos pesqueros al mar para auxiliar a las víctimas, otros arrojaron cuerdas y otros elementos que podían servir como salvavidas y los más valientes se lanzaron al oleaje para rescatar a los náufragos. Más de cuarenta tripulantes murieron aquel día, entre ellos el comandante Kretschmann, y algunos rumores no confirmados de forma oficial llegaron a indicar que doce malagueños perdieron la vida en las labores de ayuda. Los heridos más graves fueron trasladados al Hospital Noble y Cruz Roja instaló numerosas camas en el Ayuntamiento para el resto de supervivientes. Los cuerpos de los fallecidos fueron enterrados en el cementerio inglés, donde un solemne monumento de cobre y granito recuerda el hundimiento junto a un trozo de madera de la fragata.
Días más tarde la prensa europea se hizo eco del suceso. El valor de los marineros malagueños fue alabado en diarios alemanes, británicos e italianos. El hispanista germano Johannes Fastenrath escribió una carta de agradecimiento al escritor malagueño Narciso Díaz de Escovar: «Los alemanes, conmovidos, por pruebas tan evidentes de abnegación y valor insuperables, damos nuestros corazones a los dignos hijos de la siempre heroica y siempre benéfica España, y rogamos a Dios que derrame sus bendiciones sobre cada marinero malagueño». La reina consorte María Cristina, un año después del naufragio y en nombre de su hijo Alfonso XIII, concedió a Málaga el título de Muy Hospitalaria que hoy aparece en el escudo de la ciudad.
Ayuda en 1907
Siete años después del hundimiento del Gneisenau, Málaga sufrió una de las peores catástrofes torrenciales de su historia. Durante la madrugada del 24 de septiembre de 1907, las fuertes lluvias acaecidas en la provincia provocaron una nueva riada del Guadalmedina que causó más de veinte víctimas mortales en la capital y derribó numerosos puentes, entre ellos el de Santo Domingo. La noticia llegó hasta Alemania y el emperador Guillermo II aportó una cuantiosa suma de dinero a la recogida que había iniciado la colonia alemana en Málaga. El dinero sirvió para construir un puente metálico donde antes estaba el de Santo Domingo. La pasarela es conocida popularmente como el puente de los alemanes.
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