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El busto de Juan Temboury a los pies de la Alcazaba reconoce su gran labor en la recuperación y conservación de este monumento.
Juan Temboury, con él llegó la modernidad

Juan Temboury, con él llegó la modernidad

Se cumple medio siglo de la inesperada muerte de este personaje central de la cultura del siglo XX. Restaurador de la Alcazaba, fue la primera persona que reivindicó a Picasso desde Málaga

Francisco Griñán

Sábado, 26 de septiembre 2015, 00:09

No era un hombre de su tiempo. Le llevaba bastantes hojas de adelanto al calendario. Tanto que incluso chocó contra su época y contra el pensamiento único de la dictadura. Y también contra los excesos del sistema anterior, la República. Intelectual, investigador, arqueólogo, conservador, autoridad en orfebrería, gestor cultural y defensor de causas artísticas perdidas, Juan Temboury era el hijo de una familia de comerciantes de origen francés que, en lugar de pensar en empresas con las que llenarse el bolsillo, prefirió buscar los beneficios en la cuenta de resultados de la pobre cultura malagueña de la primera mitad del siglo XX. Su repentina muerte, del que este 26 de septiembre se cumple medio siglo, no le impidió acabar proyectos personales, principalmente con la monumental restauración de la Alcazaba, pero dejó también un gran legado inconcluso que marcó la líneas de la Málaga del futuro: puso las bases del inventario del patrimonio artístico de la provincia, impulsó las excavaciones arqueológicas en un Teatro Romano al que la oficialidad prefería mantener enterrado y, especialmente, reivindicó a ese hijo pródigo que también muchos querían sepultar, Pablo Ruiz Picasso. En ese medievo cultural y provinciano del siglo pasado, Juan Temboury (Málaga 1899-1965) fue el hombre de la modernidad.

«Recuerdo el día que llegó a casa emocionado y nos dijo: ¿No os vais a creer lo que ha aparecido a los pies de la Alcazaba? Un vomitorio impresionante de un teatro de la época romana», relata María Paz Temboury que, en aquellos años cincuenta, era solo una niña, pero no olvida el entusiasmo contagioso de su padre con todo lo que tenía que ver con la cultura. De pequeña, lo acompañaba a las obras de restauración de la Alcazaba, un trabajo que duró décadas, pero que Juan Temboury logró hacer torres almenaras salpicadas por la costa malagueña o las iglesias de la provincia. «Le ayudaba con las mediciones y las notas», rememora la hija de este ferretero que dedicó buena parte de su vida a levantar acta del patrimonio histórico malagueño.

Cámara en ristre, Juan Temboury documentó con más de 12.000 fotografías y fichas el Inventario Artístico de Málaga y su Provincia. Un trabajo colosal que no pudo concluir, pero que, junto a su colección de libros de 1.581 títulos, pasaron a formar parte del Legado Temboury que la viuda del intelectual, María Victoria Villarejo, cedió a la Diputación Provincial en 1978. «Temboury nos dejó un archivo único y extraordinario que ha sido aprovechado por muchas investigaciones universitarias que, por ejemplo, ha accedido al patrimonio malagueño que se perdió a comienzos de los treinta con la quema de conventos», señala el profesor de la UMA Antonio Garrido Moraga, que subraya la «generosidad enorme» de la familia al legar el trabajo de toda una vida. Un archivo al que el ente supramunicipal se ha encargado de abrir las puertas de Internet con su completa digitalización al servicio de investigadores y de cualquier ciudadano interesado en el patrimonio cultural.

Entre esos estudiantes que aprendieron gracias a los trabajos de Juan Temboury está el hoy director de los museos Revello de Toro y del Patrimonio Municipal, Elías de Mateo, que recuerda haber comprado y repasado sus indispensables Informes Histórico-Artísticos de Málaga. «Falleció en el año 1965 y no lo traté personalmente, pero como investigador he tenido que recurrir a su archivo constantemente», explica del historiador que, en 1999, se encargó de organizar los actos del centenario de este incansable agitador cultural y coordinó el libro La vida y obra de Juan Temboury (2001). «De todo aquello saqué una conclusión y es que Juan tuvo un proyecto cultural para Málaga que además supo desarrollar», asegura De Mateo, para el que el ensayo La orfebrería religiosa en Málaga (1948) es la principal obra publicada como investigador ya que fue «un estudio sobre la platería pionero en España».

Republicano superviviente

Juan Temboury fue además uno de esos pocos casos que supieron vivir en la República y, después, en la dictadura. El profesor Antonio Garrido explica que tenía una mentalidad liberal republicana «como podía ser Azaña». Una «simpatía» democrática que confirma también Elías de Mateo, que recuerda como Temboury es nombrado antes de la guerra civil Delegado de Bellas Artes en Málaga, lo que permitió precisamente impulsar la recuperación de la Alcazaba en los años treinta. Una restauración a veces discutida, pero fundamental para que el monumento llegara a nuestros días. Aquel cargo situaba al intelectual malagueño en una posición comprometida tras la entrada de las tropas de Franco en Málaga en 1937. Pero no fue así.

El gran valedor de la Alcazaba es nombrado concejal de Cultura en el primer Ayuntamiento que surge tras la llegada de las tropas rebeldes. «Se plantificó la camisa azul», explica Elías de Mateo, que además da dos claves de la supervivencia de Temboury: «A su hermano lo había matado el bando republicano y además Juan pertenecía al Club Rotario, que después fue perseguido por Franco como a los masones, pero en aquel primer equipo municipal de Málaga todos los concejales pertenecían a este lobby». «Es un caso paralelo al del poeta sevillano Joaquín Romero Murube, que estuvo con la República y después con el franquismo», añade Garrido Moraga, que también recuerda el espíritu crítico del personaje. Con unos y con otros.

Así, tras la quema de conventos de los años 30, Juan Temboury no se mordió la lengua para criticar al gobernador civil por la actitud permisiva con los desórdenes públicos y la destrucción del patrimonio religioso. Lo mismo se puede decir del Teatro Romano, cuyo emocionante descubrimiento a comienzos de los 50 fue enfriado desde Madrid cuando se intentó justificar que no se trataba de un hallazgo tan importante como para derribar la recién construida Casa de la Cultura sobre aquellos mismos terrenos. Temboury no paró hasta conseguir apoyos, como el del falangista José Utrera Molina, que en 1958 pidió otra ubicación para el edificio de la polémica.

«No era nada político, sino que buscaba siempre el bien para Málaga», afirma María Paz Temboury, que señala que, tras la guerra, fue nombrado de nuevo Delegado de Bellas Artes, puesto que ocupó hasta su fallecimiento. En cuanto a los reconocimientos, la lista parece interminable. Orden de Alfonso X el Sabio en 1943 o Hijo Predilecto de Málaga en 1947, además de miembro de las reales academias de Historia, San Fernando de Madrid o Bellas Artes de San Telmo. Precisamente, esta última institución no dejará pasar el aniversario del académico Juan Temboury y ha programado para el próximo juves día 24 una conferencia de la catedrática Rosario Camacho sobre su vida y su obra (salón de actos de la Hermandad del Sepulcro, calle Alcazabilla, 20 horas).

Nunca cobró nada

En los años sesenta también se escuchó la voz crítica de Temboury al alterarse la fachada marítima de Málaga con la construcción del hotel Málaga Palacio que, además, ocultó la catedral con su torre de habitaciones suplantando a la de la inacabada pero singular Manquita. «Fue un hombre con espíritu crítico que, además, nunca cobró nada de la Administración ni como Delegado de Bellas Artes, ni como concejal ni como conservador de la Alcazaba», subraya Elías de Mateo, que recuerda que el negocio de la familia, la popular ferretería La Llave, le dio «una independencia económica que él decidió invertir en horas de investigación y en la gestión cultural para Málaga».

Ese intelectual comprometido y de espíritu decidido, era también un hombre «entrañable y cariñoso» de puertas adentro. Así lo recuerda María Paz Temboury, que retiene la imagen de su padre sentado en su despacho «rodeado de papeles» o asistiendo a los conciertos de la Sociedad Filarmónica. «En casa le encantaba escuchar a Beethoven, Tchaikovsky o Debussy; no era de compositores barrocos», rememora su hija, que también rescata la agitación de su padre cuando recibía carta de Pablo Ruiz Picasso. Como un tesoro familiar todavía se guardan las felicitaciones navideñas con la paloma picassiana y las palabras manuscritas del pintor malagueño.

Toda aquella documentación, con numerosas cartas entre Temboury y el secretario del artista, Jaume Sabartes, tenían un propósito. «Estaba empeñado en crear un Museo Picasso en Málaga y soy de los que piensa que, si no fallece de un infarto en 1965, hubiera sido una realidad mucho antes de lo que finalmente fue», sostiene Elías de Mateo, que dibuja a un Temboury con un protagonismo central en la cultura malagueña del siglo XX que fue capaz de «seducir» al mismo Picasso. «Aunque a veces se ha silenciado, lo cierto es que la idea del museo fue suya», corrobora Garrido Moraga, que señala que el delegado de Bellas Artes fue «la primera persona que se preocupó de que Picasso volviera a Málaga y, entonces, estaba solito».

Sus últimas palabras

La primera carta con destino a París salió de Málaga allá por 1953. Y su lectura deja claro que Temboury estaba dispuesto a traer de vuelta a Picasso: «Nadie puede abandonar su sombra y Vd. tal vez, sin saberlo, siempre ha tenido en su obra el subconsciente más sublime de su tierra». Ese empeño personal del intelectual se convirtió en cercanía postal y en la llegada del denominado Legado Sabartes, una colección de libros ilustrados, que Temboury depositó en el Museo de Bellas Artes para inaugurar la sala Picasso en 1964 como embrión de un proyecto mayor. Toda aquella relación espistolar pasó a formar parte de los fondos del Museo Picasso cuando en 2003 la viuda del que fue delegado de Bellas Artes y conservador de la Alcazaba, María Victoria Villarejo, cedió los documentos a la pinacoteca por la que tanto había luchado y soñado su marido.

Temboury no tenía planes de irse. Y por eso, la muerte le pilló trabajando. Un domingo por la mañana de hace medio siglo. «Estaba escribiendo en su mesa, se levantó, fue a su habitación y...», se corta su hija María Paz, que añade un epílogo que nadie esperaba. Cuando ordenaron su escritorio, comprobaron estupefactos que estaba escribiendo sobre una cruz del cementerio de Ronda con unas palabras premonitorias. Hoy día, todavía sobrecogen: «...Manos piadosas la repararon, amparándola junto a la paz de los muertos».

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