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Tu microrrelato en SUR

Tu microrrelato en SUR

Regresan las narraciones cortas a estas páginas los domingos. El tema es libre y las creaciones no deben superar las 150 palabras. Escribe una historia breve y envíala a la dirección microrrelatos.su@diariosur.es

PPLL

Sábado, 5 de septiembre 2015, 23:55

María José Carrera. La mano

Los torpes pasos del infante desembocaron en una desafortunada caída. Alzando la mirada, topó con cinco cuidadas uñas, esmaltadas y brillantes como los juguetes con que se entretenía en la seguridad de su cuna.

La joven tecleaba con agilidad sobre la superficie iluminada de su tableta, en un afán de digitalizar sus apuntes y ante la mirada curiosa de su abuelo, sorprendido por la desenvoltura con que los dedos dominaban aquel mundo informático.

La gota de sangre emanó, oscura y densa, de la yema del dedo de la señora que, disgustada, se apresuró a limpiarla para poder continuar con la impecable pieza de encaje nacarado que confeccionaba.

El estudiante de medicina observó con tedio los incontables tendones y los numerosos huesecillos que integraban la extremidad, escuchando de fondo las admiraciones de sus compañeros, fascinados por su calculada funcionalidad. -Bah- pensó-, si no es más que una mano.

Alberto J. Vargas. Amada rutina

Inés ama su rutina. Se siente segura en ella. Cualquier novedad, cualquier imprevisto que rompa su repetitiva programación semanal la hace sentirse inquieta y la convierte en la mujer malhumorada que no quiere ser. Como hoy es lunes, toca poner la lavadora exclusivamente con las prendas de su marido. Así camisas, pantalones, calcetines y ropa interior estarán ya mañana dispuestos para ser planchados y cuidadosamente colocados en el armario de él. Como siempre. Y como siempre, el olor floral del suavizante le traerá el recuerdo de esas flores que cada domingo coloca con el mismo esmero en la lápida del único hombre que durante tantos años compartió su amada rutina.

Antonio Vega. Ideas para mi regalo de cumpleaños

Regálame miradas de deseo, besos de pasión, que me saquen de este amor basado en la costumbre, donde noto que se me pasa la vida navegando en un mar donde se prohibieron las caricias en el que el deseo, aunque se resiste a morir ahogado, inventando mil disfraces que hagan volar la imaginación, sufre la ausencia de cariño.

Si no puedes, regálame un cinturón de cuero bonito, que llevo mas de diez años con el mismo.

Francis Jiménez. Manhattan

Manhattan era un sitio donde la luz de las tulipas verdosas se mezclaba con el humo volviéndonos pardos y valientes. Allí donde los corazones frágiles y las almas ennegrecidas bailaban al ritmo de un vaso ancho.

Engaño a mi mujer y ella lo sabe, ese es el trato. Cada día, cada semana, cada mes. En la misma esquina de la barra, tras la misma cortina de humo.

Al fondo un perfil femenino, tras la neblina. Es un cuello flácido, es una cabeza gacha. Es fácil pensé. Podríamos salir juntos de este antro dije.

Brillaba una alianza en su mano. Apenas podía hablar o caminar. La tumbé en el sofá de mi salón, durmió enseguida. Acaricié un rostro corroído. Atroz.

Giré. Sobre la mesa, la imagen de mi boda en un marco caoba. Allí estaba ese rostro, junto a mí. Era un rostro dichoso, esperanzado. Un rostro de hace veinte años.

Marina Morales Mangas. Nunca pensó

Nunca pensó en las consecuencias de sentarse a su lado y sonreír.

Francisco García Castro. El tallador agudo

Cuando acabó, guardó la gubia y se alejó. Con un nudo en la garganta.

Jorge Jiménez Rendón. Omnisciente de secano

Creía saberlo todo, hasta que lo arrojaron por la borda a un mar de dudas.

Antonio Villalba Moreno. Mimosas

Anoche olvidé cerrar la ventana del salón. Siempre lo hago desde que mi novia me abandonó. El jardín situado frente a casa desprende un olor que me evoca su presencia, es el de las mimosas, está repleto. Su fuerte aroma se cuela en mi casa apoderándose de mis recuerdos. Me asomo para ver el amarillo que domina el lateral que alcanza mi vista y allí está ella, despidiéndose del invierno. Es una alucinación producto de la nostalgia, pero a pesar de saberlo le grito que suba. No lo hará. Me sonríe. Entro en el baño para asearme. Al salir tropiezo con un objeto que ha cambiado de lugar, un jarrón repleto de mimosas. Se balancea pero no cae. Me percato que junto a él hay una nota: «Que tengas una primavera olorosa». La guardo en el último libro que ella me regaló. Lo abro por la dedicatoria. Es la misma.

Nerea Guitart. El vestido

«Lo abstracto atrae a muy pocas personas. A la gente no le gusta hablar de cosas que no saben exactamente lo que son ni le gusta opinar de algo que no pueden ver con claridad. Esa delicadeza simplemente no es para todo el mundo. Imagínate la confusión que provocarás si te ven aparecer con ese estrambótico vestido, será la misma que la de un niño al descubrir un nuevo color. Por eso querida, te recomiendo que escojas una blusa clara y esta falda beige. Un conjunto que irá perfecto para ti y realzará tu estupenda figura», finalmente concretó la dependienta con decisión.

A María sí le gustaba aquel extraño vestido, sin embargo, el discurso impecable de la mujer la dejó sin argumentos. Compró el conjunto y salió de la tienda. Una vez más, aplazó su cita con la originalidad para otro día más rebelde, otro día en el que se pudiera permitir el privilegio de ser diferente.

Nieves MN. Lacertilla

Me encuentro en un callejón donde los lagartos inundan las paredes. Se trata de innumerables dibujos iguales y a la vez distintos, únicos cómplices del delito que se había cometido años, meses e incluso minutos atrás.

A mi alrededor, una nube flota arrastrando con ella cierto olor a jazmines. Parece una intrincada mezcla entre lo etéreo y lo opaco, centelleando en la oscuridad y tiñendo los lagartos a su paso con un manto de melancolía. He intentado tocarla, pero se desvanece. De súbito, adquiere una forma corpórea y mi cuerpo se estremece, pero reúno la valentía suficiente como para hablar.

Transcurrieron los años y volví a pasar por aquel callejón. Ya no quedaba ninguna pintada, pero en ese instante recordé la historia de aquella mujer que pintaba lagartos en las paredes para sentirse libre. Pero no la vi.

Sin embargo, pude reconocer un olor bastante peculiar.

Jazmines, tal vez.

Gloria Fernández Hernández. Vidas

Le dio tiempo a apretar el claxon varias veces instando al coche de delante a moverse más deprisa a la vez que pisaba el freno hasta el fondo tratando de no embestirlo. También a mirar rápidamente por el retrovisor, Carlos jugando con su videoconsola. Su cerebro hizo un último cálculo a la velocidad de la luz y concluyó: menos mal que nos quedan tres vidas. Porque el impacto fue brutal.

María J. García. Azul marino

Por allí no podíamos dar un paso sin evitar los garrotazos de esa gente uniformada, que se habían empapado en soberano para aumentar su valor y contundencia. Cuando estaba a punto de pedir papel higiénico la voz de la muchacha con traje azul marino fue tajante: Tranquilo, somos una pareja normal que pasea. Todavía no me lo creo, pero funcionó.

La Prolongación era una escombrera oscura y llena de ladridos. Huimos cobardemente y eso fue el principio de una gran amistady algo más.

Un día todo aquel pánico reventó. Éramos libres. Cada uno podía tener sus propios temores, sin necesidad de sentirnos solidarios más que una vez cada cuatro años. Perdimos nuestro disfraz de héroe y nos fuimos a unos grandes almacenes a celebrarlo con el carro.

Hoy, cuando me acuerdo de aquellas historias, no puedo evitar sentirme solo y el miedo vuelve aunque sea distinto.

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