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PABLO MARINETTO
MÁLAGA.
Miércoles, 8 de noviembre 2017, 00:16
Hace un par de años, en una de sus clases, a Francisco Guerrero le vino a la cabeza un recuerdo de cuando era niño que le paró el corazón. Durante una de sus vacaciones en Torre del Mar, solía ver a un señor desaliñado y ... andrajoso al que la gente le lanzaba monedas que él recogía con la boca. Se mofaban de él y le decían: «Julio, haz la gaviota». Entonces se tiraba al suelo y aleteaba.
Ese recuerdo fue el primer contacto que este profesor de Atención a la Diversidad de la Universidad de Málaga tuvo con el autismo. Y aunque no lo supo hasta mucho tiempo después, la historia ha permanecido hasta hoy grabada en su memoria.
uTítulo 'El hombre que recogía monedas con la boca'.
uAutores J. Francisco Guerrero y Ana Paula Zaragoza.
uEditorial Aljibe.
Precio 18,50 euros.
Presentación Hoy a las 18.00 horas en la Facultad de Ciencias de la Educación.
Hoy ese recuerdo de la infancia sirve de título para su libro 'El hombre que recogía monedas con la boca', una obra escrita junto a la maestra de Educación Primaria y doctora en Pedagogía, Ana Paula Zaragoza, que habla del autismo con un enfoque diferente. La presentación tendrá lugar hoy 7 de noviembre a las 18.00 horas en la Facultad de Ciencias de la Educación.
-¿Cómo surgió la idea para el libro?
-Llegó a mi conocimiento la historia de una madre que tenía un hijo con autismo y a la que le gustaría que alguien estudiara su caso. Por otro lado, una antigua alumna -Ana Paula Zaragoza- buscaba un argumento para una tesis doctoral así que le ofrecí la posibilidad y ese fue el inicio de todo. Con mi aportación al libro he tratado de explicar y dar una visión algo más original de lo que es el autismo que no por ello es mejor, simplemente es diferente.
-¿Por qué decidió enfocar su carrera a la atención a la diversidad?
-Estudié Filología Hispánica y Pedagogía y dentro de ella la atención a la diversidad era lo que más me atraía. Hay otros ámbitos que también son muy interesantes pero no me apasionaban. El autismo, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), el Síndrome de Down... Son los temas que me gustan. Sobre todo porque implica estar del lado de los más desfavorecidos. Los que más sufren. Aunque se ha avanzado mucho, uno de los principales problemas que tienen estos colectivos es la incomprensión de la sociedad.
-¿Hasta qué punto esta involucrado?
-Fuera del ámbito académico, creo que colaboro con casi todas las organizaciones que existen. No solamente del ámbito de la diversidad. También colaboro con Cruz Roja y con la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga. De hecho, visito a lo largo del año asociaciones y centros ocupacionales con mis alumnos para que conozcan la realidad de primera mano.
-¿Cómo son sus clases?
-No pongo exámenes y me gusta conocer lo que llamo el mundo subjetivo de los alumnos: sus impresiones de las clases y sus problemas, porque todo ello condiciona su aprendizaje. Además, por supuesto, las salidas para conocer organizaciones que he comentado antes y los expertos que traigo a la facultad. Cuando hablo de autismo traigo al Equipo SIDI de Málaga que es de los mejores y a una serie de profesionales y padres. Me gusta que los alumnos hagan una inmersión en alguno de esos contextos o puntos de vista. Lo más cómodo sería quedarnos en la Facultad, pero sería muy poco enriquecedor.
-¿Ve receptivos a sus alumnos?
-Absolutamente. A los alumnos hay que motivarlos. Si consigues emocionarles y transmitirles que te interesa su aprendizaje y lo que les enseñas les resulta atractivo, interesante y ameno, el alumno va a permanecer atento, en general, casi siempre. Si alguien no atiende, me atribuyo la responsabilidad porque eso quiere decir que no he sabido conectar con ellos.
-Entonces usted no cree que la juventud vaya a peor...
-No, al menos no en mis clases. Me apasionan esos momentos casi mágicos en los que tanto ellos como yo estamos inmersos en una interacción didáctica que nos motiva a ambos. Veo que cada vez los alumnos son más receptivos e inteligentes y no entiendo las opiniones que contradicen esta idea.
-Ha mencionado con anterioridad que la sociedad cada vez es más comprensiva. ¿También lo son sus alumnos?
-Creo que sí. De alguna forma ambas cosas van de la mano. El avance que se tiene ahora mismo no es el que había antes. Treinta y un años en la Facultad son muchos. En aquella época se estaba debatiendo la ley de Integración. Había muchos problemas con este tema e infinidad de anécdotas que entristecen al recordarlas. Una de las principales cuestiones que se planteaba era si era bueno para los niños con diversidad estar integrados en un centro normal, pese a que todos los estudios demostraban que sí. Eso ya no se plantea. Ahora a los alumnos no les llama la atención que en su clase haya un compañero sordo ciego, por ejemplo o un chico en silla de ruedas. Eso era impensable hace unos años.
-Pero aún así, hay centros específicos para personas con necesidades especiales...
-Es que hay que remarcar que hay personas gravemente afectadas y que requieren servicios especializados. En centros como Santa Rosa de Lima, algunos chicos van con bombonas de oxígeno o en camilla y eso, desgraciadamente, hace muy difícil su adaptación. Yo siempre defenderé la inclusión, llevo más de treinta años haciéndolo. Pero también creo que estos centros son necesarios y que los profesionales que trabajan en ellos hacen una labor encomiable.
-¿Cualquier docente está capacitado para trabajar con personas con diversidad funcional?
-En España, por ley, en un aula puede haber todo tipo de diversidad, por lo que es un deber más. Además, la Constitución reconoce una serie de derechos para estas personas, igual que para el resto. Faltaría más. No obstante, algo distinto es si hablamos de la profesionalidad del docente. Como en todas las ramas, hay gente competente y gente incompetente. Pero hacerse cargo de enseñar a estos alumnos no es una opción. Es algo obligatorio.
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