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Alvaro Frías
Viernes, 10 de julio 2015, 14:25
Hace unos días, Diego vio un poco de humo a la altura de Fuengirola cuando caía el sol. Se encontraba en la pequeña finca que tiene en Ojén, en la que hay una casa y los animales a los que cuida diariamente. Preparó todas las mangueras de las que disponía y se sentó toda la noche a esperar la llegada de las llamas para combatirlas. Son las secuelas que le quedan del gran incendio de la Costa del Sol que en el verano de 2012 calcinó todo lo que allí tenía, un fuego del que, dice, cuanto menos se acuerde, mejor.
Desde entonces, nada ha vuelto a ser lo mismo para este vecino de Ojén. En el paro desde hace siete años, dedica su tiempo a reconstruir con sus propias manos la casa que arrasaron las llamas, ya que nunca ha llegado a recibir ninguna ayuda. «Era mi casita del campo, todo lo que iba pillando lo invertía allí. Es un sacrificio muy grande para que se pierda todo en un momento», explica.
Para Karyn Chauvet, el incendio también marcó un antes y un después en su vida. El fuego se inició dentro de la finca que tenía alquilada en la zona de Barranco Blanco, donde también se encontraba su casa y su forma de vida, un negocio en el que trabajaba con caballos.
Recuerda que aquel día vio algo de humo y llamó a los bomberos. Pero en cuestión de diez minutos ya tenía las llamas encima y solo le dio tiempo a salvar a los animales. Ella quedó atrapada en su vivienda y pudo salir gracias a que un retén de bomberos la socorrió. Ahora, casi tres años después del incendio, Karyn asegura que está empezando a ver de nuevo la luz al final del túnel.
Ha vuelto a otra finca que también está situada en Barranco Blanco y ha puesto en marcha su negocio con los caballos. Para ello, ha tenido que vender todas las pertenencias que le quedaron después del fuego y apoyarse en la ayuda que le ha prestado una amiga. «Sin ella no hubiera sido posible, porque yo no he recibido ninguna indemnización», apunta.
Al igual que ella, Salvador Porras, otro de los afectados, asegura que también ha logrado volver a dedicarse a lo mismo que hacía antes del incendio gracias a sus propios medios, sin haber percibido ningún tipo de ayuda económica. Insiste en que todos los ahorros que tenía se los gastó en comprar nuevas reses para la ganadería, ya que las llamas acabaron con las que tenía.
«Yo soy duro para llorar, pero aquel día, cuando pude ir a la finca en la que estaban las vacas, me hinché», señala Salvador. «Un fuego no gusta, pero desde entonces ya no es lo mismo. Ahora, cuando veo las llamas de un incendio, un escalofrío me recorre todo el cuerpo».
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