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Ana Pérez-Bryan
Miércoles, 6 de agosto 2014, 12:02
La memoria remota de la mayoría de las personas guarda esos recuerdos como oro en paño. Y son apenas recuperables porque los importantes, esos que marcan, suceden en los primeros meses de vida. La primera imagen del rostro de una madre, del entorno, de los juegos que enseñan o de las manos de un hermano. El pequeño Ezequiel Farias, sin embargo, nunca olvidará que ese primer contacto visual con su madre, Rosa, aún está fresco en el calendario. Fue el mes pasado, en Pekín, a miles de kilómetros de su Patagonia natal, donde ha crecido los primeros seis años de su vida aquejado de una retinopatía prematura que reducía su contacto con el mundo a un puñado de flashes de fuego.
Ahora, sin embargo, es capaz de distinguir los colores, los carteles, las letras y los números y, sobre todo, esos rostros tan familiares que llevan más de cuatro años luchando por que los diagnósticos más oscuros dieran paso a la luz de la que ya disfruta. «Ha sido increíble, los ojos están en sus órbitas y han desaparecido las nubes blancas que le impedían la visión». Lo dice con la voz aún entrecortada por la emoción de las últimas semanas su tío, Daniel Paílla, que emigró hace años desde Argentina a Benalmádena y que ha impulsado desde este rincón de la costa la campaña solidaria para que su sobrino mayor pueda saber cómo es y de qué color es una rosa, además de olerla. En su lucha ha contado con el apoyo del Hospital Xanit Internacional, de cuya mano ha recaudado ya más de la más de la mitad de los 97.000 euros necesarios para que este sueño recién comenzado termine por ser una realidad luminosa.
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Ellos se aferran ahora a la esperanza tras el éxito de la primera parte del tratamiento al que acaba de someterse el pequeño en la clínica del doctor Like Wu, en Pekín, donde se aplica una novedosa técnica de células madre que en el caso de Ezequiel ha servido para estimular y poner en marcha su nervio óptico. En el plazo de seis u ocho meses «la previsión es que haya recuperado el 80 por ciento de la visión», celebra su tío, que por su profesión de terapeuta sabe bien que más que el protagonista de un milagro, Ezequiel es el vivo ejemplo de que los avances de la ciencia «son increíbles y que mejoran la vida de las personas».
El reto: la vida cotidiana
La de su sobrino cambiará, y mucho, en el momento en que ponga un pie de nuevo en su pequeño pueblo de la Patagonia y comience su rutina y el reencuentro (también visual) con su entorno. Será la semana que viene tras unos días en Málaga, donde aterrizó justo ayer para disfrutar de los últimos días de playa y dar las gracias a todos los que le han ayudado, «sobre todo desde el hospital». El pequeño «cuenta los días» para volver a montar su bicicleta, inseparable compañera de juegos a pesar de su ceguera. «Él siempre ha sido un niño muy independiente y autónomo», celebra Daniel, quien sin embargo no deja de hacer referencia al «enorme peso» del que se ha liberado la familia al saber «que seguramente tendrá una vida normal y que no tendrá que depender de nadie». A su lado, Rosa, la madre del pequeño, apenas acierta a encontrar las palabras: «Gracias, gracias», repite, ahuyentando al fin los diagnósticos que certificaban que su hijo sería ciego de por vida.
A cambio, Ezequiel le promete ahora a su hermano pequeño, Lautaro, que en cuanto jueguen al pilla-pilla no tardará en alcanzarlo. De hecho ya ha comenzado a hacerlo. Pero en esa otra carrera por desafiar el pesimismo y la resignación quedan aún varias etapas: la primera parte del tratamiento las cuatro infiltraciones de células madre en su nervio óptico ya está superada, pero es previsible que sea necesaria una segunda visita al doctor Wu para reforzar el ojo izquierdo, el más afectado por la retinopatía. Por eso Daniel sigue adelante con su campaña Una luz para Ezequiel, con la que además trata de animar «a todos los que se encuentren en una situación parecida a no bajar los brazos». Si él y los padres del pequeño, humildes jornaleros, lo hubieran hecho, este pequeño de seis años nunca hubiera descubierto que su madre tiene el pelo oscuro y que es joven y guapa. Y que lo quiere mucho. Aunque para eso no hay que ver. Sólo sentir.
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