La risa disfrazada
david delfín
Miércoles, 15 de febrero 2017, 00:56
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david delfín
Miércoles, 15 de febrero 2017, 00:56
La ficción y lo verdadero andan siempre entrecruzándose. Primeramente hacemos pie en la realidad, qué remedio; tomamos impulso y luego nos sumergimos en el océano de todo lo que desearíamos, tal vez como la manera más accesible y sencilla de enfrentarnos a las dificultades, sin que nuestro pequeño mundo se venga abajo del todo. Nos juntamos para reír en grupo, nos tocamos para sentirnos aceptados, y así se nos disfraza la vida para navegar por los mares más oscuros, como quien trata no de remediar los males que observa, ya que no siempre están a su alcance, sino para denunciarlos.
Que nuestras coplas se proclamen desde cualquiera de los grandes escenarios andaluces: el Horacio Noguera, el Colón, el Falla, el Gran Teatro, el Alameda, el Cervantes almeriense y el malagueño, desde cualquier rincón de la red, o en una esquina entre dos callejuelas, dichas por un grupo de disfrazados, significa que aún es posible escuchar las réplicas y contrarréplicas durante el debate entre la ficción y la realidad que los autores mantienen con ellos mismos, y de donde surge tanto el relato trágico de nuestro tiempo como el más bufón; y seguramente, no con la intención de repetir las cualidades de ambas visiones, sino con la pretensión de subrayar la distancia que las separa.
Los disfrazados se recrean en la interpretación, en lo imaginable y en lo argumentable; esto es, en esa parte del conocimiento que está (porque ha sido vivido y asimilado) en lo que nos pasa y en el lugar en que residimos, entre los afectos y donde los problemas y las soluciones se perciben como un afán común. Y, seguramente, éste sea el motivo por el que un grupo de carnaval persigue ser criticado y burlado, criticar y burlarse; porque así confirman que sus coplas son la razón que los acredita para referir las amenazas que nos rodean.
Y quien ríe o reflexiona ante ellos, se mimetiza más y queda más atrapado de lo que cree con su propio mundo, ya que comprende que lo particular y lo anecdótico es una parte muy esencial de sí mismo, y que contrariamente a lo que el entorno mediático y digital se empeña en repetir, algunas de las cosas que más nos importan solamente las dicen los que sí se disfrazan de nosotros mismos llegado el mes de febrero.
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