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Un día de pintadas, policía y misa de siete

La iglesia granadina del Zaidín amaneció con insultos, los críos entraron a catequesis vigilados por agentes y el segundo denunciante anduvo ocupado por el barrio

ÁNGELES PEÑALVER

Jueves, 27 de noviembre 2014, 01:19

El día de ayer fue agitado en la iglesia de San Juan María Vianney, cuyo párroco fue Román hasta hace poco, cuando se le apartó por la denuncia de supuestos abusos sexuales. Ayer el sacerdote prestó declaración en los juzgados y salió por la noche tras pagar una fianza de 10.000 euros que le permitió eludir la cárcel.

Bien temprano, varias pintadas en las paredes del templo tildaban de «pedófilos» y «sucios» al cura y a los otros tres implicados en el caso, quienes salieron en libertad con cargos. Los vecinos del barrio apenas tuvieron tiempo de percatarse de las acusaciones porque «a las diez de la mañana ya habían pasado los pintores» para quitar las máculas. Pero la tranquilidad reinó poco tiempo.

Catequesis

A las seis abrieron las puertas del templo para las catequesis, pero minutos antes los religiosos llamaron a la Policía Nacional para que la actividad se desarrollase con normalidad. Así, una pareja de agentes veló por la entrada de los menores a la iglesia. «Traigo a mi hija porque sé que ellos ya no están aquí y me quedo más tranquila. Pero mi mayor, de 21 años, hizo la comunión con Román y ya le he preguntado si tuvo algún problema. Me ha dicho que no», explicaba una madre.

El segundo chaval que esta semana ha señalado también a Román sigue siendo vecino de la zona. Como el primer denunciante, formaba parte de los monaguillos y del círculo infantil cercano al cura; fue cuando tenía entre 7 y 14 años. Ayer, este joven que tiene ahora 24 años y que pidió preservar su identidad, andaba por el barrio, pero declinó hacer cualquier declaración, aunque dijo sentirse muy afectado tras saber que los religiosos quedaron en libertad con cargos.

Una persona de su círculo más íntimo explicó a este periódico que en la época de los hechos un grupo de unos cinco chicos -de un mismo instituto de la zona- solían colaborar estrechamente con los sacerdotes, con quienes compartían mucho tiempo en la casa parroquial. En el barrio, otros jóvenes de esa edad decían saber quiénes eran los dos denunciantes, pero no querían dar sus nombres: «Demasiado tienen con haber sido valientes, eso que pasaba en la iglesia no era normal», expresaron.

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