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Galliano sigue sin encontrar el perdón
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Galliano sigue sin encontrar el perdón

El exdirector creativo de Dior lleva dos años sin probar el alcohol, pero aún no ha recuperado su sitio en la moda. Sus poderosos amigos creen que «no se debe menospreciar su talento mágico»

LUIS GÓMEZ

Domingo, 29 de septiembre 2013, 12:00

Que John Galliano, el genial, extravagante, malhablado y arrepentido modisto, siga vivo es un milagro. Hasta que le expulsaron de Dior, por los insultos racistas y antisemitas proferidos a una pareja en el barrio parisino de La Perle, combinó su exitosa carrera profesional con un cóctel trufado de alcohol, barbitúricos, somníferos, cocaína, valium, analgésicos... Cuenta que jamás recurrió al alcohol para potenciar la creatividad. El modisto al que su padre pegaba de pequeño por sus modales amanerados -«si hacía algún gesto demasiado llamativo... ¡tortazo que me caía! Me educó a la manera victoriana»- siempre ha andado sobrado de talento. Al principio bebía para pegarse «una buena fiesta». Era la forma que tenía de homenajearse después de la presentación de cada colección y permanecer meses enclaustrado en su taller.

Sin darse cuenta, Galliano cayó en una espiral que estuvo a punto de terminar con su vida. «Iba a acabar en un psiquiátrico o metido en un ataúd», confesó a la revista Vanity fair. «A medida que fui haciendo más colecciones, las juergas se hicieron más frecuentes y me enganché a ellas». Luego, las pastillas hicieron acto de presencia «porque no podía dormir». Después, llegaron «otras pastillas», ya que se pasaba todo el día «con temblores». Poco le ayudaron sus amigos, que tenían la nefasta costumbre de regalarle «botellas enormes». Al final, reconoce, bebía todo lo que caía en sus manos. En cantidades industriales. Mucho vodka, pero también vino, porque creyó que le serviría para conciliar el sueño. «Me ayudaba a dejar de oír voces. Tenía un montón de voces en la cabeza que me hacían un sinfín de preguntas, pero yo jamás habría reconocido, ni por asomo, que era alcohólico».

«Cubierto de llagas»

Galliano pensó que podría controlar la situación. Sin embargo, las adicciones lo transformaron en un despojo. La muerte de Steven Robinson, su mano derecha, arruinó sus ilusiones. Cada vez le resultaba más complicado mantenerse sobrio, mientras los desfiles, paradójicamente, ganaban en espectacularidad y su prestigio se disparaba. Galliano mantenía una doble vida. El mismo hombre que caminaba por la pasarela disfrazado de Napoleón, Marqués de Sade o torero e hizo inmensamente ricos a sus jefes solo en 2010 Dior facturó más de 750 millones de euros transformó su vida personal en «un asco». Las resacas le dejaron sin aliento. Hubo temporadas en que desaparecía de escena durante días sin que nadie supiese de su paradero. «Acababa sin lavarme, cubierto de llagas y humillado. Pasaba hasta cinco días sin dormir», señala.

Consciente del tormento en que vivía, sus jefes, Bernard Arnault, dueño de Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH), el mayor emporio de lujo, y Sidney Toledano, presidente y consejero delegado de Dior, le dieron un toque de atención. A los postres de un tenso almuerzo le animaron a erradicar sus malos hábitos. Enfurecido, Galliano hizo añicos su camisa, mostró su torso moldeado en el gimnasio y gritó: «¿Acaso os parece que este es el cuerpo de un alcohólico?». Nunca más volvieron a verse las caras hasta que estalló el escándalo por el que fue declarado culpable de «insultos públicos basados en creencias religiosas, raza o etnia».

Dos años y medio después de aquel lamentable episodio, el creador gibraltareño sigue sin recordar nada de lo sucedido. Alega que sufrió una pérdida de memoria. Apenas queda rastro del Galliano que lucía «un pelo fatal» y un esmalte de uñas «horrible» cuando le comunicaron que sería el nuevo director creativo de Dior.

«Vomité al ver el vídeo»

Sin embargo, pese a su notoria mejoría física, sigue sin reconocerse en las imágenes que le muestran preso de la ira deseando «la muerte» de una joven «con una jeta judía tan asquerosa. Cuando vi el vídeo vomité. Tuve una sensación parecida a la que habría experimentado si hubiera estado a punto de cruzar la calle y un autobús hubiera pasado delante de mí rozándome y me hubiera quedado sin sangre en las piernas. El miedo me paralizó», recuerda.

Galliano lleva años pidiendo perdón, aunque sigue sin obtener el indulto. Se siente igual de incomprendido que cuando sus compañeros de colegio le golpeaban por su orientación sexual. «Ocultaba los moratones y tapaba los rasguños cuando volvía a casa porque si no me habría caído otra paliza», se queja. Tras dejar atrás el alcohol, intenta comprender por qué dirigió su rabia contra «la etnia judía». Relevantes líderes de esta comunidad, como el gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, han declinado reunirse con él. Galliano, al menos, nunca ha perdido el apoyo de sus poderosos amigos. Anna Wintour, la editora de Vogue America, asegura que la moda «necesita de soñadores y diseñadores que crean momentos mágicos». Óscar de la Renta, que le invitó a colaborar en la colección de este otoño, piensa que se «merece una segunda oportunidad», y Diane von Furstenberg, presidenta del Consejo de Creadores de Moda de Estados Unidos e hija de una persona que «estuvo en los campos de exterminio», juzga una «falsedad absoluta» presentarle como un antisemita. «Sé qué tipo de persona es», sentencia.

También Naomi Campbell, otra víctima de las adicciones, ha cerrado filas. «Los que somos capaces de disimular y seguir estando activos somos los que más daños nos hacemos a nosotros mismos». La diosa de ébano ha escapado de sus infiernos particulares, pero Galliano sigue pagando sus errores. Ejecutivos de grandes almacenes de lujo no quieren ver ni en pintura la firma John Galliano en sus tiendas.

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