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Isabel Ibáñez
Domingo, 22 de septiembre 2013, 16:23
Es posible que la congoleña Angélique Namaika no comparta los métodos de la mexicana que se hace llamar Diana cazadora de chóferes, pero seguro que al menos la entiende. La primera es una monja de la República Democrática del Congo, país considerado la capital mundial de las violaciones, con 400.000 mujeres forzadas al año, una media de 1.095 al día, según American Journal of Public Health. Puede que sean más. Y eso que no solo importa la cantidad, las violaciones aquí conllevan un horror más allá de lo imaginable. Namaika, de 45 años, acaba de ser distinguida este martes por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) con el premio Nansen por haber ayudado a 2.000 mujeres y niñas obligadas a huir de sus hogares y que han sufrido abusos de todo tipo. Muy lejos de allí, en Ciudad Juárez, es noticia Diana cazadora de chóferes, que ante la impunidad con la que algunos conductores de autobuses están violando a sus compañeras de trabajo, decidió tomarse la justicia por su mano, y ha matado ya a dos (en Latinoamérica, el 77% de los asesinatos de mujeres queda impune). De ella es el retrato robot que aparece junto a estas líneas.
Desde que conocimos a Amanat, aquella estudiante india asesinada por unos desalmados que la violaron en un autobús el pasado diciembre (cuatro de ellos acaban de ser condenados a morir en la horca para júbilo del pueblo), un día sí y otro también los medios de comunicación reflejan un horror que lleva acechando a las mujeres desde el principio de los tiempos. Según la organización feminista Apne Aap, hay 90.000 casos pendientes en la Justicia india, que tarda hasta ocho años en pronunciarse, y solo el 4% acaba en condena. Una mujer es forzada cada 20 minutos, y una de cada tres es menor. Vamos a herir sensibilidades, pero es la realidad: en agosto de 2012 una niña de 11 años fue atacada por seis individuos;los médicos recibieron horrorizados su cuerpo, en el que tuvieron que fabricar un nuevo recto con una parte de su intestino. Pero ha sido la pobre Amanat la que ha puesto otra vez sobre el tapete el asunto. Suena ridículo, pero como solución el Gobierno ha repartido 21.000 cuchillos entre las mujeres para que se defiendan. Y aconseja: «Así como cortan verduras, que corten la mano que les toca».
Lejos de ser apagado por la llamada civilización, este asunto continúa incendiando el planeta. Ya sea por aquellos que siguen pensando que el cuerpo de la mujer es un objeto para usar, como por esos otros que utilizan la violación como una eficaz arma de guerra. Aunque la ONU esperara para reconocerla como tal hasta 2008. Y eso que no le han faltado ejemplos: muchos soldados soviéticos (también franceses y estadounidenses) la emplearon a fondo contra ciudadanas alemanas conforme fueron ganando territorio a Hitler. Pudieron ser hasta dos millones; las escogidas tenían entre 8 y 80 años y algunas fueron forzadas hasta 70 veces. Incluso usaban granadas para penetrarlas. El representante del Vaticano en Berlín aseguraba en 1945 que algunos llegaron a cebarse con esqueléticas internas recién liberadas de los campos de concentración. Pasó hace 68 años.
Con el tiempo y el progreso las cosas no mejoraron. José Ricardo de Prada, hoy magistrado de la Audiencia Nacional y en su día juez internacional en la Sala de Crímenes de Guerra de la Corte de Bosnia-Herzegovina, incide en que la violación allí fue «determinante para la limpieza étnica», y señala a estas «víctimas reduplicadas de los conflictos», sufridoras no solo por la guerra sino por el ataque en sí. En la primera mitad de los noventa, hubo entre 20.000 y 50.000 víctimas de soldados serbios; en menor medida, también los bosnios utilizaron este arma. Cuando aquel horror terminaba, le tocó el turno a Ruanda;abril de 1994 fue sangriento para tutsis y hutus moderados. La ONU calcula entre 250.000 y 500.000 violaciones.
«Vengaré a varias mujeres»
El último país en tomar el relevo ha sido Siria. Difícil saber las mujeres que pueden estar siendo violadas mientras usted lee esto, aunque entre adultos y niños muriendo con armas convencionales y químicas, un simple ataque sexual queda minimizado. Organizaciones internacionales aseguran que las tropas de El-Assad emplean la violación contra el enemigo. También los rebeldes. Ni siquiera en las cárceles se está a salvo: allí, 1.500 mujeres han sido forzadas.
Ningún país se salva de esta lacra. En el nuestro se produce una violación cada ocho horas. En Estados Unidos... ¡una de cada cinco mujeres dice haber sido violada! Pero quizá sea la República Democrática del Congo el peor lugar para ser mujer, donde aún se vive un conflicto civil que comenzó en 1996. La monja Angélique Namaika ha oído cosas tremendas: «Desde 2008 he estado cuidando de niñas que salían de los bosques tras haber permanecido secuestradas por el LRA (Ejército de Resistencia del Señor, que en los últimos años ha matado a 100.000 personas, secuestrado a 70.000 y obligado a dos millones a abandonar su hogar, según Oxfam). Cuando me cuentan sus historias me obligo a no dejar que se me salten las lágrimas».
Eve Ensler es la autora de Los monólogos de la vagina. «Como escritora y militante contra la violencia sexual contra las mujeres, vivo en el mundo de la violación. Pasé diez años escuchando historias en Bosnia, Kosovo, EEUU, Ciudad Juárez, Kenia, Pakistán, Haití, Filipinas, Irak y Afganistán. Pero nada de lo que había escuchado fue tan horrible y terrorífico como la destrucción de la especie humana femenina en el Congo». Se refiere, cuidado otra vez con las sensibilidades, «a mujeres con fístulas en la vagina y el recto por la introducción de palos, armas o violaciones masivas (...). Forzadas a ingerir excrementos o comer carne de bebés muertos. Testigos de cómo mataban a sus hijos, de la mutilación genital de sus maridos...».
Ensler dice: «Busco una forma de transmitir mi testimonio sin gritar, sin inmolarme y sin coger una AK 47». Esta última opción es la elegida por Diana cazadora de chóferes. Así habla ella: «Creen que porque somos mujeres somos débiles y puede que sí solo hasta cierto punto, pues aunque no contamos con quien nos defienda y tenemos la necesidad de trabajar hasta altas horas de la noche para mantener a nuestras familias, ya no podemos callar (). Fuimos víctimas de violencia sexual por chóferes que cubrían el turno de noche de las maquilas en Juárez y aunque mucha gente sabe lo que sufrimos nadie nos defiende ni hace nada por protegernos. Por eso yo soy un instrumento que vengará a varias mujeres. Al parecer somos débiles para la sociedad, pero no lo somos, somos valientes, somos fuertes».
1945. Hanna Gerlitz es violada por seis soldados soviéticos mientras su marido, un banquero de Berlín, es obligado a mirar: «Después tuve que consolar a mi esposo y ayudarlo a recobrar el valor. Lloraba como un niño».
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