

Secciones
Servicios
Destacamos
Carlos Benito
Lunes, 30 de julio 2012, 20:43
Las vacaciones de ministro ya no son lo que eran. Los restaurantes siguen garantizando la mejor mesa y los alcaldes obsequiosos se esfuerzan en rendir pleitesía al ilustre visitante, como ha sucedido siempre, pero ya no se trata de aquellos agostos placenteros y despreocupados del poderoso en pantalón corto: el veraneo de los políticos también se ha visto sometido a los recortes, esa tijera sin miramientos que cualquier día hará desaparecer el suelo que pisamos, y los días de asueto han menguado y se han cargado además de asuntos pendientes, de llamadas al móvil, de inquietudes que perturban el paseo, el habano y la salida en yate. Claro que... ejem... no se puede decir que al resto de los españoles nos dé mucha penita, ¿verdad?
El caso es que, este año, agosto se presenta más atareado que nunca para el gremio político. El propio Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, pidió el martes a sus diputados que «no se vayan muy lejos» a lo largo del mes: «Si hay que venir, vendremos. Todo el mundo debe estar disponible siempre», ha avisado, y a nadie le agrada escuchar esas palabras de boca de un jefe. Los miembros del Gobierno tenían claro desde hace tiempo que su agenda veraniega no iba a estar en blanco, abierta a vermús y excursiones, e incluso llegaron a rogar al presidente que les dejase «algún fin de semana largo» para disfrutarlo con la familia. Al final, habrá tres consejos de ministros los días 3, 24 y 31, aunque todavía se podría añadir algún otro encuentro si la situación económica se pusiese aún más fea: «Las vacaciones del presidente y la vicepresidenta dependen de la prima de riesgo», han explicado fuentes de La Moncloa.
Ese tramo libre tras la primera reunión del gabinete resulta un poco engañoso, ya que varios ministros tienen bolos en Londres con ocasión de los Juegos Olímpicos, que concluyen el día 12. Y, además, todos ellos saben que a la vuelta de agosto les esperan otras olimpiadas, las parlamentarias, una especie de carrera para cumplir la previsión de aprobar veinte leyes antes de final de año: la liberalización de los servicios profesionales, la ley de acción exterior, la de mutuas, la de unidad de mercado, la reforma educativa, la creación de una Comisión Nacional de Mercados y Competencias... Y, por supuesto, hay un último factor que pesa sobre el veraneo de los gobernantes: en estos tiempos convulsos, cuando la indignación y la desesperanza parecen la única abundancia del país, no estaría bien visto que un político se regalase unas vacaciones de marajá. Cuanto más privado sea su reposo, mejor.
Baile de debutantes
Así que predominan los planes de andar por casa, aunque esa casa sea la segunda vivienda. A Mariano Rajoy se le espera en su añorada Galicia, como de costumbre, aunque todavía no se sabe en qué fechas podrá hacer la escapada ni tampoco su destino exacto: la familia posee un piso estupendo en primera línea de la playa de Silgar, en Sanxenxo, que sirve de base perfecta para las madrugadoras caminatas de dos horas que Rajoy suele pegarse junto a Elvira, su esposa, pero en algunas ocasiones ha buscado acomodo en el chalé de su hermano Enrique, situado en la zona residencial de Punta Seame, o incluso en un pazo de Ribadumia, en los valles del Salnés. Este año no está prevista su presencia el 11 de agosto en el Baile de la Peregrina del Liceo Casino de Pontevedra, el debut en sociedad de las hijas de los socios, y tampoco tendrá mucha ocasión de disfrutar de sus cenas en La Taberna del Náutico, donde el verano pasado se le vio tan relajado, recibiendo los saludos de comensales que lo aclamaban ya como presidente. Eran otros tiempos.
Soraya Sáenz de Santamaría no ha soltado prenda sobre sus proyectos para su primer verano de mamá, aunque allegados suyos apuntan que seguramente bajará al sur de Portugal, donde tiene a la familia política. La mayoría de los ministros intentarán aprovechar los huecos para retirarse a sus refugios habituales: Ana Pastor, a Sanxenxo, igual que el presidente, y José Manuel Soria, a Las Palmas, de donde procede, aunque lo que prevalece en el equipo de gobierno son los destinos andaluces. Ana Mato va a El Puerto de Santamaría, Alberto Ruiz-Gallardón a Nerja, Fátima Báñez a la costa onubense, Miguel Arias Cañete a Jerez allí frecuenta playas cercanas, como Zahara o La Cortadura, y locales hosteleros como Venta Esteban y Luis de Guindos a Marbella, donde coincide con su compañera de partido Dolores de Cospedal. Entre la oposición, Rosa Díez ha sido ave tempranera, ya que se ha marchado esta misma semana a Cádiz, y Alfredo Pérez-Rubalcaba tratará de cuadrar fechas para disfrutar de «algunos días sueltos y algún fin de semana» en Llanes, la localidad asturiana donde veranea desde hace un cuarto de siglo, repartiéndose entre sus baños en la playa de Toranda, sus partidas de mus es un gran maestro en eso de envidar y echar órdagos y sus dos horas diarias de llamadas de trabajo, que este año a lo mejor tienen que ser tres o cuatro. «A toda la dirección se le ha pedido que esté localizable y cerca de Madrid», aclaran en Ferraz.
Hollande, en un fuerte
Los italianos, hermanos de angustias, tampoco están para mucho alarde veraniego. Mario Monti ha ordenado a sus ministros que reduzcan las vacaciones, que no se vayan lejos y que se comporten con la «máxima sobriedad». Esa moderación supondrá toda una novedad para un país acostumbrado a Silvio Berlusconi, que se permitía alquilar un castillo a pesar de poseer una veintena de casas repartidas por todo el territorio. En Francia, François Hollande y Valérie Trierweiler han optado por trasladarse al fuerte de Brégançon, una de sus residencias oficiales, asentada sobre un peñón de la Costa Azul: el primer presidente que durmió allí fue De Gaulle, que pasó una noche «de pesadilla», pero la vieja construcción militar se acondicionó después para el descanso y se convirtió en un destino favorito de Pompidou y Chirac. Sarkozy también lo frecuentó, aunque solía preferir la casa de Carla Bruni en la cercana Lavandou.
Angela Merkel, la gran jefa de Europa, trata su veraneo con el mismo rigor germánico que aplica a todo lo demás. Primero, una buena dosis de grandeza wagneriana en el Festival de Ópera de Bayreuth, al que acudió el miércoles con el mismo vestido azul que lució hace cuatro años. Y, después, senderismo de montaña en el Tirol del Sur, allí donde los italianos hablan alemán. Como los últimos cinco años, se la espera este fin de semana en Sulden, a casi dos mil metros de altitud: descubrió este hermoso rincón gracias al legendario alpinista Reinhold Messner, con quien ella y su marido Joachim mantienen una sólida amistad, y ya ha conseguido que se conozca el lugar como el Valle de Merkel. Eso sí, algunos medios italianos han informado de que, este año, la canciller y su esposo se traen el doble de escolta para su expedición al salvaje y peligroso sur.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.