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María Teresa Lezcano
Lunes, 16 de julio 2012, 21:49
El escritor belga Jean-Philippe Toussaint posee un inconfundible universo literario cuya última novela viene a completar el ciclo protagonizado por Marie quintaesencia de la mujer libérrima en sus convicciones y en sus actuaciones, tríptico de palabras que se originó con Hacer el amor y continuó con Huir. En La verdad sobre Marie, Toussaint ha segmentado a su vez en tres planos un relato que pone más que nunca de manifiesto la capacidad del autor para crear, mediante una prosa de un barroquismo suntuoso y sensual, tragicomedias que oscilan entre las sensaciones y las emociones más extremas, conjugadas por un poder de equidistancia destilado con reminiscencias faulknerianas y resonancias proustianas, y alambicado en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.
El primer acto de esta obra de una geometría narrativa entre analítica, elíptica y por momentos hasta hiperbólica, tiene lugar durante una noche parisina cuya asfixiante canícula está siendo atravesada por una tormenta de inusitada violencia. Mientras está haciendo el amor con una amante reciente de la que sólo sabremos que se llama también Marie, el narrador recibe una llamada de la Marie protagonista, un S.O.S. telefónico procedente del domicilio que ambos compartieron hasta que, pocos meses antes, la pareja se separó y él se mudó a escasa distancia de allí. Delante del apartamento que un día fue el suyo, varias ambulancias aparcadas bajo una lluvia torrencial presagian un drama que no será sin embargo el que el narrador teme al principio: a la fascinante e imprevisible Marie a quien encuentra desnuda y embriagada de grappa no le ha sucedido nada, aunque el hombre con el que estaba manteniendo relaciones sexuales yace ahora muerto en la cama en la que él mismo durmió y gozó del cuerpo de Marie.
El segundo acto, cronológicamente anterior al que le precede en la historia y el más extenso de la novela, se desarrolla en el aeropuerto de Tokio, donde el fugaz reencuentro de la pareja, en esa fecha recién separada y siendo ella acompañada por el propietario de una cuadra de caballos de carreras, no representará no obstante sino un mero aditivo de la secuencia que nos será relatada en una atmósfera absolutamente paroxística: el pura sangre Zahir evocación borgiana en toda regla, embarcado en el Boing 747 en el que viaja su dueño, se rebela, durante el largo vuelo, por su pasado de dopaje padecido en Japón el cual ha motivado su exfiltración del país y por el futuro competitivo que le aguarda en Francia, y acaba huyendo aterrado a través de una pista anegada cuya nebulosidad arquitectónica desencadena un paralelismo de persecutorias metáforas latentes.
Tercer acto y tercer reencuentro del narrador y de Marie tras la separación, esta vez en la isla de Elba, a la que viajaron a menudo durante su relación y donde hoy les separan los muros de las habitaciones que ya no comparten. Si en las dos primeras partes de la novela la naturaleza ejercía sobre el relato el efecto devastador de la lluvia, es ahora el fuego catártico, a través del incontenible incendio que se declara en la isla, el elemento desencadenante de las dos únicas opciones de desenlace que quedan establecidas : la destrucción completa y definitiva o el renacimiento tras una total purificación. Todo puede aún suceder y, aunque es indispensable que el lector delimite y complete su propio itinerario sensorial, queda patente una vez más que la escritura de Toussaint es un teorema literario compuesto por axiomas impecablemente formulados y brillantes puntos de inferencia.
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