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El mirador

Semanas de pasión

Teodoro León Gross

Viernes, 6 de abril 2012, 23:02

En pocos días hemos pasado de tener las esperanzas puestas en la campaña electoral a tener las esperanzas puestas en la Semana Santa. Así va esto. Antes se encomendaba uno a Arenas o a Griñán, y ahora se encomienda a su cristo o su virgen. La fe adquiere diferentes registros. Del Gitano Arenas al cristo de los Gitanos; del presidente Griñán al Gran Poder; de Esperanza Oña a la Virgen de la Esperanza; de Valderas a las Ánimas de Ciego; de Gordillo al Greñúo; del látigo de los columnistas al Cristo de Azotes y Columna; de las detenciones judiciales al Prendimiento; del revés de los sondeos a la Amargura Coronada; de la pasión de la Campaña a la campaña de la Pasión.

Siempre hace falta algo en lo que creer. Y el caso es que, tras las frustraciones electorales, parece que la Semana Santa tampoco ha venido bien dada. Vaya año. El tiempo ha alterado los planes al final se acaba por pensar que a Dios no le gusta la Semana Santa o que tiene un peculiar sentido del humor, porque la lluvia concentrada entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección tras un invierno completamente seco parece una ironía y las cifras son bastante desastrosas. Hace meses algunos crearon la burbuja de una Semana Santa estelar este año, quizá para justificar la inversión de llevar tronos a Madrid para el vía crucis de agosto, pero de aquella literatura no ha quedado nada. La Casa Real no ha venido y la ocupación está en sus peores cifras. Un poco más de abono para el desencanto.

En definitiva, la Semana Santa también es un paréntesis irreal. Eso sí, más allá del esplendor con atrezzo en el recorrido oficial, siempre queda la autenticidad íntima de momentos como el crucificado de las Penas en San Agustín, con el silencio pedernal sólo roto por la voz triturada del capataz sorteando la esquina mientras la banda toca Refúgiame y la sombra del Cristo se desliza por la sillería de piedra del palacio renacentista de Buenavista. Esos relámpagos de emoción conforman un catálogo efímero de instantes como el Cautivo caminando sobre las aguas de la marea humana en el puente de la Aurora, la Esperanza ante los pobres, el Chiquito por los vestigios de los callejones del Perchel, Lágrimas en la desolación de San Juan, cuya honda belleza sentimental por momentos redime la mediocridad y el deterioro de la ciudad.

Pero más allá de este doble paréntesis, la realidad en suspenso desde la víspera de la campaña aguarda con malas noticias. El lunes al volver habrá un gobierno andaluz en bancarrota moral, una recesión desbocada con la prima de riesgo en cuatrocientos puntos, y ningún mesías a cuyo mensaje encomendarse. Sólo quedarán los muros llenos de carteles electorales y todo el suelo embadurnado de cera.

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