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MARÍA TAPIA
Miércoles, 27 de enero 2010, 02:50
No será hasta el 15 de junio que se sirva el primer plato del año sobre las mesas de El Bulli, pero todos los asientos ya están reservados. «Sentimos no poder complacer más peticiones para el 2010», puede leerse en la página web del establecimiento. Ahora lo que toca para aquellos que quieran degustar las creaciones de Ferrán Adrià es pelear por ser alguno de los 8.000 clientes servidos en 2011, la última temporada del restaurante antes del cierre anunciado ayer por el chef catalán en una multitudinaria rueda de prensa.
Se trata de una pausa de dos años (2012 y 2013) que Adriá dedicará a «reflexionar». «Necesitamos pararnos a pensar qué queremos hacer y ver cómo serán las cosas en 2014. A partir de entonces volveremos a dar de comer, pero ya veremos cómo», explicó ante la sorpresa de colegas como Juan Mari Arzak, Pedro Subijana y José Andrés. A raíz de esta decisión, en un par de años se levantarán los manteles del multipremiado establecimiento de Gerona, que ha conseguido tres estrellas Michelin y el nombramiento de 'Mejor restaurante del mundo', según la revista especializada 'The restaurant magazine'.
Varias preguntas quedan en el aire. ¿Qué pasará con los puestos de trabajo de sus más de cuarenta empleados?¿Es posible que a última hora dé marcha atrás? Y es que el cocinero ha reconocido que su primera intención era «tirar la toalla» y retirarse en toda regla. «Estaba decidido», confesó, pero alguien le hizo ver que «estamos en la mitad del camino, no en el final». «Debo reconocer el compromiso que aún tengo con la gente . No podía decir adiós sin más».
Sin embargo, admite que la peculiar fórmula de El Bulli -abrir sólo seis meses al año, realizar un solo servicio al día y suprimir la carta, entre otros- «está agotada», por eso pretende ir más allá en la apuesta por la innovación que desde siempre le ha caracterizado.
«No serán dos años sabáticos. Seguiremos trabajando y muy duro, pero no daremos de comer; al menos en el formato en el que lo hemos hecho hasta ahora». Y en este afán no descarta «vivir tres meses en China, conocer mejor Japón o la cocina peruana. Esta pausa nos permitirá hacer cosas que, si no, serían muy difíciles». Tras más de un cuarto de siglo al pie del cañón y de los fogones, Adrià confiesa que su decisión tiene que ver, además, con motivos personales. «No sé estar sin hacer nada, pero también nos merecemos normalizar nuestras vidas. Si mantenemos el ritmo estresante de los últimos diez años, nos volvemos locos».
El chef defiende que el cierre no obedece a causas económicas ni a la supuesta presión que ejercen las estrellas Michelin. «Yo necesito presión para crear. Sin presión no hay creatividad», confiesa. Dos años pueden parecer un paréntesis demasiado largo y peligroso para un restaurante de alta cocina y fama internacional que aún se encuentra en la cresta de la ola, pero Adrià no tiene miedo. «Está claro que cuando volvamos no va a ser igual. Hemos decidido que el éxito se medirá de otra manera, y sobre todo nuestra felicidad será el verdadero éxito». Este periodo de receso estará dedicado también a la investigación. Se analizarán los procesos de elaboración, técnicas y estilos que ha mantenido el establecimiento a lo largo de tres décadas, trabajo que se verá reflejado en una «exhaustiva y pormenorizada enciclopedia».
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