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Per Poc ofrece una visión creativa del famoso ballet. :: SUR
Cascanueces: cuando los reyes son los niños
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Cascanueces: cuando los reyes son los niños

La música de Chaikovsky y los títeres se darán cita en el concierto para la familia del Teatro Cervantes

MARIO VIRGILIO MONTAÑEZ

Martes, 22 de diciembre 2009, 11:37

Antes de que las casas alberguen invisibles chimeneas para que los niños reciban inexplicables regalos o por las calles de los barrios paseen por la noche sigilosos camellos (otros camellos, otra realidad ajena a las lacras de cada día), el Teatro Cervantes se dejará llevar, hoy, por la lógica navideña según la cual los niños, y no los padres, son los reyes y se busca para ellos una convivencia con la ilusión y, a ser posible, con la magia. Porque esto es lo que sucederá cuando la Orquesta Filarmónica de Málaga, esta vez dirigida por Emilio Díez Boskovich, se una a la compañía de títeres Per Poc para ofrecer una visión alternativa, y especialmente creativa, del ballet de Piotr Ilich Chaikovsky.

Lo que antaño fuera un ballet estrenado en 1892 sin el éxito esperado, es la pieza cumbre del ballet romántico, junto a los otros dos del mismo compositor: 'La bella durmiente' y 'El lago de los cisnes'. Pleno de melodías conocidas desde siempre, tan perfectas que parece como si Chaikovsky no pudiera haberlas compuesto sino simplemente encontrado del mismo modo que se desentierra una estatua portentosa, la historia que se cuenta con este ballet pertenece al reino de la fantasía especialmente grato para los niños. Basado en un cuento de E. T. A. Hoffmann titulado 'Cascanueces y el rey de los ratones', el espectáculo, en el que se escenifica a través de títeres de hilo y sombras chinescas, aderezado todo por diálogos, la historia que ilustró con su música Chaikovsky, cuenta el sueño de una niña, llamada según las ocasiones Clara o María, a la que su excéntrico tío Drosselmeyer le regala en plena Nochebuena un curioso cascanueces con forma de soldadito, que en una rabieta es roto por el hermano de la niña. Recompuesto el artilugio por el tío mientras Clara duerme, un ruido de ratones despierta a Clara a medianoche que intenta huir del ataque de los roedores que son vencidos gracias a que el cascanueces mágicamente cobra vida y consigue vencer al rey de los ratones en una vertiginosa batalla en la que el monarca ratonil sucumbe con la colaboración directa de Clara.

Príncipe

Al retirarse los ratones, el triunfal soldadito se transforma en príncipe. Juntos, viajarán a un mundo fabuloso de copos de nieve que bailan, habitado por hadas y duendes. Y de ahí pasan al no menos fantástico país de las golosinas, acompañados ahora por Drosselmeyer, en el que los diversos dulces tienen su propia danza, y así el chocolate tiene un baile español, y los bastones de caramelo un baile ruso. Cuando mayor es la apoteosis de alegría y dulzores, Clara despierta y el telón cae: son las leyes del sueño.

Imaginación melódica

En todo caso, el endeble argumento es lo de menos: si bien este ballet carece del ímpetu lírico de los otros dos de Chaikovsky, está en cambio al mismo nivel de imaginación melódica y con un mismo y apabullante dominio de las capacidades de la orquesta. Tanto un ballet extenso como una suite de melodías del mismo reducido a ocho números musicales, en la memoria musical de los asistentes, sobre todo de esos niños que aquí tendrán su primer contacto con Chaikovsky, quedará la sonoridad especial de la celesta en la danza del hada bombón, las danzas china, árabe y rusa y la página final, la más lírica: el vals de las flores.

La historia contada, con la ligereza absurda de un dibujo animado, requiere un lenguaje escénico que en los títeres y sombras chinescas tienen su vehículo más propicio. La ambientación navideña de la obra ayuda a que su representación más idónea sea justamente en estas fechas de frío y de chimeneas invisibles, en un momento en el que sin duda los niños se sentirán como reyes.

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