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JUAN CANO
Viernes, 4 de diciembre 2009, 15:25
Un día, Antonio Santos fue a casa de su hija a ver a Jesús y se topó con Eugenio. «Es un amigo», fue la explicación que le dio su pequeña Rosa Nieves, ahora convertida en madre de sus dos nietos. El yerno, el padre de los retoños, ya no vivía bajo ese techo que el suegro construyó con sus propias manos para dar cobijo a la familia. Su hija se había separado y él ni siquiera lo intuyó.
Antonio no encajó el golpe. Desde el primer momento se negó a aceptar que Eugenio ocupara el hueco que había dejado Jesús -con el que además tenía muy buena relación- en el hogar que él había ayudado a levantar en el tabique contiguo a su casa, en la calle Paz de la barriada malagueña de Santa Rosalía-Maqueda.
A él nunca le gustó esa relación. No le gustó cómo empezó -su hija se enamoró del monitor del gimnasio- ni tampoco pudo terminar con ella, por más que lo intentó. Su última tentativa se transformó en un ataque de ira la tarde del miércoles que empezó a puñaladas y acabó en una ensalada de tiros con la policía. El balance fue trágico. Hirió a escopetazos a dos agentes hasta que ellos lo abatieron en el fuego cruzado.
La relación de Rosa Nieves y Eugenio, el principio del fin de Antonio Santos, comenzó a principios de año. Una prima de la joven le recomendó que se apuntara a la asociación deportiva M. Musashi Ken, el pequeño gimnasio que él regenta junto a la calle Ronda Saliente, en pleno corazón de la barriada.
Rosa Nieves pensó que no era mala idea. El trabajo en la peluquería -su padre le hizo un pequeño local en la cochera de su casa para que ella pusiera su negocio- la obligaba a estar todo el día de pie y le dijo a su prima que no le vendría mal moverse.
Eugenio, un monitor de 34 años experto en aikido, daba clases de aeróbic a un grupo de mujeres del barrio y ella decidió apuntarse. Conectaron. Pronto empezaron los rumores, que obligaron a su prima a dejar las clases para no tener que aguantar habladurías. Pero esta vez las malas lenguas estaban en lo cierto. Poco después se confirmó el romance.
Cuentan en el entorno del fallecido que Rosa Nieves le puso las maletas en la puerta a Jesús. Allegados de la chica aseguran, sin embargo, que la relación entre la pareja no funcionaba desde hacía tiempo. El matrimonio tiene en común un niño de once años y una niña de tres, que se quedaron con la madre.
Rosa Nieves no abandonó al principio su domicilio, el 2B de la calle Paz. Vivía flanqueada por su hermano Miguel Ángel, que vive en la casa que da a la calle Abel, y sus padres, que ocupan el 2A, el más modesto y estrecho de los tres adosados. Antonio, albañil infatigable de 54 años, al que todos conocían por el apodo de 'El manzanilla', había conseguido el sueño de cualquier padre, tener a sus hijos al lado. Aquel deseo se iba a convertir en su condena.
La primera vez que Antonio montó en cólera fue cuando descubrió en casa de su hija -que en el fondo siempre había considerado suya, ya que la construyó él- al nuevo novio de la joven. Pero Rosa Nieves, que tiene 31 años, no estaba dispuesta a renunciar a la relación y se mudó con Eugenio al adosado que éste tiene alquilado en la misma barriada.
Tiempos mejores
Fueron tiempos mejores. Hay quien dice que Antonio y el monitor de aikido llegaron a ir juntos a cazar, y que se les vio por el barrio, en el parque. Y entonces Rosa Nieves se quedó embarazada de Eugenio, y volvía a tener un proyecto de familia, y gastos, muchos gastos. Y la casa del 2B de la calle Paz estaba vacía. Y ellos seguían pagando un alquiler. Y ella tomó la decisión de volver a instalarse junto a su padre. En la casa que le regaló.
Parece ser que Antonio no estaba dispuesto a pasar por eso. No entendía la velocidad de la relación y no soportaba las habladurías, la mala reputación. Tenía otros problemas. El parón de la construcción, las dificultades económicas... Algunos dicen que últimamente bebía demasiado. Pero en el entorno del fallecido aseguran que fue otra gota la que colmó el vaso. Afirman que el padre avaló un préstamo a su hija para que comprara un coche y el viernes recibió una amenaza de embargo.
Sus vecinos dicen que era un buen hombre con mucho genio. «Era una bella persona, lo que pasa es que no todo el mundo tiene el mismo aguante», expresa Miguel Bandera. «Lo conozco desde que nací y es cierto que tenía genio, pero cuando se cabreaba le echabas el brazo por encima y era el mejor amigo».
El miércoles no encontró un brazo amigo. Cegado por la ira que le provocaba una situación que no entendía se presentó en la casa de su hija y, según declaró la pareja a la policía, le puso un cuchillo en el cuello, con el que le hizo un pequeño rasguño. Eugenio intervino y, al parecer, Antonio le atacó con el arma blanca. Le hizo varios cortes en la pierna y la mano izquierdas. El herido abandonó la vivienda para ir a urgencias y avisó a la policía.
Entonces, la cólera se apoderó de Antonio y 'El manzanilla' se convirtió en otro hombre. Regresó al 2B armado con su escopeta de caza y descerrajó un disparo justo debajo de la cerradura de la puerta de la casa de su hija. La policía ya venía de camino. Se subió en su furgoneta Seat Inca y se marchó de la barriada. Una patrulla se cruzó con él por la avenida principal, la travesía de Maqueda, y lo siguió hasta el carril de la Lira.
Tras varios avisos para que se detuviera, los agentes le echaron el coche encima. Antonio se bajó del vehículo y, sin mediar palabra, abrió fuego. Llevaba al cincho una canana cargada con una veintena de cartuchos. David aún recuerda el fuerte olor a pólvora que sucedió al tiroteo. «A mí me adelantó el coche de la policía -estaba llegando al trabajo, en las oficinas de la empresa Grúas Tobelem-; el hombre se atrincheró tras su coche y abrió fuego al ver a los agentes, cuenta el testigo. «Escuché entre cinco y diez tiros», calcula.
La investigación policial apunta que fueron alrededor de ocho, la mitad por cada bando, todos a bocajarro, a apenas dos metros. Los dos agentes, que se parapetaron detrás del patrulla, recibieron una lluvia de perdigones. Uno de ellos, de 34 años, se llevó la peor parte. Le alcanzaron en el tórax y el estómago; tiene plomo alojado en la zona hepática, por lo que sigue en la UCI del Hospital Clínico. Al otro sólo le rozaron. Los policías repelieron el ataque a tiros. Antonio recibió tres balazos que le hicieron caer fulminado. Ayer fue enterrado. Ya descansa en paz.
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