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Letras

Jaime Gil de Biedma, Visto y bebo como un inglés

Hoy hubiera cumplido 80 años. El autor de 'Poemas póstumos' es uno de los poetas más influyentes de nuestra literatura

ANTONIO GARRIDO

Viernes, 13 de noviembre 2009, 10:38

Hablando de sus padres, Jaime Gil de Biedma y Alba recordaba a su madre como una mujer moderna, educada en Inglaterra que se sentía muy británica y a su padre como un empresario de éxito que trabajó con grandes consorcios de su época, abogado, amante de la equitación y de la velocidad, gustaba de las motos y de los coches, tocaba el piano y cantaba jazz. Definió a su familia como «de esas llamadas de toda la vida, gente decente, donde vivir y hablar era parte de una trama para hacer de ambas una expresión de la cultura» y refiriéndose a su crianza recordaba a Modesta, su nana, y a las criadas de su casa; sobre todos ellos planeaba la figura de su abuelo Santiago Alba, varias veces ministro y unos de los políticos más importantes del reinado de Alfonso XIII. Ya tenemos perfectamente contextualizado al poeta nacido en Barcelona en 1929.

Contra su familia, contra el sistema de valores que representaba, contra su alta posición social y económica, contra sí mismo por pertenecer a su clase y vivir según sus reglas públicas de moral y de apariencia se reveló y fracasó en su rebeldía. En el poema En el nombre de hoy, que se inicia de manera muy explícita, es un domingo con nubes y sol, un veintiséis de abril de mil novecientos cincuenta y nueve, a las tres de la tarde, enumera un universo al que dedica el texto; así lo hace desde la primera persona del indicativo y como portavoz del pájaro, de la espuma del almendro y del mundo. La dedicatoria, el recuerdo, va dirigido a sus padres «que no me estarán leyendo», a su amor, «gran premio de mi vida», a los amigos, a los que nombra, y lo que más me interesa: «A vosotros pecadores / como yo que me avergüenzo / de los palos que no me han dado, / señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social, / dedico también un recuerdo, / y a la afición en general.»

Crisis permanente

Jaime Gil de Biedma pertenece a esa especie de artistas que se escinde entre su vida pública, fue como su padre, alto ejecutivo de la Compañía de Tabacos de Filipinas y dispuso de una fortuna importante que le permitió viajar y gozar de los placeres propios de la alta sociedad a la que pertenecía; al mismo tiempo que su vida privada y sus convicciones más profundas chocaban de frente con todo lo anterior; como muchos de los artistas e intelectuales de su época se decantó por el marxismo y, claro está, por una denuncia del régimen franquista, aunque sin renunciar en la práctica a los privilegios que la posición de su familia le ofrecía. Gil de Biedma tuvo que ejercitar las habilidades de la hipocresía social, su homosexualidad no pudo manifestarse públicamente lo que también le provocó una crisis permanente. Su única manera de explicarse y redimirse fue la palabra, la poesía. Declarándose de izquierdas nunca militó «con nada ni con nadie». No creía en el compromiso político de los intelectuales. Afirmó: «Un intelectual trajeado de político es un elemento peligroso, casi siempre terminan siendo tiránicos, sectarios, fanáticos del centralismo democrático y la tesis del partido único.» Fue un desclasado frustrado.

Se ha afirmado que su pesimismo le llevó a tendencias autodestructivas, quizás, lo que es cierto y probado es que a partir de 1974 sufrió una profunda crisis que le llevó a abandonar prácticamente la escritura, a desencantarse con el conformismo de las izquierdas después de la muerte de Franco que optaron por el pacto y no por esa revolución salvadora y, añado, utópica, con la que soñaba. Entró en una profunda negación de todo principio religioso, político y social, en un doloroso nihilismo que no abandonó hasta su muerte, víctima del sida.

Los años de la guerra

En el pueblo segoviano La Nava de la Asunción pasó los años de la guerra civil que, como declaró, no fueron infelices para los niños porque hacen de la tragedia un divertimento y no comprenden el horror de lo que está sucediendo a su alrededor. En aquellos años descubrió la belleza de la naturaleza y la lectura y la reflexión sobre lo leído como dos grandes placeres y se aprendía de memoria largos poemas. En Infancia y confesiones aparece este mundo, el recuerdo «de una casa / con escuela y despensa y llave en el ropero, / de cuando las familias / acomodadas, / como su nombre indica, / veraneaban infinitamente / en Villa Estefanía o en La Torre / del Mirador.» Era un paisaje de cenadores, de cuidados senderos de grava, de hortensias que califica de «pomposas». Su universo era «ligeramente egoísta y caduco. / Yo nací (perdonadme) / en la edad de la pérgola y el tenis». Esta aparente armonía no era más que fachada porque «Se contaban historias penosas, / inexplicables sucedidos / donde no se sabía, caras tristes / sótanos fríos como templos. / Algo sordo / perduraba a lo lejos / y era posible, lo decían en casa, / quedarse ciego de un escalofrío.»

Le gustara o no pertenecía al bando de los vencedores y, siguiendo la tradición familiar, estudió derecho en Barcelona y en Salamanca. La universidad la sintió como un fracaso, era confesional, opresiva, imperial en el peor sentido del término y sin resquicio alguno para una, aunque fuera mínima y raquítica, libertad de expresión.

Escuela de Barcelona

Jaime Gil de Biedma es uno de los más importantes poetas contemporáneos y de los que más influencia ha ejercido en los poetas posteriores, se le considera miembro de la llamada Escuela de Barcelona, de la Generación de los 50 y se le califica como poeta social. Es necesario matizar esta última atribución crítica. Antes de seguir hay que considerar la formación literaria del autor que arranca de la poesía del Siglo de Oro, pasa por el simbolismo francés, Baudelaire y la Generación del 27; a lo que hay que añadir la poesía inglesa que conocía muy bien, en 1953 se trasladó a vivir a Oxford y, lo que para mí es fundamental, su admiración y relación con Luís Cernuda con el que mantuvo correspondencia.

No se ha destacado lo suficiente que Gil de Biedma, claramente el de Poemas póstumos de 1968, es heredero de Cernuda , como este lo es de la poesía inglesa; de manera que hay una continuidad muy clara en lo que es una de las grandes líneas de evolución de la lírica contemporánea y que tiene a la poesía inglesa como fuente común, aunque, por supuesto, no única. Gil de Biedma tenía muy claro su oficio de poeta. Empezó a escribir muy joven, con diecinueve años, y decidió publicar diez años después. La poesía, declaró, fue un muro que lo protegía del mundo exterior y era también un andamio contra sus propias debilidades. El descubrimiento de la poesía social, en los años cincuenta, le permitió encontrar su voz, su tono, su estilo, que no quiso prodigar. La obra de Gil de Biedma no es extensa pero se ajustó en cada momento a lo que deseaba de la vida y a la expresión de sus sentimientos. Sentía sus primeros poemas como tesoros que había que ocultar como el orfebre del poema de Kavafis.

Compañeros de viaje (1959) y Moralidades (1966) son sus libros más canónicos en lo que es la poesía social, entendida como denuncia de la opresión, como denuncia de la falta de libertad y de derechos en la dictadura franquista, como esperanza de un cambio radical, como denuncia de la hipocresía burguesa. Definió a estos poemas como moralejas, en la línea de las moralidades del teatro medieval; pero los poemas, voy a llamarlos sociales, tienen poco que ver con el desaliño formal y el referente demasiado explícito u ocasional, su lenguaje directo, sus aspiraciones revolucionarias, su magnífica ironía están al servicio de un sentido mítico que enlaza con los universales del amor y del dolor, de la dignidad y de los valores humanistas, no en vano los poetas que lo deslumbraron fueron Auden, Eliot, Epson y Arnold.

Uno de sus textos más conocidos, precisamente del libro Moralidades, es Pandémica y celeste, un poema estremecedor, directo y seguramente por eso de un valor simbólico eminente, un poema en el que se confiesa y se desnuda. La claridad y belleza de la designación lo conservan intacto en su capacidad de comunicar, lo hacen clásico. Se enuncia en primera persona co un interlocutor al que en la noche, esa noche cernudiana, se habla «de hombre a hombre» entre botellas y ceniceros sucios. El interlocutor, el confidente, es el lector al que se repite el verso de Baudelaire: «¡Lector hipócrita, mi semejante, mi hermano!» No busca el poeta el amor sólo en los cuerpos, en las muchas historias e instantes del encuentro amoroso en «hoteles de una noche» o en «pensiones sórdidas», persigue «también» y el adverbio es clave, «el dulce amor, / el tierno amor para dormir al lado / y que alegre mi cama al despertarse, / cercano como un pájaro». La sabiduría amorosa es la suma de la soledad y «de cuatrocientas noches / con cuatrocientos cuerpos diferentes.»

Un cambio profundo

A continuación enumera instantes, flases, momentos de plenitud que van desde una carretera a un portal en Roma, encuentros con «cuerpos entrevistos». Nunca renuncia al «verdadero amor. / Mi amor, / íntegra imagen de mi vida, sol de las noches mismas que le robo.» El amor es eterno en el tiempo y en los cuerpos que el paso de los años deteriora. El recuerdo de la belleza de la juventud lo acompaña y así «poder vivir / sin belleza, sin fuerza y sin deseo, / mientras seguimos juntos / hasta morir en paz, los dos, / como dicen que mueren los que han amado mucho.»

Poemas póstumos (1968) significa un cambio profundo respecto a su obra anterior. Se ha calificado al libro de posmoderno en cuanto expresa el nihilismo al que le llevó la desesperación, el desencanto y el cinismo ante la realidad general, tenía treinta y cinco años. Nihilismo que no le restó un ápice de lucidez como cuando valoró la situación de los poetas en la sociedad: «Nosotros no aspirábamos al éxito social con la poesía, era otra cosa. El mundo editorial ha cambiado la condición de los poetas, hoy es posible ganar fama y fortuna y seguir siendo muy mal poeta, hay cientos de premios, de concursos, de verdaderas canonjías, que terminan por fomentar gildas poéticas, camarillas mafiosas»

En este libro asesina o suicida a su alter ego, es el famoso Contra Jaime Gil de Biedma. El poeta establece un diálogo con su doble, con su sosias, y le reprocha que se presente, «tú, pelmazo / embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, / zángano de colmena, inútil, cacaseno, / con tus manos lavadas, / a comer en mi plato y a ensuciar la casa.» El lenguaje coloquial sigue siendo el soporte del texto. El otro Jaime Gil de Biedma es habitual de la noche, de las barras de los bares, de la madrugada, de los chulos, es un borracho; de nada sirve que lo increpe, él se ríe «y dices que envejezco». El paso del tiempo es, en definitiva, el gran tema; como afirmó, al paso del tiempo hay que unir el yo; en la treintena, como los elegidos de los dioses, Gil de Biedma se siente viejo, ya sólo queda encajar los golpes de la fortuna, resistir y evocar, añorar, pero no rebelarse.

Jaime y su doble

«Que tu estilo casual y que tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta años, / y que tu encantadora / sonrisa de muchacho soñoliento / seguro de gustar es un resto penoso, / un intento patético.» El doble llora y promete ser bueno pero «¡Si no fueses tan puta!». El doble es causa de sufrimiento, de vergüenza, le molesta su «excesiva intimidad». Tiene que llevarlo a rastras por la casa, chocando con los muebles, tiene que acostarlo pero es inevitable que vayan «abrazados, vacilando / de alcohol y de sollozos reprimidos».

No tengo espacio para referirme a la influencia de los clásicos en su poesía pero baste De vita beata; no en vano declaró que había querido ser poeta pero que, en realidad, lo que hubiera querido es ser poema. En la tradición de la gran poesía estoica pero humanizada por el sentimiento romántico y existencialista escribirá: «En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia.» Observe el lector, retirado, encerrado en un paisaje pero, cuidado, noble.

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