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MANU MEDIAVILLA
Sábado, 24 de octubre 2009, 03:25
«Los comportamientos suicidas son los grandes olvidados en psiquiatría», y también en el ámbito de las políticas públicas, porque «no tenemos ningún programa nacional de prevención de los mismos; sólo acciones locales e individuales». La doble advertencia la hizo ayer en el XIII Congreso Nacional de Psiquiatría la especialista asturiana Pilar Sáiz, quien subrayó que un problema de tal magnitud humana y económica, debería merecer una mayor atención política, sanitaria y ciudadana. De hecho, en España muere más gente por suicidio que en accidentes de tráfico: 3.263 personas en 2007 frente a las 2.741 que perdieron la vida en la carretera ese mismo año.
Un llamamiento que la profesora de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo hizo extensible a los medios de comunicación, a los que animó a hablar del asunto «desde un punto de vista educativo» y a evitar el «tratamiento desmesurado y morboso de un suicidio en particular». A su juicio, «hace falta concienciar de que es un problema real», porque eso permitirá «detectar a personas en riesgo para poder pedir ayuda a los profesionales». Es importante, por ejemplo, que los médicos de familia conozcan y manejen las claves para poder 'descubrir' ese riesgo y hacer la correspondiente derivación a los especialistas en salud mental.
Las señales de alarma
De hecho, como apuntó el secretario de la Sociedad Española de Psiquiatría, Manuel Martín, «salvo una pequeña proporción, los suicidios no suelen ser impulsivos, sino resultado de una fase de elaboración previa». La persona que se plantea quitarse la vida «va contando, haciendo alusiones» en los círculos en los que se mueve, unas veces con expresiones de despedida -del tipo de «es la última vez que vengo» o «que me veis»- y otras con frases de hastío y fatiga de la vida que sugieren una total desesperanza porque «esto no tiene solución». Lo habitual es que lo «avise», coincidió Sáiz, aunque sea con «expresiones muy indirectas» que «a veces son una forma de pedir ayuda».
Margen de intervención
Hay, pues, margen de intervención para prevenir los comportamientos suicidas, remachó la experta. Y así lo entendió la UE en 2005 al aprobar acciones para disminuir el acceso a métodos letales, concienciar y mejorar la formación de profesionales de salud y comunitarios, y reducir los mayores factores de riesgo asociados al suicidio, como abuso de alcohol y otras drogas, depresión, estrés y esquizofrenia, en la que hasta un 10% de la mortalidad puede tener esa causa. El plan incluía además la atención a las personas que han intentado quitarse la vida y a sus familiares.
Ese proyecto sería recogido en la Estrategia Nacional de Salud (ENS) española de 2007, pero, según Sáiz, «el problema es trasladarlo a las comunidades». El resultado es que «la implantación de la ENS es muy heterogénea» y que en regiones como Asturias no ha tenido «ningún desarrollo». De ahí su reconocimiento a iniciativas como la del Hospital Sant Pau de Barcelona que, en el seno de la Alianza Europea contra la Depresión, está consiguiendo resultados positivos para evitar que ese problema de salud mental desemboque en suicidios.
La clave está en conocer lo mejor posible los factores que pueden desencadenar el suicidio, cuya base biopsicosocial nadie discute. «La carga genética lleva el 45% del peso de esa conducta», recalca Sáiz, aunque tal susceptibilidad implica a «múltiples genes» y no puede ser analizada por sí sola. Lo mismo sucede con el componente psíquico, ya que, si bien «en el 90-95% de casos hay antecedentes de trastornos mentales», estos son «causa necesaria, pero no suficiente». Los comportamientos suicidas son resultado de diversos factores interrelacionados, remachó la especialista, y a los citados habría que añadir un variopinto tercer grupo en el que caben aislamiento social, falta de acceso a los servicios de salud o elementos ambientales externos de tipo conflictivo y estresante.
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