Secciones
Servicios
Destacamos
ANJE RIBERA
Viernes, 11 de septiembre 2009, 03:34
El audaz esfuerzo de Obama para recuperar la confianza de la sociedad estadounidense sobre su capacidad de liderazgo exigía una apuesta fuerte, arriesgada, la de su capital político. Y así lo entendió el primer afroamericano alojado en la Casa Blanca. La defensa de su plan sanitario fue vehemente. El discurso resultó desafiante. El tono, retador.
Las encuestas obligaban a ello. La primera reforma del sistema de salud en más de cuarenta años colocaba a Obama en una cuesta abajo de popularidad. Un descenso del 70% al 53% de aceptación, según los sondeos publicados en las horas previas a su intervención ante el Congreso. El fantasma del comunismo resucitado por los republicanos, claros defensores de un sistema dominado por las aseguradoras privadas, surtió efecto durante el verano.
Era hora de desmentir. De dejar claro al país que todo lo dicho por telepredicadores, líderes de la derecha radiofónica, ex gobernadoras del gélido estados... no era cierto. Que la vía privada seguiría en vigor, que la reforma no acarrearía una caída general de los servicios y que, sobre todo, no profundizaría el déficit estatal.
Y a eso dedicó la mayor parte de su intervención. A refutar. Sus 'aclaraciones' avanzaban de forma paralela al incremento de la ebullición de las bancadas del partido del elefante rojo, donde el desasosiego ya era constante. Alguna risa tonta, miradas de complicidad entrecruzadas, gestos de reprobación, ligeros abucheos, exhibición de los papeles que recogían su plan alternativo... Hasta que llegó el turno de los inmigrantes ilegales, aquellos a los que la reforma sanitaria cubrirá, según los republicanos. Nada más lejos de la realidad, para Obama.
Fue el punto de inflexión. La gota que colmó la paciencia de Joe Wilson, congresista por Carolina del Sur. La ropa interior se había pegado a la piel y ya no podía callarse. Era superior a su aguante. Y saltó: «¡Usted miente!». Y, por supuesto, todos le oyeron. Consiguió universalizar el silencio en la Cámara y atrajo las miradas de los congresistas, sorprendidos. Hasta sus correligionarios, sabedores de que Wilson había hecho historia. De que había roto con un protocolo de largos años que obliga a guardar máximo respeto al presidente en sus discursos de gran solemnidad dirigidos de forma conjunta a la Cámara de Representantes y al Senado en momento especiales.
Insulto
Se espera de los representantes de la oposición que mantengan la compostura, que muestren su desaprobación, a lo sumo, con una negativa a sumarse a la corte aplausos. En una sociedad apoyada en el sentido del valor, llamar mentiroso a alguien, y más al presidente, supone el mayor insulto.
La insólita actuación de Wilson logró que el resto de la intervención de Obama transcurriera sin sobresalto. Su improperio unió a todos los escaños... pero contra él. John McCain, rival del ex senador de Illinois en la carrera presidencial, fue el primero en censurarle. Wilson se disculpó horas más tarde en su web.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.