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M. G.
Lunes, 29 de junio 2009, 03:08
La vida tortuosa de Michael Jackson acababa en la puerta de Neverland, el rancho que se construyó a tres horas de Los Angeles en busca del paraíso imaginario de Peter Pan, donde nunca cesa la felicidad de la infancia. «Erase una vez..», se lee aún en la verja. El cantante perdió su refugio el año pasado, incapaz de seguir pagando las deudas de un parque de atracciones con zoológico y sala de cine, por el que abonó 22 millones de dólares.
A diferencia del concurrido Paseo de la Fama en Hollywood, donde la Policía pone orden entre los fans, la paz reinaba el sábado en Neverland. Quienes le conocieron llegaban sosegadamente a lanzar una última mirada de incredulidad, a dejar flores en la puerta y compartir un escalofrío. Hacía años que el Rey del Pop vivía de hotel en hotel, con la inocencia perdida tras un juicio que terminó por quebrar su espíritu, pero su música suena incesante tras la verja negra adornada con coronas de flores. En la puerta por la que se asomaban los niños con curiosidad se encuentra Judy Brisse, que trabajó durante tres años de empleada doméstica. «Aún no me lo puedo creer», suspira. «Le he visto pasar por tantas cosas que me parecía invencible». Judy guarda una imagen bondadosa de ese hombre frágil de voz dulce. «Hizo cosas muy generosas por los niños, le encantaba comprar juguetes. Por Navidad nos pasábamos días envolviendo regalos».
Fiestas familiares
Su hija Lisa aún se entusiasma recordando las fiestas que organizaba para las familias de los empleados. «Nos dejaba traer a cinco amigos cada uno. Se abrían esas puertas y detrás había todo un zoológico con jirafas, leones, chimpancés, orangutanes. Más de cien animales. Montaban carpas, mesas de picnic, ponían música,... La máquina de las palomitas no dejaba de funcionar. Era lo más divertido del mundo».
En esos días Jackson no se rodeaba de hombres tétricos, sino de los niños de los colegios, los hijos de sus empleados, las víctimas de cáncer... «¿Qué van a hacer ahora con todo eso?», se pregunta Judy. Prefiere no pensar si fue cierto o no que abusó de algunos de los niños. «Nunca lo sabré, y me siento mal preguntándomelo, porque por encima de todo yo lo adoraba, no al ídolo, sino a la persona amable e inteligente».
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