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BARQUERITO
Lunes, 22 de junio 2009, 13:11
Buenas noticias de Curro Díaz y Eduardo Gallo. Curro y su toreo plástico, sincero, a veces ligero, a veces garbo puro, entre saleroso y hondo, bien recitado. Gallo y su honradez: firmeza, encaje, renovada ambición, sentido del temple. Y una de Guadaira, que se estrenaba en Madrid con corrida de toros. La novillada de San Isidro fue de vértigo por su genio, por la dinamita. Violencia, poder indómito, agresiva resistencia. Esta corrida de primicia fue justamente lo contrario: nobleza, el fuelle justo en general, las gotas suficientes de docilidad. Dos o tres toros de buena nota.
Fue corrida seriamente armada: un primero cornalón y descaradito. Soltura de Curro Díaz. El desparpajo de pinceladas sueltas. Se celebraron más las ideas y la compostura que los logros. Más la guinda que el pastel. No luego. Un cuarto toro amplio pero descolgado de carnes. Faena profusa, graciosa, improvisada, salpicada y salteada. Un pinchazo, una estocada desprendida, petición suficiente de oreja. Se enrocó el palco. Y nones.
Dos buenos toros en el lote de Eduardo Gallo. Sin fuerza, y molido en varas, un segundo mugidor y rebrincadito. Gallo estuvo firme de verdad en el capote en el recibo de los dos. Faltó calma, y astucia, para entenderse a tiempo con el notable quinto de la tarde, el toro tan toro antiguo, y tan bien hecho.
El tercero de corrida volcó un caballo de picar. Volcar no derribar. Se lastimó. Algo celoso, zurrado, toro de poca voluntad. Andrés Palacios abrió con el trueno de tres estatuarios, que fueron falsa promesa. El sexto, hondo, cinqueño, soberbio, fue gravemente castigado en dos varas sin escrúpulos. Y acusó la paliza.
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