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ÁNGEL ESCALERA | MÁLAGA
Domingo, 14 de junio 2009, 12:54
T RABAJADOR constante, minucioso investigador, lector voraz, escritor de dieciséis libros y de numerosos artículos, gran conocedor del andalucismo, experto en historia económica y ferviente seguidor del fútbol. Eso es Juan Antonio Lacomba, pero, por encima de todo, si por algo ha sobresalido ha sido por su faceta como profesor. Ahora que ya está jubilado se ha marcado tres objetivos irrenunciables. El primero, dedicarle a su familia todo el tiempo que no pudo estar con ella cuando se encontraba en activo. El segundo, leer las muchas novelas que aguardan su turno apiladas sobre mesas y estanterías. El tercero, no aceptar ningún encargo que pueda impedirle llevar a cabo los dos anteriores. Casado, con cuatro hijos y tres nietos, vive una nueva etapa tras dejar la Universidad.
Nació en Chella (Valencia), cerca de Xátiva, en 1938. Se licenció en Filosofía y Letras y se doctoró en Historia en la Universidad de Valencia, donde dio clase en sus inicios como profesor, así como en un instituto femenino de la ciudad del Turia. Antes de llegar a Málaga, tras aprobar las oposiciones de instituto, estuvo destinado en Pontevedra y en Béjar (Salamanca). En esta localidad de la meseta no se encontraba a gusto. «En Béjar comprendí por qué Machado escribió ese verso que dice la primavera ha llegado, nadie sabe cómo ha sido». Como se siente muy mediterráneo y necesita estar cerca del mar, aunque apenas pise la playa, pidió el traslado a Málaga en 1966. Primero estuvo en el instituto de Veléz-Málaga; al curso siguiente comenzó a trabajar en el instituto Nuestra Señora de la Victoria (Martiricos). En este centro, en el que compartió la docencia con un ramillete de destacados profesores, fue nombrado director en los años setenta. Una vez instalado en Málaga, ya no se planteó volver a su Valencia natal. Casado con una gallega, ambos decidieron quedarse aquí, cerca del sol y del mar.
En 1979 dejó el instituto y se hizo cargo de la cátedra de Historia Económica de la Escuela de Empresariales, en la que permaneció hasta su jubilación el pasado mes de septiembre. Tiene a gala haber ido siempre por libre en la Universidad. Su trayectoria ha sido muy fructífera. En 2006 recibió la Medalla de Andalucía. Nada de eso habría sido posible si no le hubiese surgido la vocación de historiador debido a que su padre, maestro de profesión, era amigo de un catedrático de Historia, Manuel Ballesteros, que frecuentaba su casa y le aficionó a las lecturas históricas. Esos conocimientos le sirvieron de mucho para, una vez en la facultad, darse cuenta de que estaba haciendo lo que realmente quería. «Tuve la suerte de que en la Universidad recibí clases de un plantel inolvidable de profesores, lo mejor de lo mejor en ese momento», dice. La mayoría de los compañeros que tenía eran chicas. «Filosofía y Letras era una carrera eminentemente femenina. Éramos tan pocos hombres que para completar un equipo de fútbol teníamos que pedir refuerzos a los hermanos de la Salle que estudiaban con nosotros», recuerda.
Su tesis doctoral -'La crisis española de 1917' - fue censurada en principio por el franquismo. La intervención del catedrático Luis Suárez, que era amigo de Pío Cabanillas cuando este ocupaba la subsecretaría del Ministerio de Información y Turismo, le ayudó a que ese trabajo recibiese el visto bueno y fuese publicado por la editorial Ciencia Nueva de Madrid en 1970.
Sus estudios sobre el andalucismo y sobre la historia económica sobresalen dentro de las diversas investigaciones que ha realizado. La relación con la economía le proviene del curso de postgrado que completó en Francia tras acabar la carrera. En el andalucismo y en la figura de Blas Infante se adentró al comprobar que era un terreno virgen para los historiadores. «Yo siempre he sentido interés por los movimientos regionalistas, como el blasquismo, promovido por Blasco Ibáñez en Valencia. Me apasioné con el andalucismo», señala.
Ocupó la dirección general de Patrimonio Cultural en 1982, con Rafael Escuredo de presidente de la Junta. Al año siguiente dimitió. «Me di cuenta de que a la política había que dedicarle las 24 horas y preferí volver a la enseñanza, que era lo mío», afirma. No obstante, en 1989 encabezó la lista del Partido Andalucista al Congreso de los Diputados. No fue elegido y continuó con sus clases.
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