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30 AÑOS DE AYUNTAMIENTOS DEMOCRÁTICOS

Marbella: Corcho con lentejuelas

Marbella lideró el turismo selecto como la fanfarria social

TEXTO: MIGUEL NIETO FOTOS: JOSELE-LANZA

Jueves, 30 de abril 2009, 04:01

Marbella como destino turístico tenía pocos rivales en los albores de la democracia. La pugna nacional, casi jocosa, se circunscribía según las estadísticas publicadas anualmente al dominio del corcho. No se crean que es una broma: los indicadores nacionales de renta per cápita, allá por 1979, lo dejaban claro: ninguneo.

Marbella, la joya de la corona del turismo europeo, ingresaba más divisas que ninguna otra localidad, ostentaba Banús -el mayor puerto deportivo de Europa- concentraba la mayor flota de Rolls & Royce y por muestrear la de Ferraris, Maserattis, Bentleys y otros caprichos con llantas de a decenas de millones de pesetas, era el municipio que más divisas, a mansalva, ingresaba en España, concentraba para una ciudad de un tamaño coqueto más hoteles, restaurantes y discotecas de lujo que ninguna otra, y la calidad de sus construcciones y promociones resultaba epatante.

Pero, ya ve, en lo del corcho, a Marbella le mojaban la oreja. Por dos flancos: San Sadurní de Noya y Cortes de la Frontera. Ubérrimos municipios dedicados al 'quercus', laborioso el catalán para sellar botellas de cava, más agrícola el gaditano. En el malagueño Cortes, en ese soberbio parque de Los Alcornocales su afán era desgajar las mejores corchas del mundo y arriba, en el Penedés, lo ansiaban para taponar las botellas de cava. Ambos se relevaban en la estadística nacional para triunfar: los pueblos más ricos de España que acumulaban más renta per cápita que Marbella, segunda casi siempre. Eran los más ricos pero en Marbella, en aquellos tiempos de oropel, se descorchaba champán; Dom Perignom, evidentemente. Un corcho más rentable.

Democracia

Las estadísticas, melifluas verdades, no reflejaban el empuje de una ciudad en la cima turística que afrontaba sus primeras elecciones democráticas con rémoras del franquismo, aún militante (y vociferante). Treinta años después, hubo urnas y una liza reñída hasta el punto de que siete grupos políticos lograron representación en el gobierno. Un pacto de izquierdas colocó a Alfonso Cañas (PSOE) como alcalde.

La campaña fue agria pero la sangre no llegó al río. Más que nada, sacar pecho con oriflamas y pancartas. Las mayores descubiertas, engrudo en mano, cubo en ristre, agazapados en la nocturnidad, pasaban por sacar pecho, por encolar más carteles encima de los de los adversarios.

La anécdota puede dar cierta idea de hasta que punto una corporación tan dispersa en votos: El PSOE logró 6 concejales: los independientes de Paco Palma (ACI), herederos del falangismo berroqueño (Paco Cantos, el alcalde franquista de la época, dimitió ante la ley que propiciaba no ya los partidos sino las asociaciones políticas), lograron cuatro ediles: con el mismo número el PSA; UCD logró cinco; el PCA 3; y el GIM, los independientes de Paco Pedrazuela 2, aunque supo abducir rápido a dos más de Palma y se convirtió en el azote de Alfonso Cañas. Cañas formo gobierno con el apoyo de la izquierda y el testimonial edil del PSOE (h), con Andrés Cuevas.

La disgregación, la falta de acuerdo, la controversia ideológica auguraban un mandato municipal, el primero democrático, amargo. Ocurrió curiosamente, con el reposo que da ver las cosas desde la distancia, justo lo contrario. El Ayuntamiento sobre el papel ingobernable; la ciudad, pese a su fama internacional que se asomaba todas las semanas al 'couché' internacional despertaba envidias pero quienes tenían que gobernarla, reticentes a esa imagen de oropel, eran nuevos en plaza. Pero con mando en un cachivache ideológico que no sabían muy bien como timonear.

Marbella tenía entonces apenas 62.000 habitantes y, a pesar de su fuste económico, manejaba en aquellos años un presupuesto de 875 millones de pesetas. Nada del otro mundo para su pujanza económica con firmas internacionales que preferían abrir antes en Marbella que en Viena y que sin pestañear pagaban alquileres de un millón de pesetas de las de entonces por un metro cuadrado en la 'milla de oro' o en Puerto Banús.

La corporación a veces parecía de chiste y hasta se repetían votaciones o debates porque -premuras son premuras- el único periodista que acudía a las sesiones (para pasmo de los ediles) llegaba tarde.

Tiempos complejos en los que se desarrolló -broncas municipales aparte- una labor encomiable en un ambiente político afable. Sorprendía la colaboración, la camaradería. Había ganas de hacer cosas, de solucionar problemas, de darle un achuchón a un enclave que también vivía mucho del 'atrezzo'.

La ciudad adolecía de una penuria de infraestructuras públicas que movía casi al llanto. Hoteles lujosísimos, fiestas excesivas, nidos de grandes fortunas, retiro de magnates, sí, pero las calles de San Pedro seguían terrizas, por ejemplo. En cultura se te caían lagrimones del desamparo de los vestígios históricos o de la indolencia con la que se orillaba.

Aparte son casi risibles los grandes debates, tufillo a revancha que hoy mueven a la compasión: se centraban en los plenos en cambiar el nombre de las calles: héroes franquistas (alguna gamba histórica se cometió) por azulejos más populares.

La corporación que presidió Cañas tuvo que ejercer un cierto funambulismo para nadar y guardar la ropa: Marbella era el no va más turístico de Europa pero la ciudad poseía escasas cuadernas más allá del primoroso entorno, con esa concha guareciendo la ciudad y el paisaje y microclimas que la han hecho famosa.

Luego, claro, estaba, la pugna política que no era moco de pavo: quitar el busto de Franco de la plaza central de Los Naranjos para colocar el del Rey costó prácticamente toda la legislatura. Con nocturnidad de cercenó y se arrumbó en los sotanos del Ayuntamiento. Mira por donde, fervoroso consumado más allá del indulto concedido tras la debacle de Los Ángeles de San Rafael, Jesús Gil, que hizo del termino municipal su propia hacienda, montó en el Ayuntamiento un retablo.

Esas astracanadas pasaban en la ciudad a la vez que se apresuraba a dotarse de un teatro estable, construir colegios, centros de salud, asfaltar carreteras, crear la Universidad Popular, el cine club, unos granados ciclos de charlas y una vasta recuperación tanto documental como en vivo del extenso patrimonio histórico de la ciudad.

No dejaba de resultar esquizofrénico el empeño de los munícipes que aún tenía que pregunta r al secretario, Javier García Mameli como iba aquellos de los plenos y las comisiones permanentes a la vez, uniforme traje de tergal o camisa desabotonada con las lentejuelas de los fastos que asombraban al mundo.

No es una exageración. La cornucopia manaba y las estrellas rutilantes eran Gunilla, Jaime de Mora -que para reivindicar Andalucía no se le ocurrió otra astracanada que obligar a todos los invitados a vestirse de blanco y verde y montarse en un pollino-, Alfonso de Hohenlohe, Adnan Kashoggi al que aún los brazaletes que llevaba eran de oro macizo y piedras preciosas y no policiales-, y una larga lista de famosos y personalidades que encontraron una Marbella que empezaba a boquear su escenario bufo.

Crisis

La crisis se cernía y Alfonso Cañas, pese a las críticas constantes, acoso que le llevó incluso a protagonizar una huelga de hambre por los ataques que recibía de la emisora local (otros tiempos, otras formas, ya se ve) caía bien a los árabes. A la postre, en la gran crisis del petroleo, organizó una ladina expedición que recorrió Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes. Resulto bastante productiva. De entrada dos millones de dólares que donó el rey Fahd, ya fallecido, para levantar casas sociales y otros presentes que tuvieron más controversia como la gumia y la espada, oro y piedras preciosas para no digerir, que le regalaron a Cañas y que entregó al Ayuntamiento. Su desaparición del despacho de la Alcaldía constituyó un escandalo nacional soberbio, que la oposición, maledicente, atribuyó a un robo interesado.El alcalde masón, el que morigeraba sus penas con leves palomitas, nunca superó lo que consideraba una infamia: casi todos estaban convencidos de que se la había llevado él.

El desembarco árabe que salvó la tiritera del Marbella Club, Puente Romano o Don Carlos, aparte de las urbanizaciones que promovieron sus capitales no fue asunto baladí y en una segunda fase le tocó bregar a José Luis Rodríguez. Más avances en solitario, oídos sordos las administraciones: palacio de congresos, colegios e institutos, instalaciones deportivas, una enorme obra de tripas y asfaltado de la ciudad, y la revisión del PGOU que luego se zampó sin recato Jesús Gil tras la inane alcaldía de Paco Parra que nos puso a los pies de los caballos.

Tampoco ayudó en aquellos tiempos la Administración central. Más allá de que Guerra aconsejara no moverse para salir en la foto y bajo ningún concepto, vade retro, aparecer en instantáneas marbellíes (menudo baldón recibió a la mujer del ministro de Industria, Cuca Solana, nombrada lady España). Sólo el empuje de una ciudad que revienta costuras explica que no haya muerto de consunción por no recibir ayuda merecida.

La querella, cierto es, puede trasladarse, llorar hombro con hombro con poblaciones vecinas, pero es palmaria y lacerante: los 15 años de latrocinio de Gil y sus rebabas, el olvidado recrecimiento de la presa de La Concepción, desaguando agua, el quinario del soterramiento de San Pedro, en realidad una carretera más ambiciosa que debería haberse acometido en tiempos (no se asusten, que va de veras) de cuando el ministro de Obras Públicas era José Borrell, la ampliación de Puerto Banús se discute desde hace 30 años, la de imantar cruceros al antiguo puerto pesquero sólo un bosquejo, el corredor ferroviario bosteza en el sueño de los justos, el gran palacio de congresos que demanda la ciudad sigue pendiente tras las bravatas de GIL, las recuperación de zonas verdes, escolares, sanitarias, culturales o deportivas va a marcha de recua.

La ciudad ha crecido como una ameba. Ya es prácticamente una conurbación, viven a diario más de 200.000 almas y en época turística alta alcanza las 400.000. Pese a todas las penurias, 30 años después, las posibilidades de desarrollo cabal, honesto, con seso son más que evidentes. Sólo hace falta que las partes contratantes de la primigenia parte contratante: Marbella, atinen a que hace falta algo más que monopolizar el descorche de champán.

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