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DEFENSA PERSONAL

La libertad del pirata

JUAN BONILLA

Domingo, 12 de abril 2009, 04:54

HA sido tomar posesión de su cartera la nueva ministra de Cultura, y saltarle a los morros un movimiento cibernaútico pidiendo su inmediata dimisión o destitución, por haberse alineado del lado de los autores en sus anteriores puestos y contra, dicen los piratas, la libertad de circulación del material cultural, artístico o lo que sea, sujeto a las leyes de derechos. Material que con cada descarga, acuérdense, está siendo birlado: que se haya impuesto como una costumbre alegre en todo el mundo, no significa que se siga delinquiendo, aunque el que delinca «no haga nada malo» y se limite a utilizar las armas de la tecnología en beneficio propio con el plausible escudo de que así «los elementos culturales» ruedan alegres por el mundo, sin que las alambradas de los derechos supongan una cortapisa. Menuda caradura la de los alegres piratas que consideran que el rojo del semáforo coarta su libertad de expresión, y que cada vez que tienen que frenar ante un semáforo en rojo echan la culpa de que su libertad se vea agredida a los policías de la cultura, del tráfico, de lo que sea.

Ahora hemos visto cómo se las gastaba uno de esos alegres piratas que militaba acérrimamente en la causa del no pagar derechos: tenía una página en la que sin embargo sí cobraba, no a las 17.000 personas que se descargaban lo que querían, sino a los que se anunciaban en su página. Buen negocio, compadre, di que sí. Tú no pagas los derechos de autor de las películas, los discos o los videojuegos que utilizabas para hacer rodar y extender la cultura con mayúsculas de tronío, pero naturalmente sí ganabas dinero con lo que ofrecías: tu trabajo valía dinero, pero el de Almodóvar, Alejandro Sanz o quien sea, no.

Este movimiento ciudadano, como a sí mismo se llama, que pide la dimisión de la ministra de Cultura, ha batido palmas de alegría al ver que el Parlamento francés, por ausencia de los diputados conservadores, echó para atrás, de momento, la ley Sarkozy que pretende, después de muchos avisos y con timidez radiante, coartar esa libertad absoluta del pirata que juega y gana con el trabajo de los demás. Aplauso equivocado, sin duda, por dos cosas: porque la ley, con ser tímida y poca cosa y dar demasiados avisos y castigar poco al pirata, es un buen punto de inicio para legislar bienes no mensurables como son los de la propiedad intelectual, y porque antes o después se tendrá que aprobar.

Lo que no puede ser es que lo único que corra gratis sea la propiedad intelectual. Si la excusa de que lo que se cuelga en Internet es de todos y cualquiera puede hacer uso de ello como le convenga, se le aplicara a otros materiales -no a la información, sino, por ejemplo, al dinero- ya veríamos que pasaba, cuánto se tardaba el hablar de latrocinio. Por Internet corre montón de dinero, y uno no puede echarle mano alegremente a las operaciones que otros hagan con la excusa de que el dinero, unos simples números, están ahí, y los números son de todos: si haces una operación con tu tarjeta de crédito, y yo me la copio y hago otras operaciones, será mejor que no me agarre la policía, porque si lo hace, aviado voy. Bueno, pues eso sí se puede hacer con un producto cultural.

Estos piratas adoradores de la cultura, seguro que no estarian muy satisfechos de que aquello que hacen, con lo que se ganan la vida, se repartiera gratis a todo quisque porque sí, y sin embargo se llevan las manos a la cabeza porque se quiera legislar cómo transitan las obras sujetas a derecho por los canales de la red, se llevan las manos porque se pretenda que las páginas que ofrecen descargas gratuitas, tengan que pagar un canon para que puedan negociar con sus anunciantes y puedan limpiar un poco el dinero sucio con el que se están montando en el oro.

Hasta ahora, todos los casos de piratas que habían llegado a los tribunales se habian saldado con la victoria de la piratería. Este primer caso sienta un magnífico precedente, y es, si se mira con un poco de sensatez, justo: si quieres ganar pasta con lo que otros hacen, lo mínimo es que les pagues a quienes gestionan esos derechos una parte de tus ganancias. Le llamarán mafia nuestros adorables piratas, no digo que no: pero mafia es precisamente jugar con lo ajeno en beneficio propio sin que el productor de un producto se entere de que estás jugando con él. La libertad no tiene nada que ver con todo esto. La Cultura, menos que menos. ¿Qué tiene que ver la libertad del conductor con el hecho de que la regla diga que ante el semáforo en rojo tienes que pararte? Nada, absolutamente nada. A menos que se piense, desde luego, que cualquier coerción del interés propio que se salta a la torera el de los demás, es una inadmisible expropiación de la libertad personal, que es lo que piensan esos adolescentes encantadores para quienes robar lo ajeno es lícito, pero que te pongan una multa, una victoria de la tiranía.

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