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FEDERICO J. C-SORIGUER ESCOFET
Martes, 3 de marzo 2009, 02:28
CRISIS la de antes, cuando la corrupción invadía todas las áreas de la vida, dónde los banqueros, esos cerebros privilegiado de antaño, no eran más que pobres hombres moralmente incompetentes para decir que no, en la que los economistas estaban más atentos a la mano que les daba de comer que a trabajar con sus famosos modelos predictivos, en la que los políticos venales se vendían por un plato de lentejas y en la que los ciudadanos habíamos olvidado el significado de esta palabra. Pero no es de la crisis, no se apuren, de lo que voy a hablar, sino de mis colegas que aprovechando el viento a favor habían abandonado en los últimos tiempos el sistema sanitario público para irse a trabajar a esas 'grandes instalaciones sanitarias' que en palabras del fallido candidato de izquierdas a la alcaldía de Marbella iban a hacer de Málaga el paraíso de la medicina privada de Europa. No deja de ser un sarcasmo que, ahora que el tsunami de la crisis ha barrido sus no tan liberales expectativas, vuelven a la plaza que la seguridad social les tenía reservada, desplazando a los jóvenes que les han hecho mientras tanto aquel trabajo sucio e indigno de sus ambiciones económicas y de sus competencias. De la suficiencia con la que abandonaron el sistema sanitario público han quedado constancias en algunos debates en estas páginas. No importó entonces que algunas de aquellas empresas que pagaban muy por encima de la ley de la oferta y la demanda, fueran (y esto era notorio y público) tapaderas para otros negocios inmobiliarios, ni que en estas lujosas instalaciones se hiciera una medicina insolidaria. Ni que este sorprendente florecimiento de la medicina privada pusiera en peligro el desarrollo del sistema sanitario público que con tanto empeño y esfuerzo varias generaciones de españoles habían construido. No, nada de eso importaba. Al fin y al cabo lo que importaba es que les iban a pagar como les correspondía a su condición de médicos (¿) y que, además, se adelantaban, decían, a la inevitable privatización del modelo sanitario, pues, al fin y al cabo, como se dejó dicho por alguien en estas páginas, el problema no es que los pobres no puedan acceder a esa medicina sino que, si pudieran, querrían acceder a esa medicina supertecnologíca y supercalifragilística que ellos y sus superferolíticas empresas estaban dispuestos a ofrecer. Pero ha bastado que metan a un empresario del ladrillo en la cárcel y que las clases medias, con la crisis, vuelvan al redil, para que toda la fantasía salte en mil pedazos. Pero, afortunadamente para ellos y para su futuro laboral y desde luego para aquellos pobres que querrían vivir como los ricos pero que nunca lo conseguirán y para estas clases medias que llegaron a creer que podían ser propietarias, aunque solo fueran propietarios de sus casas, al menos les ha quedado la seguridad social. Pero, ¡por poco¡. Bendita crisis pues, un poco más del sueño de aquel modelo que llamaron liberal con desparpajo, y el sistema sanitario público hubiera terminado en la casa de empeño. Así que bienvenidos los hijos pródigos a la casa del padre. Solo se os pediría ahora un poco de amor propio. Porque volvéis ahora, de nuevo, al espacio de lo público y lo público no es lo contrario de lo privado como mezquinamente algunos, cuando os fuisteis, quisisteis hacernos creer. sino el espacio de lo común. Es el ágora de los griegos donde la gente se sienta a contarse sus historias, es el instrumento para que los derechos humanos dejen de ser retórica y habiten entre nosotros, es el lugar donde los débiles tienen voz, es la vacuna contra la ley de la selva, esa selva que ahora vosotros habéis tenido oportunidad de conocer bien señalada en el trasero, es la mano que hace visible la mano invisible del señor Smith, es lo que nos identifica como especie pero también lo que nos obliga como especie, es el lugar donde se neutraliza a los darvinistas sociales y donde quienes creen en la simbiogénesis, la coevolución, la generosidad y el altruismo tienen alguna posibilidad. Lo público, queridos amigos pródigos, no es de derechas ni de izquierdas, aunque cierta derecha rancia y cierta izquierda montera e ignorante no se hayan enterado, sino el triunfo de la justicia sobre la caridad, del derecho sobre los privilegios. Lo contrario de lo público no es lo privado, insisto, ahora que nos podéis oír pues de nuevo estáis con nosotros, sino el individualismo cerril e insolidiario. Por eso los grandes enemigos de lo público son el egoísmo y el miedo a la libertad. Del primero ha habido buenas muestras estos años pasados, de lo segundo preferiría no hablar pues hemos tenido que aguantar todos los insultos. A una libertad con atributos porque sin justicia la libertad es una palabra vacía. Pero, y en esto estaremos de acuerdo aunque con distintas emociones, los enemigos de lo público están sobre todo dentro de quienes gestionan lo público. Gestionar lo público es muy difícil. Es por esto que sobrepasados por la complejidad, muchos de sus administradores traspasan la pesada carga a un descontrolado mercado cuya eficiencia ha sido recientemente puesta a prueba en tus propias espaldas. Pero el mayor peligro de lo público viene por el riesgo de la burocratización y por lo que habéis llamado con desprecio y con razón, estatalización, que no es más que la apropiación por los partidos políticos del espacio de lo público para sus propios intereses privados. Pero lo público, queridos amigos, exige de ciudadanos que no huyan cuando deja de llover, porque si todos lo hicieran, hoy, amigos entrañables como vosotros, no tendrían abiertas las puertas de la casa del padre y sería ya para todos demasiado tarde.
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