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JOSÉ A. GARRIGA VELA
Viernes, 12 de septiembre 2008, 04:24
EL gran viajero Lowell Thomas pronunció estas palabras el día de la muerte de Burton Holmes: «El maestro de los Travelogues, uno de los hombres más famosos de nuestro tiempo, parte una vez más para emprender su último viaje. Hablamos de Burton Holmes, de ochenta y ocho años de edad, una persona cuyo nombre se convirtió en sinónimo de la palabra Travelogue: conferencia ilustrada sobre viajes. La inventó él mismo en un intento de escapar del término conferencia, pues quería una palabra que denotase entretenimiento en lugar de algo educativo y documental.
La personalidad más célebre del mundo de los viajes en aquella época pasó el relevo formalmente al joven Burton Holmes, nacido en Chicago en 1870. BH, como le conocían sus socios y sus amigos íntimos, empezó usando diapositivas en blanco y negro; sin embargo, luego utilizó diapositivas coloreadas a mano por hábiles pintores de miniaturas como Augusta Heyder, de Newark (Nueva Jersey).
Su predecesor, John L. Stoddard, tuvo tanto éxito que, tras retirarse, adquirió un precioso castillo en Cortina, en los Alpes italianos. Fue entonces cuando apareció en escena Burton Holmes e introdujo numerosos cambios en la técnica de las charlas sobre viajes. Durante años, utilizó magníficas diapositivas coloreadas en combinación con películas; y fue el primero en hacerlo así. Su público prefería que Holmes lo transportase a los mismos lugares donde ya había estado antes para poder ver de nuevo, por ejemplo, los castillos de Francia y España o las ciudades montañosas de Italia.
Burton Holmes tuvo muchos imitadores, pero ninguno de ellos alcanzó nunca tanto éxito como él. Fue el viajero más importante de nuestra época, quizá de todas las épocas; uno de los hombres más exquisitos que haya conocido jamás. Desde luego, han existido pocos hombres que tuviesen tantos amigos como Burton Holmes».
Así se abre este bello libro editado por Genoa Caldwell en la editorial Taschen. El libro de un hombre que viajó a todos los continentes y casi a cada país del planeta, tomó más de treinta mil fotografías y filmó más de ciento cincuenta kilómetros de rollo de película. El viajero que afirmó que es mejor ver algo una vez que comentarlo cien veces. Burton Holmes amaba tanto su trabajo que tenía la sensación de estar de vacaciones todo el año. Un trabajo envidiable que le permitía hacer lo que más le gustaba en la vida: contar historias de su experiencia viajera.
Él decía que viajar es poseer el mundo y lo explicaba de una manera sencilla: «Creo que estas palabras encierran una gran verdad. Desde luego tengo la certeza de que viajando he llegado a poseer el mundo con mayor plenitud y satisfacción que si hubiese obtenido todo el planeta comprándolo o conquistándolo. El tipo de posesión al que me refiero no incluye ningún componente de egoísmo: aquel que posee el mundo viajando no roba nada a nadie; nadie es más pobre porque hayas hecho el mundo tuyo». Burton Holmes intentaba transmitir su pasión por los viajes. «He hecho todo lo posible para conseguir que mis oyentes viesen las cosas que me han emocionado en el transcurso de mis más de sesenta años de viajes». También afirmaba que una de las grandes ventajas de poseer el mundo viajando consiste en que pueden disfrutarse todas las satisfacciones de la posesión sin las responsabilidades que implica la propiedad.
«Lo único que sigo conservando y que mantiene el valor de su coste original son los recuerdos de mis viajes; las imágenes mentales de lugares que he ido acumulando como un avaro feliz durante más de medio siglo. Mis sabios amigos ahorraban y economizaban; renunciaban a cosas que deseaban; se negaban los placeres más costosos de la mesa, el bouquet de los vinos añejos y, en mi opinión, el sumo placer de ir a lugares y observar cosas. ¿Y dónde nos encontramos ahora? Estamos todos, tanto ellos como yo, en el mismo callejón sin salida de la carretera de la vida. Ellos arrastran la pesada carga de las esperanzas más sublimes caídas en saco roto. Tienen recuerdos, pero recuerdos de días frugales, grises y reflexivos amontonando sus duramente ganados dólares en lugares seguros donde puedan incrementarse y permanecer allí como consolación por todos los placeres que sus propietarios se han negado, por toda la diversión que han dejado pasar. Yo, como ellos, tan sólo cuento con mis recuerdos; sin embargo no cambiaría los míos por los suyos. Poseo un tesoro secreto al que puedo recurrir siempre que lo desee: en el días más sombrío, soy capaz de extraer los resplandecientes diamantes de la alegría de mis recuerdos. Sí, ha sido una buena vida. Y es bueno descansar sabiendo que uno ha hecho realidad casi todos sus sueños; sueños de viajar, de ver y hacer la mayoría de las cosas que parecen valer la pena. Es bueno saber que, a mi manera, he poseído el mundo».
Cuando Burton sólo tenía nueve años, su abuela lo llevó a ver una conferencia de viajes ilustrada que ofrecía el conferenciante más famoso de la época, John L. Stoddard. A partir de ese día, el niño decidió dejar su afición por los juegos de magia y se propuso vivir una intensa vida de viajes y aventuras como las que contaba el señor Stoddard. A la edad de dieciséis años el sueño no cesó y tampoco la admiración de Holmes por su héroe de la infancia. Fue entonces cuando abandonó los estudios. Para él, la única educación posible consistía en viajar. Al cabo de los años afirmaría que sus únicos diplomas eran resguardos de billetes y papeles de la Compañía Pullman, de la Compañía General Transatlántica francesa, de la Cunard Line y de Thomas Cook.
En 1883 se inauguró la Exposición Industrial de Illinois en Chicago. Burton invirtió todos sus ahorros en una cámara fotográfica para aficionados y también los materiales para el revelado. Posteriormente diría sobre sus primeros años de aprendizaje: «Para mí, la fotografía poseía la fascinación de la magia». Con el paso del tiempo, el éxito de Holmes se afianzó al introducir películas en sus conferencias. En su autobiografía comentaba: «Los años se sucedían sin respiro. Las décadas pasaban sin reposo, algo que nunca había que nunca había necesitado. No tenía tiempo para envejecer; la juventud parecía ser, para mí, eterna. Mientras existiesen países que no conociese, no había ninguna razón para retirarme». Burton Holmes falleció en paz y tranquilidad en su casa de Hollywood. Sus Travelogues, como señala Genoa Caldwell «siempre fueron presentados con esa calidez especial que otorgan la amistad, la simpatía y la comprensión verdaderas; y, a pesar de la competencia ejercida por la televisión y el cine, el público siguió poniéndose sus mejores galas cada invierno para dejar que aquel caballero distinguido, de blanca barba de chivo y vestido de esmoquin, los trasportase desde sus butacas hasta otros lugares».
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