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ENTRE FOGONES. Diego Ceano, pitancero mayor de una hermandad gastronómica, es un gran aficionado a la cocina / F. GONZÁLEZ
Diego Ceano, escritor costumbrista y pitancero mayor: «En la posguerra, para comerse una rosca había que casarse con la rosca»
LA GRANIZADA

Diego Ceano, escritor costumbrista y pitancero mayor: «En la posguerra, para comerse una rosca había que casarse con la rosca»

Nació hace 54 años en la malagueña calle San Juan / Ha publicado 27 libros / Ser abuelo le ha cambiado la vida / Se define como un cotilla de la historia / Considera que es profeta en su tierra.

UNA ENTREVISTA DE

Miércoles, 30 de julio 2008, 11:34

Para usted, ¿Málaga es madre o madrastra?

Lo que creo es que hay muchos hijastros. En mi caso, tengo la suerte de que ha sido una madre madre.

Por tanto, ¿se siente profeta en su tierra?

Sí. Como no me sienta profeta en mi tierra, ¿De dónde me voy a sentir si de aquí no he salido?

¿Por qué se define usted como un cotilla de la historia?

Cuando investigo algún hecho siempre me detengo en cosas que otras personas no les dan importancia. Me fijo en el más puro costumbrismo. Si me entero de que un personaje tuvo un desliz, ahí voy yo y meto el dedo en la llaga, como si fuese un cotilla de barrio, pero buscando en los libros.

¿Como si fuese usted miembro de la prensa rosa o del corazón?

No, para nada. Le voy a poner un ejemplo para que lo comprenda. Si estudiando la entrada del general Sebastiani en Málaga descubro que tropezó, se cayó y se partió los piños, lo que cuento es eso y no la repercusión de la llegada de las tropas francesas a Málaga en la Guerra de la Independencia. Me centro en lo anecdótico, pero sin olvidar la gran historia.

¿Escribe para vivir o vive para escribir?

Vivo por escribir. Me encanta hacerlo. Si tuviese que vivir de lo que escribo, de verdad que este cuerpo no lo tendría. Estaría un poquito más delgado (risas).

¿Cuándo sintió la necesidad de poner por escrito sus ideas, vivencias e historias sobre Málaga?

Fue a través de las páginas de SUR, de los artículos que leía de Julián Sesmero. De ahí nace mi vocación de estudiar los temas malagueños. Es algo que me fue apasionando.

¿Cuántos libros ha publicado?

Veintisiete. De ellos, hay seis que se han publicado también en audio para ciegos, y uno me lo tradujo al italiano una universidad: 'Historias de los pregoneros callejeros malagueños'.

Ahora lo ha fichado la editorial Aladena-Agapea, que difundirá su obra por todo el mundo. ¿Cree que Pérez Reverte, Gala y Ruiz Zafón están temblando? Y es que usted, cuando saca un libro al mercado, siempre tiene éxito de ventas?

Creo que ellos el sueño lo tienen perdido (risas). Para mí, es ilusionante traspasar las fronteras y llegar con mi obra a muchos países. Yo tengo libros hasta en el corredor de la muerte de Estados Unidos.

¿Y cómo llegaron sus libros allí?

En las cárceles hay muchos presos hispanos y necesitaban literatura en castellano. Pidieron obras en español y una editorial de Málaga mandó libros míos. Y allí están. Si les sirven de consuelo a algún recluso, me alegraría.

Un libro de usted tiene un título cuando menos llamativo: Historias de putas, puteros y puterías en Málaga y su Obispado. ¿Se documentó mucho en la materia?

Sí, me costó mucho trabajo, pero todo teórico, ¿eh? (risas). El libro creó polémica, porque hubo gente que decía que me metía con el Obispado. No me quito la culpa de que el título iba con toda la mala idea del mundo.

El asunto de la prostitución parece que le interesa, porque otra obra que ha publicado es la biografía de una conocida ramera malagueña. ¿Qué le hace sentir esa predilección por el tema?

Son mujeres muy maltratadas. Dicen que son de vida fácil y alegre, y su vida ni es fácil ni alegre. Me causan mucha ternura, y no me refiero a las de ahora, sino a las antiguas prostitutas de la posguerra. Eran una especie de servicio social. En esa época para comerse una rosca había que casarse con la rosca. Y si no se era muy agraciado, como no se fuese en busca de esas meretrices, se tenía crudo.

Dicen que es el oficio más antiguo del mundo.

Habría otro más antiguo, el que daba el dinero para pagar esos servicios. Ja, ja, ja.

Usted ha escrito una historia de Anita Delgado, malagueña que llegó a ser majaraní de Kapurtala. ¿Era una mujer tan hermosa como dicen?

O las cámaras de fotos antiguas no hacían justicia o entonces había otra clase de belleza, aunque algo debía de tener cuando el marajá se enamoró locamente de ella.

Dejemos a la majaraní y dígame: ¿cómo definiría al típico majarón malagueño?

¿Bueno! No hay un solo majarón, son muchos majarones. Tenemos, por un lado, el majarón que ha perdido la cabeza; por otro, el que se las da de listo sin serlo, sin olvidar al pella, que es un pesado, o al merdellón, que es un majarón con mal gusto. ¿Hay muchos majarones en Málaga, desgraciadamente!

Cuando llega el verano se recluye en su casa de Chilches. ¿Es cierto que se pasa el día del chiringuito a la playa, de la playa a la barbacoa y de la barbacoa a la siesta?

Más o menos ese es el itinerario que sigo, sí.

¿Pesca usted algo o sólo le gusta la playa por los tintos de verano?

Ir a pescar, voy, lo que no quiere decir que pesque. Ahora que echándole de comer a los peces soy el número uno. Y un tintito de verano siempre viene bien.

¿Se defiende mejor entre los fogones preparando una buena comida o delante del ordenador escribiendo?

Son dos cosas creativas que me apasionan. Me encanta hacer de comer. Mi mujer se jubila de los fogones en verano hasta septiembre. Cuando me pongo a escribir se me pasa el tiempo y no sé ni qué hora es.

¿El mejor deporte es darse la vuelta en el sofá y seguir durmiendo tras un buen almuerzo?

Yo soy más de cama. Sé que no lo debo hacer, pero tras una buena comida no perdono una siesta en mi camita. Eso es una gozada. Me merezco la medalla de oro de las siestas.

Usted es pitancero mayor. ¿Qué es eso?

Los pitanceros eran una especie de mayordomos de las grandes casas feudales y se encargaban de que la comida estuviese en condiciones. Hace unos años creamos la Hermandad Gastronómica Malagueña, y yo soy el pitancero mayor, que es como el presidente. Nos reunimos para comer y pasarlo bien. Recientemente, hemos creado la Orden de los Caballeros del Buen Yantar. Somos sólo siete.

Dicen que del cerdo hasta los andares, ¿y de los pescaítos fritos?

A mí, de los cerdos, me gusta hasta el olor que echan los camiones que los llevan al matadero. Yo abro la ventanilla del coche para que entre ese aroma y pienso que esa peste se va a convertir en jamones. Por el pescaíto frito siento predilección, sobre todo por el que se prepara en Málaga.

Por si no tuviese bastante con su trabajo como funcionario de la Diputación Provincial, con escribir y con cocinar, también pinta.

Me agrada diversificarme y no encasillarme. La pintura me gusta desde niño. La tenía abandonada desde que un pintor malagueño muy famoso y amigo mío dijo de mi obra: «Esto no merece la pena ni enmarcarlo». Eso me hundió. Estuve diez años sin pintar. Hasta que un día mandé a freír morcillas a mi amigo y volví a coger los pinceles por afición. Mi estilo es naif costumbrista. Mi referente es Manolo Blasco.

¿Ser abuelo le ha cambiado la vida?

¿Oh! Eso es lo más grande que me ha pasado. Es algo que no se puede definir. Hay que vivirlo.

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