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EL EXTRANJERO

Intelectuales

El intelectual está manco y algo tartamudo. Se empeñan en colocarlo en una vitrina y él debe seguir peleando por su independencia. Intentando no confundir gigantes con molinos de viento

ANTONIO SOLER

Domingo, 6 de julio 2008, 03:48

LOS pastores del rebaño, los mártires o los hijos de la subvención. Cómo se mueven alrededor de la orquesta política los intelectuales, cuál es su papel en una sociedad cada vez más fragmentada. Sobre eso se ha estado hablando esta semana en los cursos de verano de la Universidad de Málaga. Al borde del Tajo, en Ronda. Cada cual ve la diana en un punto cardinal. Aquí, el intelectual a la francesa, el agitador social a lo Sartre, a lo Bernard-Henri Lévy o a lo André Glucksmann, se quedó con los tobillos rotos por la dictadura franquista. Sus cenizas sólo han dado barro para componer según ese molde a Fernando Savater y a un Goytisolo airado. Sánchez Ferlosio, con su exilio mediático y casi universal, no cumple esa función inmediata, de trinchera verbal. Ferlosio vive en una urna distinta que el resto de sus compañeros, pero urna al cabo.

Sí, la dictadura segó el papel del escritor comprometido. A los intelectuales con compromiso político, precisamente por tenerlo, no les quedó otro remedio que tomar el rumbo del exilio, siempre más agradecido que el paredón o la cárcel. Sender, Max Aub, Jarnés, Arturo Barea. Eso, o darse muchos golpes de pecho en su querida camisa azul. Ridruejo, Sánchez Mazas, Torrente Ballester, Laín Entralgo. Comulgar. Ese fue el verbo durante décadas. Con sangre o con ruedas de molino. Lo que vendían como la otra orilla no fue más que otra trituradora humana. Eso sí, vestida de rojo, con hoz y martillo. Quien quiera ver lo que es el compromiso intelectual que lea a Vasili Grossman. En nuestra clandestinidad se publicaron demasiados libros que literariamente valían poco más que un panfleto. Se olvidó que el primer compromiso de un creador es el que tiene con su obra. Desde luego había un buen motivo para ese descuido, una dictadura vengativa y cruel. Hubo que esperar la llegada de Martín Santos y su 'Tiempo de silencio' para entender que una y otra batallas podían darse a la par. Aquella famosa pareja de baile. Ética y Estética.

La democracia trajo otras reglas. Todo empezó a ser más sutil. Alianzas, intereses, prebendas, obediencias y rebeldías. La gran esperanza cultural ha quedado relegada a un segundo plano. La enseñanza gratuita, la avalancha hacia las universidades no se han traducido en una sociedad de gustos exquisitos. Mandan las audiencias, el artisteo. El intelectual está manco y algo tartamudo. Se empeñan en colocarlo en una vitrina y él debe seguir peleando por su independencia. Intentando no confundir gigantes con molinos de viento. Unos y otro intercambian sus disfraces. El poder y el mercado. Algunos echan de menos el tiempo del blanco y negro. El enemigo diáfano, la palabra y la bayoneta calada. En fin. A pesar de todo la cosa no es trágica. En Ronda no se vio durante toda la semana a ningún intelectual volar por el Tajo.

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