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JUAN FRANCISCO FERRÉ
Viernes, 6 de junio 2008, 03:49
COMENZARÉ con una paradoja apropiada. Ballard está a punto de dejar de ser el mejor escritor británico vivo para convertirse en el gran escritor del siglo XXI. En su reciente 'autobiografía' traza un itinerario vital que va de la China colonial donde nació hasta el Shepperton londinense donde ya sabe que morirá pronto. Y es que poco después de publicarla anunció que padecía un cáncer de próstata terminal. De ese modo, incorporaba el horizonte de la muerte personal a esas intersecciones deslumbrantes que constituyen una de las categorías privilegiadas de su narrativa.
El mundo de Ballard es de una extraordinaria originalidad. Cualquier escritor recibe influencias de otros escritores. En el caso de Ballard uno tiene la sensación de que todas sus visiones, historias y situaciones son nuevas, inventadas para declinar una versión inédita de la realidad fundada en la ciencia y en la poesía. El que ese mundo parezca nuevo no deja de ser otra paradoja ya que lo que realmente fascina a Ballard es la entropía. Este concepto termodinámico es la base de la comprensión de la realidad para Ballard desde su infancia traumática, desde que se viera inmerso en la aventura de un mundo en turbulenta descomposición como el de su Shanghai natal.
Ballard es, en este sentido, el poeta contemporáneo de la entropía global, el cronista de la decadencia molecular, el forense desengañado del futuro tecnológico, pero también un ingenioso observador del presente en todas sus dimensiones, anomalías y perversiones. Si a los artistas pop y a los hiperrealistas les ha seducido siempre la fachada publicitaria de la realidad, el lado luminoso y artificial de las cosas, a Ballard, un híbrido de sensibilidad surrealista e inteligencia científica, lo que le atrae es ese momento crítico en que la realidad revela su fatiga ontológica y comienza a mostrar las primeras grietas y fisuras microscópicas.
El tiempo se enreda
El momento en que el tiempo se enreda sobre sí mismo para volver al pasado o detenerse como un cristal en una forma muerta, en que el espacio parece dilatarse como si fuera virtual o blando, en que el reloj biológico se acelera o ralentiza para precipitar su destrucción.
'Fiebre de guerra' es, sin ninguna duda, una de las mejores vías de acceso a su inagotable literatura. No sólo porque estos catorce relatos contienen sus motivos y estilos principales, sino además porque funcionan internamente como un catálogo de atrocidades colectivas ideadas por Ballard como comentarios de intempestiva actualidad: Beirut reconvertido en laboratorio de experimentación bélica en un contexto mundial pacificado ('Fiebre de guerra'); el presidente Ronald Reagan asumiendo, en plena decrepitud, un tercer mandato a petición popular ('La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial'); una isla caribeña transformada por los vertidos tóxicos en un paraíso exuberante y autodestructivo ('Cargamento de sueños'); las desiertas instalaciones de Cabo Kennedy entregadas a experiencias psicóticas por parte de los antiguos héroes de la carrera astronáutica ('Memorias de la era espacial'); o una Europa metamorfoseada en 'El parque temático más grande del mundo', sátira corrosiva del modo y el ideario de vida europeos que prefigura su novelística última.
No obstante, donde asoma el talento de Ballard para la innovación formal es en el tríptico compuesto por 'Respuestas a un cuestionario', una perturbadora caricatura de la lógica de la información aplicada a un acontecimiento excepcional como el asesinato del «hijo de Dios»; 'Notas hacia un colapso mental', una crónica conyugal patológica narrada como un criptograma fragmentario; y 'El índice': un extenso glosario como único acceso a la enigmática existencia de un personaje que se relacionó con las personalidades más relevantes del siglo pasado sin dejar de ser una perfecta impostura histórica.
Espacio como paradoja
No quiero terminar este recuento parcial sin mencionar dos relatos simétricos que utilizan el espacio como categoría paradójica. La fantasía doméstica de un hombre que toma la decisión de recluirse en su casa para transformarla en un lugar de experimentación fenomenológica ('El espacio enorme'); y una memorable fábula sobre el tamaño del universo, la inercia tecnológica y el descubrimiento del infinito ('Informe sobre una estación espacial no identificada') que habría complacido por igual, dada su belleza filosófica y matemática, a Borges y a Einstein.
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