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MONTSE MARTÍN
Martes, 13 de mayo 2008, 03:43
La falta de límites, de disciplina y, sobre todo, de respeto están en el fondo de las conductas agresivas de muchos menores que acaban agrediendo a sus propios padres. Lejos de ser hechos aislados, estos comportamientos violentos se repiten cada vez con más frecuencia. La fiscal de Menores, Isabel Fernández, considera «preocupante y alarmante» el crecimiento del maltrato familiar. El año pasado, la Fiscalía abrió diligencias nada menos que a 237 menores de entre 14 y 18 años por maltratar a sus progenitores, un 30% más que en 2006, en el que se registraron 182 casos, y muy lejos de las cifras de 2005 en que se contabilizaron 130.
Una de las causas de este incremento se encuentra en que cada vez son más los padres, según la fiscal, que deciden presentar denuncia contra sus hijos, aunque también son muchos los que luego la retiran y se niegan a declarar contra ellos. «Dan el difícil paso de denunciar, pero más tarde les puede el cargo de conciencia y se acogen a su derecho de no declarar, con lo que consiguen que no podamos hacer nada, porque nos quedamos sin pruebas», explica Fernández.
La ira de los adolescentes
Varios factores pueden desencadenar la ira de los adolescentes. El más común de todos es, sencillamente, que se les lleve la contraria o que los padres no accedan a sus deseos. El horario de llegada a casa, la exigencia de más dinero para salir con los amigos y comprarse caprichos suelen ser los motivos más comunes de conflicto. Entonces llegan los insultos, las amenazas, los zarandeos y también, en algunos casos, los golpes. Los hay quienes la emprenden a patadas con el mobiliario de la casa y arrojan y rompen objetos.
Las víctimas suelen ser las madres y en cuanto a los agresores no hay diferencias de sexo ni edad. Según la fiscal de Menores, «las chicas reproducen también las conductas violentas, que se dan en todos los tramos de edad».
El internamiento en un centro, la libertad vigilada o un tratamiento educativo basado en la convivencia en grupo son algunas de las medidas que impone la Fiscalía a estos menores en función siempre de la gravedad del hecho cometido. También se adoptan medidas cautelares, como el alejamiento, muchas veces es solicitados por los propios padres. En estos casos el menor es ingresado en un centro de protección o es acogido por un familiar durante una temporada.
La convivencia en un grupo con otros jóvenes y con educadores que desarrollan pautas de disciplina y comportamiento en una vivienda que reproduce el entorno familiar es una de las medidas que mejores resultados da con este tipo de menores, en opinión de Fernández, quien destaca que «sería bueno contar con más recursos de este tipo».
Actualmente, existe sólo un piso de estas características en Rincón de la Victoria, donde los chicos comparten dormitorio con otros adolescentes y son reeducados en pautas como, por ejemplo, el reparto de tareas domésticas y la convivencia familiar. Normalmente este programa educativo se suele prolongar lo que dura el curso escolar, unos nueve meses.
Dentro de las cifras del maltrato familiar se integran también, las conductas enmarcadas en la violencia de género como las agresiones a la pareja, aunque estas apenas suponen un 5% del total.
Delitos de carácter sexual
En cuanto a los delitos sexuales, «aunque existen, no se observa un aumento», precisa Fernández, quien asegura que estas conductas tienen matices distintos cuando son cometidas por adolescentes: «En los adultos está claro que existe una voluntad de sometimiento, de humillación, de la víctima; en los menores hay un componente de broma, aunque, obviamente, la víctima no lo percibe como tal».
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