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UN PERFIL DE
Domingo, 13 de abril 2008, 13:15
FUENTE inagotable de anécdotas, Ana María Mata (Marbella, 1944) atesora un torrente verbal apasionado y apasionante. Sabe de qué habla y sabe cómo contarlo para atrapar al segundo. Su infancia, su adolescencia y su madurez también ayudan. Criada entre libros, en la trastienda de la Librería Mata, la más antigua de Marbella, del 37, recuerda como si fuera hoy el momento más esperado, cuando el repartidor llegaba provisto del tocho de tebeos atado con una guita. Seguía el mismo ritual. Ayudaba a su padre, Andrés, y a su madre, Rafaela, a colocar los periódicos por los que ya hacían cola los vecinos, conocedores de que durante décadas fue el único sitio de la ciudad donde podían acceder a la información que el franquismo dejaba caer con cuentagotas.
Dispuesto todo milimétricamente, como a su metódico progenitor le gustaba, Pulgarcito, Jaimito o Azucena, los protagonistas de las historias que le permitían librarse del yugo educativo de aquella época, se convirtieron en sus compañeros de aventuras. «Siempre he defendido que leer tebeos es el mejor camino para que los niños lleguen a los libros».
'Matita', su apodo
Ratón de biblioteca donde las haya, su pasión por la lectura se forjó por razones obvias. Su padre -conocido como 'Matita' por su corta estatura, apodo que ella tuvo en su infancia- heredó el estanco familiar y lo reconvirtió en la primera papelería y librería de Marbella, al tiempo que introdujo como comercial el Tulipán o el Mistol. «Era un hombre muy trabajador, pero tan perfeccionista que le faltaban horas. Tenía un carácter fuerte», recuerda.
Su rectitud, harto conocida hasta en el vecindario, le marcó tanto que reniega en cierto modo de ella. «Mi madre me decía que había que ser más relativa, que era mejor hacer cuatro cosas medio bien que una sola perfectísima». Lleva a gala la herencia de Rafaela, «una mujer excepcionalmente dulce y moderna para su época». Durante cinco años fue la niña de sus ojos. Luego llegó su hermano, José Andrés, que hoy regenta la Librería Mata, en pleno casco antiguo.
Ahora es ella la que coloca sus novelas en el escaparate. Va camino de seis, todas relacionados con Marbella. Incapaz de cuantificar cuántos libros ha leído en su vida -«miles y miles», dice- decidió escribir los suyos. El primero, 'Playa de la Fontanilla', casi como una autobiografía terapéutica. De la generación Olivetti, se defiende como puede con el ordenador y se ve más escritora que investigadora. Tras biografiar a doña Elvira, la dueña del Fuerte de San Luis, y a Ricardo Soriano, ahora teclea su sexta obra sobre la vida de Monseñor Rodrigo Bocanegra, personaje que marcó una época en la ciudad y que precisamente la casó en el 64 con el abogado Arturo Reque, ya jubilado. Busca en archivos, hace entrevistas, recaba información. Inquieta, lo dicho.
Nunca dejó aparcada su ansia de conocer. Después de criar a sus cuatro hijos, decidió quitarse la espinita. Con 35 años se plantó en la Universidad de Málaga para licenciarse en Historia Contemporánea. Carretera arriba, carretera abajo. No esconde que, junto a su familia, la universidad y los libros son sus grandes amores. Y cuanto más estudiaba la historia, más rabia salía a flote. «Me indignó conocer con documentos lo que había pasado en España mientras yo cantaba el 'Cara al sol'». A la tesis, en el cajón, espera ponerle la guinda algún día.
Con dos nietos por los que bebe los vientos, estudió de niña en el colegio «de doña Carola» y luego en el María Auxiliadora. Fue el cambio de una enseñanza todo lo laica que permitía el control de la dictadura en los 50 y 60 a la religiosidad exacerbada de un colegio de monjas, donde cursó Bachillerato. «Entonces no era infeliz porque no conocía otra cosa, pero ahora pienso que tendría que haber habido mucho menos de aquellas tonterías, como que había que conservar la pureza o taparse el cuerpo».
No culpa ni a sus padres, «que sólo aplicaban el sistema», ni tan siquiera a las monjas. Sí a la estructura dictatorial contra la que se rebeló profundamente con los años. Por eso dio una educación liberal a sus hijos. Entre misas y novenas, siendo una cría, encontró su válvula de escape en la lectura. Atendiendo al público también conoció a algunos personajes.
Recuerda cómo el escritor Edgar Neville les pidió permiso para escudriñar las estanterías después del cierre, aprovechando para saltarse la dieta con potajes de su madre. O cómo Lola Flores arramblaba con las revistas del corazón dejando algún que otro pufo. También cuando comenzaron a llegar, con el despegue turístico de Marbella, futbolistas del Real Madrid, caso de Di Estéfano, en loor de multitudes, alardeando de su Seat 600 y en pantalón corto.
Estudios de maestra
Esa infancia feliz y sin penurias dio pasó a la adolescencia. Gracias a la complicidad con su madre fue de las pocas alumnas del colegio de monjas -sólo de niñas, por supuesto- que siguió con los estudios en Málaga para hacerse maestra. «Estaba tan metida en lo de las monjas, creyendo que aquello era superior, que mi madre me sacó a la enseñanza pública», relata. Tuvo su efecto. De la idea de hacer los votos, que rondaba su cabeza, la rescataron su madre y sus amigas, que de vuelta comenzaron a azuzarla para que saliera de marcha. «Me reintegré en la normalidad».
Fue entonces cuando su marido, Arturo Reque, con el que lleva 42 años, se cruzó en su camino. Ocho años mayor que ella, este abogado jubilado, también volcado con la escritura, pasó de ser su profesor particular de inglés a su novio al calor de paseos y charlas. Casada, se convirtió en ama de casa al uso para aquella época; una dedicación menos culta de la que no se arrepiente en absoluto.
Ni orgullosa ni soberbia, como se define, es feminista entre comillas -«no para superar al hombre sino para buscar nuestro lugar»-, echa pestes de lo estricto y lo rígido y, pese a todo, se considera católica pero contraria a la jerarquía eclesiástica. Le gusta el cine, nada la tele, y sale a caminar por prescripción facultativa. Incondicional de Muñoz Molina, no se corta al criticar la estela del 'gilismo en Marbella'. «Me duele mi pueblo pero con los años relativizo». Tiene niños, escribe libros y no hay planes de plantar un árbol. «Plantas, las que quieras».
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