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TEXTO: LUIS ALFONSO GÁMEZ
Jueves, 6 de marzo 2008, 10:33
HUBO un tiempo en el que el hombre creía que vivía en un mundo joven y que había sido puesto en él por Dios creado del barro. A mediados del siglo XVII, el clérigo anglicano James Usher, arzobispo de Armagh y primado de Irlanda, calculó a partir de la Biblia que la Creación había acontecido el domingo 23 de octubre de 4004 antes de Cristo (a.C.). Su cronología, incluida en 'Annales Veteris Testamenti, a prima mundi origine deducti' (1650), fechaba el Diluvio en 2348 aC y la llamada de Dios a Abraham en 1921 a.C. El Antiguo Testamento era, para él y para casi todo el mundo entonces, un libro de Historia. Hasta que en 1859 se publicó 'El origen de las especies'.
«Charles Darwin completa la revolución copernicana, que había dejado fuera el origen de los seres vivos. Copernico, Galileo y Newton habían explicado los fenómenos naturales como resultado de procesos naturales. Darwin hace lo mismo respecto a los seres vivos. Todo puede explicarse por la selección natural», dice Francisco J. Ayala, biólogo de la Universidad de California. El científico de origen español, autor de 'Darwin y el diseño inteligente. Creacionismo, cristianismo y evolución' (Alianza Editorial, 2007), es desde hace décadas uno de los más firmes opositores de los herederos ideológicos del arzobispo Ussher en Estados Unidos, país donde la mitad de la población rechaza la evolución.
Los creacionistas estadounidenses, creyentes en la verdad literal de la Biblia, intentaron a partir de los años 20 del siglo pasado impedir la enseñanza de la teoría de Darwin en las escuelas. Consiguieron que en varios Estados se promulgaran leyes prohibicionistas, que el Tribunal Supremo declaró contrarias a la Constitución en 1968.
En la década de los años 80 cambiaron de estrategia y volvieron a la carga exigiendo que el creacionismo se enseñara como una alternativa científica a la evolución. Sacaron adelante leyes en esa línea en Arkansas y Luisiana, pero fueron declaradas inconstitucionales por el Supremo al considerar el 'creacionismo científico' -como lo habían rebautizado- una forma de religión, cuando en la escuela pública de ese país no tiene cabida ningún credo. Este revés les obligó a cambiar otra vez de estrategia a principios de los 90.
No por azar
Aunque entre los creacionistas de EE. UU. son mayoría los 'literalistas' bíblicos, el moderno antidarwinismo ni esgrime el Antiguo testamento ni gusta de hablar de Dios como creador. «La diversidad y la complejidad de la vida no pueden seguir atribuyéndose en el siglo XXI al azar y al paso del tiempo», sostiene el oftalmólogo leonés Antonio Martínez, representante en España de la asociación Médicos y Cirujanos por la Integridad Científica (PSSI). Martínez y sus colegas de la PSSI se definen como «antidarwinistas radicales». Sostienen que la complejidad de la vida sólo puede explicarse como la obra de un diseñador. Cuando se les pregunta quién es, eluden mentar a Dios y hasta llegan a hablar de la posibilidad de que se trate de visitantes extraterrestres.
«El 'diseño inteligente' es creacionismo. No llaman Dios al diseñador para no tener más problemas en los tribunales», asegura Ayala. «Tratan de no ser vistos como religiosos», coincide Eustaquio Molina, paleontólogo de la Universidad de Zaragoza y uno de los científicos españoles que mejor conoce el movimiento creacionista.
Molina considera la nueva variante del antidarwinismo más peligrosa que la clásica. «El 'diseño inteligente' es una pseudociencia más sofisticada. Los 'literalistas' bíblicos son muy burdos, muy simplistas». Eudald Carbonell, arqueólogo de la Universidad Rovira i Virgili y codirector de las excavaciones de Atapuerca, recuerda en este sentido que, cuando era niño, «todo el mundo creía en Adán y Eva, y ahora no creen ni los teólogos».
El 'diseño inteligente' ni siquiera es algo nuevo, advierte Molina. «Han desempolvado un antiguo argumento religioso. El reverendo inglés William Paley escribió en 'Natural theology' (1802) que, al igual que detrás de un reloj hay un diseñador, tenía que haberlo para los seres vivos». El filósofo escocés David Hume había desmontado años antes esa idea diciendo que no había pruebas de ella ni posibilidad de verificarla. Lo mismo pasa con el 'diseño inteligente' moderno, a juicio de los biólogos.
«El problema -apunta Ayala- es que atrae a mucha gente que cree que es bueno que la ciencia pruebe la existencia de Dios, cuando la verdad es que, si te quedas dentro de la ciencia, Dios ni entra ni sale». Manuel Soler, de la Universidad de Granada y presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva (SEBE), cree que la naturaleza del creacionismo -ligado históricamente a grupos protestantes- no le augura un buen futuro en una España donde la confesión mayoritaria es la católica, cuyos fieles aceptan la evolución como la manera de Dios de llevar a cabo su plan.
Creador chapucero
¿Pero está la vida tan bien diseñada como sostienen los creacionistas? «No. De haber sido diseñada, sería por un chapucero. Nuestra mandíbula, por ejemplo, es muy pequeña y no deja sitio para la muela del juicio. ¿Para qué sirve el apéndice? ¿Por qué el canal del parto es tan pequeño en nuestra especie, lo que ha provocado infinidad de muertes en otras épocas? Que nuestros sistemas respiratorio y digestivo se crucen es un fallo de diseño ha costado la vida a mucha gente. Cualquier ingeniero lo habría hecho mejor», responde Soler.
«Quien dice que Dios es el diseñador de todo está blasfemando», ironiza Ayala. Y recuerda que el veinte por ciento de los embarazos acaba en aborto espontáneo durante los dos primeros meses. «Dado que los partidarios del 'diseño inteligente' mantienen que hay un ser humano desde el momento de la concepción, Dios sería el mayor asesino de la Historia». Molina pone, entre otros ejemplos, el punto ciego del ojo humano, la miopía, la hipermetropía... «Ellos dicen que todo ha sido creado 'ex novo'. Entonces, ¿por qué hay tantas imperfecciones?».
La respuesta a todos esos fallos de diseño está en Darwin. «La evolución usa lo que tiene a mano; no parte de cero», señala el paleontólogo de la Universidad de Zaragoza. Muy diferentes en apariencia, las extremidades anteriores del hombre, el perro, la ballena y el gorrión son estructuralmente idénticas, aunque sirvan para manipular, correr, nadar y volar, respectivamente. Ninguna es perfecta porque todas son heredadas del primer ser vivo que caminó sobre la Tierra. «La evolución consiste en la transformación gradual de unos organismos ya existentes en otros», explica Ayala.
Martínez no admite como pruebas de relación evolutiva el parecido genético y estructural. Al menos, en algunos casos. «No creo que el hombre sea pariente del chimpancé. En absoluto. No conozco ningún mecanismo para que surja una nueva especie a partir de otra». Tampoco acepta que el pinzón y el águila sean familia. Sí cree, no obstante, que la evolución puede dar lugar a variaciones dentro de una misma especie, que haya razas de águilas, pinzones, perros... «¿Por qué limitan la evolución al interior de las especies?», se pregunta el presidente de la SEBE, entidad que evitó en enero que las universidades de León y Vigo acogieran actos creacionistas organizados por el PSSI.
Los promotores del 'diseño inteligente' nunca han presentado pruebas de lo que afirman en una revista científica, como hacen cada semana cientos de investigadores de todo el mundo y todas las disciplinas. «Es que hay una conspiración contra la libertad de pensamiento», argumenta Martínez para justificar la ausencia de publicaciones serias que respalden sus ideas. «El 'diseño inteligente' es la misma patraña de siempre. No es ciencia y por eso no existe un debate científico», sentencia Carbonell.
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