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BARQUERITO
Lunes, 1 de octubre 2007, 11:10
La corrida de los hermanos Lozano dio un toro de notable condición, el cuarto de la tarde. Dos más que manejables: el tercero y el sexto. Y luego, un primero aplomado y, en fin, otros dos toros más. Deslucidos o difíciles. Esos dos toros entraron en el lote de Miguel Ángel Perera, que era quien más se jugaba en esta baza.
De la prueba salió Perera bien librado. Fueron toros, en especial el primero de lote, de poner a prueba el valor de un torero. No hubo ni que esperar porque el toro, le mandó a Perera dos o tres recados en los lances de saludo.
Brindis de Perera al público y al asalto desde el primer muletazo. La carne en el asador. Pero no se animó el toro: ni descolgó, ni regaló una sola embestida. Dos miradas terroríficas en pleno tajo. Impasible Perera. Tragón. Conmovedora la firmeza. Generoso el derroche. No fue fácil pasar con la espada. Pero Perera lo engañó con un solo toque que lo tapara y, a volapié, enterró una estocada soberbia. Todo junto valió una oreja bien conquistada.
Extraordinaria seguridad
No pudo rematarse la fiesta. Sí repitió Perera su ejercicio consciente de seca firmeza, pero el quinto de la tarde cambió para mal en banderillas. A Perera no le quedó otra que meterse entre pitones con despampanante seguridad. Tres pinchazos, un aviso, dos descabellos. Una ovación de reconocimiento.
El toro de calidad se lo llevó Curro Díaz. Ni un puyazo trasero fue obstáculo. El toro, que hirió a un caballo y derribó espectacularmente en una primera vara en serio, rompió al primer viaje. Curro Díaz se confió; suaves embroques por la mano diestra, vertical compostura. Iba a ser una faena de mucho cascabeleo. Ligera la espuma, pero con el sello refinado de los toreros que dibujan o saben dibujar. Breve pero bella faena. Un pinchazo y media a capón. Del gusto de la inmensa mayoría.
El primer alcurrucén no se prestó a juegos florales. Perera le hizo un quite con el capote a la espalda. Pero, frenado, la cara arriba, siempre a remolque, se aplomó. Muy levantado, el tercero tropezó pronto en telas. Un punto distraído, remataba arriba. No se acopló Salvador Cortés. Porfía honrada, firme. Pero sin engañar ni convence al toro. Tampoco le convino el sexto, que fue pronto y tuvo recorrido, brava manera. La luz eléctrica parecía perturbarlo. Faena de altibajos. Sin encontrar Salvador ni el sitio ni la mano ni la distancia. Pero sin dejar de intentarlo hasta el final.
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