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TEXTO: ÁNGEL ESCALERA
Viernes, 7 de septiembre 2007, 10:56
UN día Francisco Campoy Millán, un malagueño síndrome de Down de 34 años, decidió no comer ni beber agua. Se ignora el porqué de ese rechazo, lo cierto es que desde hace cinco años vive gracias a la alimentación e hidratación que recibe a través de una sonda gástrica. Su familia está desesperada y ya no sabe adónde acudir ni qué hacer para que Francisco supere su fobia a tragar. «A mi hijo lo han visto psicólogos, endocrinólogos, nutricionistas y especialistas en digestivo y no han conseguido curarlo. Estamos muy mal y lo único que queremos es que alguien nos ayude para que vuelva a comer», afirma su madre, Felicidad Millán.
Los problemas de Francisco comenzaron cuando cumplió 21 años y terminó su ciclo formativo en el colegio Santa Rosa de Lima. Allí estaba muy integrado con sus compañeros y profesores. Hacía mucho deporte (practicaba baloncesto y natación) y recibía clases de cerámica, actividad para la que tenía una gran habilidad. Era un chico fuerte, atlético, que comía con normalidad. «Antes de irse al colegio le gustaba tomarse dos huevos fritos. Se alimentaba muy bien sobre todo le encantaban los platos de cuchara. Su organismo necesitaba la comida porque era un atleta. Viajó por toda España haciendo deporte», recuerda su madre.
Retraimiento
Hace cinco años todo cambió en la vida de Francisco, que es el segundo de cuatro hermanos. De pronto, y sin que hubiese una causa aparente para ello, dejó de comer y de beber. Llegó a perder más de 30 kilos. Se negó a tragar nada. Y así continúa. Su familia lo ha llevado a diversos médicos, que le han hecho innumerables pruebas, sin que en esas exploraciones se haya encontrado nada relevante. Es una persona sana. No tiene ninguna dolencia que le impida tragar. Es él el que no desea hacerlo. Se metió en su mundo y ha preferido no abandonarlo. Incluso dejó de hablar y no quería salir de su casa. Ahora ha vuelto a hablar y ya sale, pero lo que su familia no ha logrado es convencerlo de que se alimente de forma natural.
«Mi hermano no tiene ningún impedimento para comer. Sólo padece faringitis crónica y se toca constantemente la garganta. Debe de tener algún miedo a tragar, porque siempre le ha encantado comer. Sabemos que puede tragar porque hemos visto que en la playa, alguna vez, ha tragado agua», explica su hermana Carmen.
Francisco Campoy para vivir depende de un bote y de una sonda gástrica, que cada dos meses y medio le cambian en un quirófano del Hospital Clínico (ayer, precisamente, le volvieron a someter a esa operación), porque el jugo gástrico la deteriora y se le cae.
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