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Martes, 24 de julio 2007, 20:00
¿QUE viene el duque de Alba! Los belgas y holandeses aún utilizan el nombre del histórico militar español para asustar a los niños cuando no comen o tardan en irse a la cama. Ello explica el mal recuerdo dejado en los Países Bajos por los tercios españoles cuando Felipe II intentó mantener entero el imperio a toda costa. El escritor Fernando Martínez Laínez (Barcelona, 1941) pretende suavizar la huella dejada en la memoria por la propaganda enemiga en su libro 'Una pica en Flandes' (Edaf): un viaje que mezcla historia y viaje a lo largo del Camino Español, el conjunto de rutas que usaron los soldados para llegar al condado flamenco.
«Al contrario de lo que pasaba con los ejércitos de otros países, las levas (reclutamientos obligatorios) de los Tercios de Flandes tenían un carácter permanente», comenta el escritor. Nunca se supo con exactitud el número de hombres que los integraron, porque siempre se exageró la cifra. Para poder reclutar esta carne de cañón se recurrió a todo lo posible: mendigos, traperos e incluso presidiarios, a los que se les indultaba por las fechorías cometidas. Los menos eran los voluntarios, entre quienes había algún noble que se financiaba el viaje. Su apogeo se sitúa a partir de 1567, cuando fueron mandados por Fernando Álvarez de Toledo, el gran duque de Alba. Él fue quien introdujo allí leyes y sistemas recaudatorios castellanos, además de perseguir a rebeldes y protestantes, pero a la postre no consiguió atajar la revuelta.
Un estricto código de honor
«A los soldados se les adiestraba con premura en una enseñanza práctica para entrar en combate y se les inculcaba una disciplina muy férrea», detalla el autor. El arcabuz -antecesor del fusil-, la pica y la espada eran las señas de este ejército. «Fueron los primeros en combinar las tres armas del momento», añade el escritor. Martínez Laínez explica que se dio gran importancia al aspecto moral de las tropas, que tenían un código de honor que hacía de la fidelidad y la camaradería «un ritual del buen comportamiento».
La guerra de Flandes duró ochenta años y su coste desangró las arcas españolas y arruinó el orgullo nacional, además de extender como un reguero de pólvora las maldades atribuidas a los soldados españoles. Los recuerdos que dejaron allí hablan de saqueos, violaciones y excesos de los «soldados que pasaban con su cortejo de meretrices engalanados en paños de oro».
«La leyenda negra está alimentada por los países enemigos, pero también por gente descontenta, grandes traidores», considera al cabo de cinco siglos Martínez Laínez, quien enfatiza que el problema fue que «al Estado no le importó esta publicidad, ya que ostentaba la supremacía económica y diplomática en ese momento; nadie se dio cuenta de sus consecuencias cuando el imperio y su economía comenzaron a tambalearse y se acabó el tiempo de tener 'ocho prostitutas por soldado'».
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